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Sacachispas, en el fútbol, es casi un sinónimo de desprecio. Un rival, club o formación que se subestima fácilmente. Y particularmente el “2” de ese equipo suele ser un personaje anónimo, un mal jugador, utilizado para la típica broma futbolera: “jugás peor que el 2 de Sacachispas”, ¿quién no ha bromeado alguna vez entre amigos y en un picado?
Pero en la vida real es todo lo contrario. Ese jugador existe, tiene nombre y apellido y, además, es salteño.
“Antes de llegar a este club, siempre me hacían bromas sobre Sacachispas y nunca pensé que iba a terminar jugando acá”, contesta Roly desde Buenos Aires, lejos de aquel mito popular y luego de tirar por tierra las historias negativas que suelen salpicar a cualquiera que se ponga la pilcha de “saca”. Esta es su historia, la de un chango luchador que ganó y perdió en la misma medida pero que nunca renunció a su deseo más grande: hacer lo que más le gusta desde que dejó su Metán natal hace quince años.
Carlos Rolando Arancibia decidió forjar su futuro lejos de Salta en el 2002. Hijo de padres separados, tenía a su mamá Norma ya en aquel tiempo en Buenos Aires por razones laborales, pero él permaneció en el sur de la provincia con sus abuelos Ramón y María, a quienes les había hecho una promesa: terminar el secundario (asistía a la escuela técnica de Metán) y recién dedicarse a jugar a la pelota. Vivir del fútbol era un sueño que luego pudo alcanzar.
Roly jugó en varios equipos del ascenso en Buenos Aires y acaba de salir campeón con Sacachispas, donde juega desde el 2015. Sí, el mítico Sacachispas es uno de los pocos equipos campeones que arrojó la temporada del fútbol argentino con el ascenso que consiguió a la B Metropolitana. Y allí había un salteño, el “2”, el capitán.
Arancibia se volvió un referente en ese equipo que en este primer semestre se destacó no solo por lo estrictamente deportivo.
El defensor, de 34 años, partió cuando tenía 19 años y desde entonces se quedó en la gran metrópolis. Superó las pruebas en Ferro y pasó a ser jugador de la cuarta división. En poco tiempo escaló a primera cuando el verdolaga también estaba en la B Nacional. “Al principio mi mamá me aguantó la pensión, después, desde que me subieron a primera y fui representado por Gustavo Mascardi, pude vivir en un departamento”, contó. Con el reconocido empresario del fútbol estuvo ligado un par de años más.
En la temporada 2004 enfrentó a Juventud Antoniana en la segunda categoría del fútbol nacional. “Recuerdo ese partido, fue en el Martearena y ganamos 2 a 0”, dijo Carlos.
El santo se le cruzó en su vida por tercera vez en el 2014. Llegó a la Lerma y San Luis apadrinado por el Buitre Espeche, otro metanense, pero el Beto Pascutti, el DT en ese momento de Juventud, lo descartó. “Me fui con todo para entrenar y quedarme, pero el Beto me dijo que ya me iba a llamar porque habían arreglado con otro defensor (Juan Cassarini). Después nunca me llamó”, recordó.
Ferro, Defensa y Justicia (con este club enfrenó por segunda vez a Juventud), Deportivo Roca (Federal B) y cuatro años en Atlanta le fueron dando forma a su carrera. Fue parte del equipo que chocó con River en la B, en el 2011. Barracas Central, Independiente de Fontana, en Formosa, y Armenio fueron sus clubes siguientes. Hasta que apareció Sacachispas, el club de las bromas infinitas, en 2015. “Veremos si sigo, tengo que negociar”, dudó Roly porque su vínculo se terminó el viernes.
Carlos, de niño y adolescente en el barrio Municipal de Metán asistió a la escuela Marcos Avellaneda. Se declara hincha de River, “pero siempre estuve pendiente de Juventud Antoniana y Central Norte”, comentó.
Y siempre vuelve a Salta, en cada receso, para reecontrarse con sus amigos del barrio, con sus abuelos y la familia de su esposa. El defensor está casado con Erika Caro Quiroga, también metanense, tiene dos hijos, Fabricio y Santiago, y un tercero en camino. La próxima semana, tras el final del torneo de la Primera C (Sacachispas fue campeón anticipado), volverá a sus raíces. También pasará por Salta para ver a su padre, don Carlos, quien vive en la zona norte. “Siempre voy a visitarlo”, contó.
Arancibia dice tener no más de seis o siete goles en su carrera y piensa jugar un par de años más; “nunca tuve una lesión grave y eso es importante, mientras me den las piernas, no paro”, afirmó. Ni tampoco descarta jugar alguna vez en Juventud, Gimnasia o Central Norte. “Habría que ver qué me pueden ofrecer, es difícil porque detrás tengo a mi familia, el colegio del nene, el trabajo de mi esposa, no sería imposible pero tampoco es fácil”, comentó.
Un equipo con mucha onda
Sacachispas es un club chico, de barrio (Villa Soldatti), fundado en 1948, hace 69 años, tiene un estadio para poco más de 5.000 personas y fue noticia en este semestre no solo por alcanzar por primera vez el ascenso a la B Metropolitana, sino por sus ocurrentes formaciones, festejos y disfraces que utilizaron en cada partido.
Contó Carlos Arancibia que la idea original fue su compañero, el delantero Eduardo Do Santo, quien propuso hacer una formación diferente y romper con el molde de la típica pose antes del arranque de cada partido. Y así comenzaron las historias simpáticas que luego se conocieron en todo el país a través de los portales y redes sociales. “Edu se la copió a una selección de Gales y así arrancamos. La primera formación era tres jugadores parados, un defensor, el arquero y yo, mientras el resto se ponía abajo. Después metimos variantes”, contó el salteño y así apareció la formación “pirámide”, un cuadro con Goofy (personaje de Disney) en el centro y “conejos” de Pascuas. En diciembre pasado, ante la cercanía de la Navidad, utilizaron gorros de Papa Noel. El DT Norberto D’Angelo fue aceptándolo de a poco; “a mi tampoco me gustaba en un principio, pero después todos nos prestamos, el grupo tenía una onda bárbara”, dijo Carlos.
El más resonantes de los festejos fue cuando el violeta eliminó a Arsenal en la Copa Argentina: todos posaron con máscaras de superhéroes. “Esa idea fue mía, yo tenía la máscara del Capitán América, pero después no jugué ese partido porque el técnico le dio lugar a los que no venían jugando en el campeonato”. Roly tuvo que prestar su careta ese día.
El defensor también fue parte del “haka” que armó el plantel, el tradicional baile maorí que popularizaron los All Black (el video puede verse en el sitio digital de El Tribuno) y todos esos momentos felices son los que el salteño extrañará cuando deje el fútbol, en un par de años más. Y después tendrá una linda historia que contarle a sus nietos.