¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
22°
7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

San Martín, la integración y la traición

Sabado, 08 de julio de 2017 00:00
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

San Martín organizó ejércitos y los condujo a la victoria a través del continente no por amor estéril a la gloria militar, sino para alcanzar un objetivo político trascendente que iba más allá de la mera emancipación de pueblos subestimados por un régimen imperial.

Consideraba sí, como necesidad primaria, la proclamación de la independencia. Era la etapa inicial de un proceso que pretendía para esta parte del mundo, un destino de grandeza, pero también un mayor desenvolvimiento económico, "porque la abundancia hace felices a los pueblos", según sus propias palabras.

La idea como construcción política era posible, jurídicamente gobernable y económicamente fuerte, capacitada para salvaguardar su propia soberanía. O'Higgins, Miranda, Bolívar alentaron la idea de la unión de las provincias españolas en Sudamérica en un sistema federal, sin hegemonías, para formar una vez consolidada su independencia la gran Confederación del Sur, un estado capaz de intervenir con autoridad y capacidad importante en el concierto universal de naciones. Esto es, en igualdad de condiciones frente a las potencias europeas y a la par de la confederación estadounidense.

La Patria Grande

Dentro de esta concepción de que toda Sudamérica hispana "unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola Nación", las Provincias de la Unión funcionarían, bajo una organización general emanada de un ordenamiento constitucional.

No se pensaba en una patria reducida a los límites de las circunscripciones administrativas coloniales, sino en una Patria tan grande como toda la Hispanoamérica sureña. Las partes debían estar en función del todo, ese era el sentido histórico de la emancipación sudamericana, destinado a ser un hecho político trascendente a escala universal o desvirtuarse en localismos, carentes de perspectiva internacional.

Pensemos que la declaración de la Independencia en Tucumán no se refirió a las Provincias del Río de la Plata, sino a las Provincias de la Unión y a las Provincias Unidas de Sudamérica, como se lee en el acta. Seguía así el criterio anglosajón al denominar "Estados de la Unión" o "Estados Unidos de América", como se continúa haciendo en la actualidad.

San Martín vislumbró un ámbito geopolítico, llevando en triunfo su bandera emancipadora desde Buenos Aires a Quito, pasando por Santiago y Lima, como dirección estratégica principal, integrada con operaciones secundarias en Montevideo, La Paz y Asunción. Quedó bosquejado para la Argentina, como espacio geopolítico, el llamado Cono Sur de América, donde nuestro país debía ser gravitante y rector.

Ejemplo de esto es su proclama del 13 de noviembre de 1818 a los limeños y habitantes del Perú, en el que expresa: "Afianzados los primeros pasos de nuestra Independencia política, un congreso central compuesto por los representantes de los tres Estados, dará a su respectiva organización, una nueva estabilidad y la constitución de cada uno; así como su alianza y federación perpetua, se establecerán en medio de las luces de la concordia y de la esperanza universal".

San Martín, el demócrata

Hay documentación que nos aproxima a la idea de un San Martín con profundo sentido democrático. En cartas del 3 de marzo y del 29 de agosto de 1822, le sugiere a Bolívar la importancia que los pueblos resuelvan por sí mismos y no por mandato acerca de su futuro político.

El genial pensamiento sanmartiniano advertía que más allá de la independencia era necesario crear para Sudamérica, una estructura de asociación más eficaz que las individualidades nacionales. Ello era imprescindible para hacer frente a las inevitables tensiones que las circunstancias políticas, económicas y sociales les impondrían. Reiteradamente indicó que esta entidad política debía ser comprensiva de las idiosincrasias de los pueblos; conjugando los problemas del entorno geográfico y aglutinante de la unidad continental. Sentó así las bases de la integración de todos los sectores sociales, independientemente de su color y fortuna.

La propia experiencia le mostraba que, desvinculadas políticamente las naciones sudamericanas nacientes, quedarían acordonadas sobre la costa, con extensos espacios vacíos a su retaguardia y comunicaciones terrestres extensas y deficientes.

De esta manera las transacciones económicas se realizarían naturalmente a través del mar. El tráfico cultural se orientaría en ese sentido. De tal suerte, aisladas, sin estructura jurídica que las ligara entre sí y consolidara sus autonomías, habrían obtenido sólo su independencia política, pero sellada la cadena de dependencia de los estados centrales.

La consecuencia lógica sería una progresiva amputación de las raíces del tronco hispánico, que dejaría a estos países sin conciencia ni cultura propia y los lanzaría a andar a destiempo, cuando no a remolque del Viejo Mundo, y más tarde de los Estados Unidos.

Independencia e imperios

El acaecer histórico le dio la razón. San Martín sacó a la América del Sur de su encuadramiento colonial, pero sus contemporáneos no entendieron que había que reemplazarlo por otro que la salvaguardara con efectividad del imperialismo que subsistió en el mundo como sistema. Las clases dirigentes, a quienes el Libertador entregó su testimonio, organizaron estados jurídicamente autónomos pero destinados al subdesarrollo, donde cada hecho político o económico significativo estuvo influido desde el extranjero, a lo largo de doscientos años de vida independiente.

