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Cuando China se avecina

Miércoles, 25 de octubre de 2017 00:00
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El XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCH) reeligió al presidente Xi Jinping por un nuevo período de cinco años, al tiempo que promovió una drástica renovación de sus cuadros dirigentes, concordante con una línea orientada a profundizar la nueva estrategia de desarrollo del gigante amarillo, centrada en el incentivo a la creatividad y la innovación, con la ambición de sustituir a Estados Unidos como primera potencia económica global.

Después de Mao, Xi Jinping es el líder chino que acumuló mayor poder personal en un sistema político que a partir de la muerte de Deng Xiaoping (artífice de la modernización y la apertura internacional de la economía del coloso asiático) se caracteriza por la conducción colegiada y la rotación obligatoria en los altos cargos partidarios y gubernamentales, a partir de una norma no escrita que prohíbe a los dirigentes la permanencia por más de dos mandatos consecutivos.

El reelecto mandatario tiene un estilo de liderazgo diferente al cultivado por sus predecesores. Tanto Deng, como sus dos sucesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, quienes gobernaron durante sendos períodos, preferían la cautela y se presentaban ante la opinión pública como modestos administradores. Xi Jinping tiene una personalidad mucho más carismática. Durante su primer mandato, fue elegido "Lingxiu", un título de liderazgo relevante que nunca había sido conferido a ningún dirigente después de Mao.

Este incipiente "culto a la personalidad" resucita en China el fantasma de la "re-reelección". Nadie está seguro de que la idea de Xi Jinping sea irse a su casa dentro de cinco años. Todo indica que el líder chino pretende aprovechar los tropiezos de Donald Trump para erigirse en la máxima figura de la política mundial. En la portada de la última edición del semanario "The Economist", aparece la foto de Xi Jinping con un subtítulo que reza: "Aunque EEUU es el país más poderoso del mundo, su líder ya no lo es".

El "sueño chino"

Desde su elección en 2012, Xi Jinping fijó como objetivo "el rejuvenecimiento de la nación china", que dejara definitivamente atrás la experiencia traumática de dos siglos en que China fue humillada por las potencias extranjeras. Ese planteo, traducido en la consigna del "sueño chino", émulo del "sueño americano" que signó la segunda mitad del siglo XX, implicó la reivindicación explícita de un nuevo nacionalismo, que en los hechos tiende a reemplazar al dogma comunista en la mitología histórica del régimen de Beijing.

En sus frecuentes discursos, Xi Jinping gusta reiterar que China "es una gran Nación, con más de 5.000 años de historia, y el resultado de la evolución de una de las grandes civilizaciones de la Humanidad". Señala que "la historia china es una continuidad de pasado, presente y futuro, en la que el camino encontrado a partir de 1978 con el liderazgo de Deng Xiaoping permite revertir el destino y afirmar el sueño del rejuvenecimiento de la Na ción china".

Esta constante apelación a la afirmación del orgullo nacional se expresa en todos los planos: desde la rehabilitación de Confucio como el máximo pensador de la historia china hasta la más reciente reivindicación de la memoria de Chiang Kai-shek, líder del Partido Kuomintang y archienemigo de Mao en la guerra civil que ensangrentó al país entre 1927 y 1949, quien una vez derrotado por los comunistas se refugió en la isla de Taiwán, proclamada entonces como un estado independiente, jamás reconocido por Bei jing.

En esta síntesis entre economía de mercado y nacionalismo cultural, aunados en la búsqueda de un creciente protagonismo internacional, figura la imitación de los modelos políticos occidentales. Con el llamado "socialismo con peculiaridades chinas", Xi

Jinping intenta sepultar el pasado comunista y recrear un proyecto nacional acorde con su objetivo estratégico de restablecer ese legendario "Imperio del Centro" que fue China como potencia mundial desde los albores de la Edad Media hasta la Primera Revolu ción Industrial.

Bienvenido Mr. Trump

No casualmente la reelección de Xi Jinping coincide con un punto de inflexión en la relación bilateral entre China y Estados Unidos, simbolizado por el inminente viaje de Trump a Beijing, quien retribuye así la visita realizada en abril pasado por el mandatario chino, cuando mantuvo prolongadas deliberaciones con su colega norteamericano en su residencia veraniega de Palm Beach, en lo que algunos analistas bautizaron como una "segunda Yalta".

Exageraciones aparte, el vínculo entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría estuvo condicionado por la existencia de la bomba atómica. El principio de la "destrucción mutua asegurada" garantizó entonces el mantenimiento de la paz mundial. En la actualidad, la globalización forjó mecanismos de interdependencia que hacen que lo peor que le podría suceder a China sería una crisis económica en Estados Unidos y la peor pesadilla para Estados Unidos sea una recesión en China. Esta reedición del principio de destrucción mutua asegurada de la guerra fría encuentra una manifestación equivalente en el terreno económico y veda a Washington cualquier alternativa de "guerra comercial" con la superpoten cia en ascenso.

Trump despotrica porque el traslado masivo de las inversiones de las corporaciones trasnacionales estadounidenses a China provoca un incremento de la importación de productos chinos en Estados Unidos y un proceso de desindustrialización en la economía norteamericana. Pero ocurre que las ganancias que esas firmas obtienen en sus operaciones en China benefician a decenas de millones de ciudadanos norteamericanos quienes, ya sea directamente o a través de los fondos de pensión, son accionistas de esas compañías. Ocurre también que las importaciones chinas son un insumo indispensable para las cadenas productivas de numerosas industrias estadounidenses.

Xi Jinping sabe perfectamente lo que pasa con Estados Unidos y, sin perder de vista ni por un momento su propia estrategia, le ofrece a Trump un providencial salvavidas. China es hoy el principal exportador mundial de capitales. En 2016, sus inversiones en el exterior superaron a las estadounidenses. La oferta es multiplicar la inversión de las empresas chinas en Estados Unidos y, al mismo, tiempo aumentar la adquisición de productos norteamericanos para el mercado chino. En esa nueva asociación estratégica, Xi Jinping aspira a crear un eje Beijing-Washington, un "G-2" que institucionalice el ascenso de China en el escenario mundial. Si lo consigue será muy difícil que Xi Jinping se retire en 2022.

 

 

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