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Laberintos humanos. Extraña dama

Miércoles, 11 de mayo de 2016 19:18
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Laberintos humanos. Extraña dama

El juez le había ordenado a Neonadio que la llevara a la grupa de su motocicleta, y ella, que había perdido a su marido, se aferró a su cintura para recorrer las calles otoñales y atardecidas que distaban hasta su casa.

Parecía querer decirle algo al oído, y por momentos sintió como que le besaba el cuello, pero al detenerse y volverse le vio esa cara de mujer de barrio tan ajena a cualquier desliz que supuso que era su imaginación.

Subieron por la escalera los dos pisos que distaban hasta el departamento, vieron como la mujer volvía la llave en la cerradura cuando, tras pasar por un espejo de la sala, el juez Pistoccio lo codeó para que mirara al espejo. En el reflejo, la mujer tenía al rostro desbocado de un lobo hambriento.

A Neonadio se le pusieron los pelos de punta, pero entonces la escuchó decir, ya cara a cara y con cara de persona, que por allí debía haber desaparecido su marido. ¿Lo buscó bien?, le preguntó el juez Pistoccio. Tanto como tengo interés en encontrarlo, dijo ella. ¿Y entonces para qué vino a vernos?

Sólo quería saber si debía seguirlo esperando o puedo buscarme otro mejor, le respondió y Neonadio, con todo el terror de que fue capaz, la vio reflejada en el vidrio del mueble, y en su reflejo su rostro era el del lobo, sólo que en esa visión estaba masticando lo que parecían ser los huesos de algo tan pequeño como una liebre.

Pero sólo era algo que pudiera ver en el reflejo, que cara a cara tenía la misma cara de nada que cualquier otra vecina casada por muchos años con el mismo hombre.

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