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Laberintos humanos. El doc

Miércoles, 04 de mayo de 2016 23:30
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Laberintos humanos. El doc

Es cierto que estuve esa noche en el camarote de la víctima, dijo el médico de dudosa licencia y aspecto de abogado en bancarrota. No se había tomado el trabajo de ajustarse la corbata y sudaba como si hiciera calor. Seamos francos, dijo como si Neonadio y Pistoccio también debieran serlo. Ya le había suministrado heroína y me di una vuelta para ver si me compraba otra dosis.

No hace falta que finja inocencia en ese punto porque, de todos modos, lo van a averiguar ustedes fácilmente. Y además que mi trabajo no tiene nada que ver con el caso que investigan, que es la muerte del pasajero que luce un tajo en el cuello. Yo no soy de usar cuchillo y ni soy cirujano.

Discutimos, es cierto, sobre el precio del opiáceo, pero eso es de lo más común. Nadie paga el primer valor que se le diga, ni por un tamal ni por droga. El asunto es que cerramos trato, y como no suelo llevar mi mercadería en los bolsillos, le dije que regresaría, pero al volver ya estaba muerto.

Como sea, no fui el último en verlo. Por el pasillo se marchaba el senador, que había perdido una fuerte suma de dinero en la mesa de póker que, esa misma noche, se armó en ese camarote. Ustedes pueden sospechar de mi si no quieren sospechar de un tipo con tantos vínculos políticos como lo es el senador, pero harían bien en interrogarlo si buscan justicia.

Entonces Neonadio y el juez Pistoccio miraron al representante de su estado, quien consultaba el reloj prendido a la cadena de su chaleco como si pudiera hacer algo más que declarar en ese vagón comedor del tren.

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