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Laberintos humanos. Celestinas puneñas.
Las celestinas puneñas, que no por la altura son menos eficaces, hicieron su trabajo con precisión de cirujanas. Recordarán ustedes, queridos y atentos lectores, que Nataela Presley fue joven y bella allá por los años sesenta, y jamás pudo dejar de serlo porque era incapaz de envejecer, cosechando la envida, el odio y el desdén del resto.
Pero si Nataela era incapaz de envejecer, no por ello las celestinas lo eran también para conseguirle víctima, así es que urdieron el macabro plan de mandarla a comprar achuras a la carnicería Los Insensibles, donde la atendió Moisés Neófito, el hombre de duro corazón, quien extendió sobre el mostrador tripa gruesa y delgada para que eligiera.
El romance estuvo a punto de quedar trunco cuando ella le pagó con un billete para el que Moisés no tenía sencillo, tan grande era, pero tanta era la soledad de la Presley que esquivó las ganas que tuvo de irse de la carnicería sin achuras, lo miró con sus pestañas somnolientas y le sugirió que debía haber alguna solución, como la hay para todo problema si es que se la quiere encontrar.
Usted busque, le dijo Moisés con tono salamero sin saber si se refería a la solución o al sencillo, y ella le respondió que si me caso con usted no tendré que pagarle nada porque también seré dueña de esta carnicería, pero el carnicero, limpiándose las manos en el delantal, la invitó a consultar juntos al padrecito.
¿Usted cree que es motivo suficiente para casarse?, le preguntaron tras contarle la historia, y el hombre de Dios los miró azorado.