El Libertador quería para Sudamérica el máximo de grandeza, de prestigio, de gravitación internacional y de porvenir, un destino verdaderamente ilustre. Sus contemporáneos se empeñaron en que así no fuera, y se contentaron con gobernar estados débiles. Interfirieron, y le quitaron viabilidad a la concepción sanmartiniana. Diversos factores, de variada naturaleza, contribuyeron negativamente a ello: gobernantes a los cuales el encono les empañó la visión de un objetivo geoestratégico, los grupos de foráneos de tipo mercantilista como los de la Gran Bretaña que accionó hábilmente, a través de sus agentes, bajo el lema tradicional de “dividir para reinar”, politiqueros, cuya mediocridad le otorgaba la posibilidad de acceso al poder en un escenario restringido, y algunos teóricos del derecho divorciados de la realidad. También algunos camaradas de armas que lo traicionaron por celos profesionales, y carencia de una perspectiva de estrategia general, que el Protector del Perú no quiso individualizar; el surgimiento de una nueva clase dirigente en sustitución de la española que ocupó la cúpula socio-política y manejó las instituciones lugareñas con una visión estrecha, sin incursionar en el ámbito de las grandes ideas. Todos estos actores no advirtieron que el proceso de emancipación involucraba varias etapas y sólo atinaron a construir los cimientos diferenciales, para levantar luego sobre ellos sociedades rezagadas, debilitadas. Cimentaron el localismo, usufructuaron del poder político, labraron fortunas personales y se despreocuparon de la “gran causa del continente americano”.

Se ha intentado la creación de algunos organismos de complementación regional, tales como el Pacto Andino, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, la Cuenca del Plata y recientemente el Mercosur.

El logro de una sólida integración latinoamericana de vastas proyecciones, exige generosidad y valentía política, es un proceso de largo plazo, en torno de compromisos políticos- económicos. La América sureña y la República Argentina deben ser sujeto de la historia y no objeto a disposición de los esquemas de poder universales y de mezquindades personales.

El destino de Sudamérica, y el de nuestro país en particular, debe tender a fortalecer la posición Argentina en el concierto regional y mundial de naciones, como medio para lograr un sólido entendimiento y gravitar con peso específico propio en las grandes decisiones universales que diseñarán cuál ha de ser el futuro de la humanidad.

El general San Martín, premonitoriamente, en su misiva al Congreso del Perú, del 20 de septiembre de 1822, expresó: “La fortuna varia de la guerra, muda con frecuencia el aspecto de las más encantadoras perspectivas”.

La misión impuesta por San Martín a los americanos del Sur, de constituirse en una sola y gran Nación, está inconclusa. De ahí la profunda desazón que a dos siglos de distancia, se advierte en la mayoría de los países del área, y la sensación de fracaso que se evidencia en el Cono Sur de América. A dos siglos de la emancipación, nos hallamos aguijoneados por la falta de solidez de nuestros sistemas democráticos, los que están a merced de dictaduras y de populismos. La mediocridad se ha impuesto a las grandes ideas. En nuestra Nación, particularmente, la falta de políticas públicas inscritas en el largo plazo, tiene su correlato en las notables carencias en el orden político, económico, social y cultural.

La contribución de nuestra provincia al proceso emancipador americano ha constituido una tarea titánica. Güemes y la gente de esta tierra fueron fieles sostenedores del plan continental sanmartiniano. Ellos sacrificaron vidas y haciendas en pos de un ideal. Pero este impulso de coraje y bravura se ha extinguido, y en dos siglos han primado la mezquindad, los intereses sectarios, el corto plazo y la politiquería. Nuestra historia reciente evidencia esta falta de grandeza y de generosidad para con el soberano. Hubo una corresponsabilidad que unió a los Poderes del Estado, tanto nacional como provinciales y fue especialmente lacerante el divorcio de los intereses de la dirigencia y la ciudadanía, en la destrucción de la cultura del esfuerzo a través del clientelismo, que se traduce actualmente en las gravísimas problemáticas que habitan nuestro tiempo y que se consolidan en la indigencia y vulnerabilidad de nuestros coterráneos. 

Hace doscientos años, el Padre de la Patria y Libertador de medio continente nos ofrendó un programa completo para el bienestar de los americanos. Fue el tiempo de expresión de nobles ideales. Corresponde hoy, retomarlos y superar bicentenarias mezquindades. Es bueno que en esta tierra gaucha se conozca y admire a los próceres, pero sería mucho mejor tratar de imitar sus ejemplos, reactivando la economía; motor que moviliza a la sociedad; ejerciendo responsablemente la función pública y promoviendo política de integración. Y recuperar la idea sanmartiniana: “la abundancia hace felices a los pueblos”, lo que significa productividad, trabajo sostenido, distribución de la riqueza. No una abundancia para pocos “amigos” del poder, sino para todos los habitantes de la Nación.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD