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En coincidencia con el apotegma del papa Francisco sobre que "el tiempo es superior al espacio", o también al de Perón cuando desde el exilio proclamaba que "entre la sangre y el tiempo elegí el tiempo", China responde al desafío de Donald Trump de desatar una "guerra comercial" con una apuesta de largo plazo, basada en la profundización de la cooperación y no en la exasperación del conflicto.
Esa decisión estratégica será ratificada en la reunión cumbre que mantendrán Trump y su colega chino, Xi Jinping, quienes coincidirán el 30 de noviembre en Buenos Aires con motivo de la reunión de jefes de Estado del G-20.
Una pieza fundamental de esa estrategia de Beijing es la profundización de la apertura internacional de su economía, a través de la supresión de trabas a las importaciones. Esa eliminación de las barreras comerciales busca que China no sea visualizada solo como una potencia vendedora con la que resulta difícil competir en igualdad de condiciones, tal cual sucede hoy con Estados Unidos y otros países, sino también como una gigantesca aspiradora de productos y de servicios y, por lo tanto, un inmenso mercado de consumo a conquistar.
Esa proyección de China como una gran potencia importadora tendrá una clara manifestación en la monumental Exposición Internacional de Importaciones a celebrarse en Shangai entre el 5 y el 10 de noviembre, con la participación de 2.800 compañías de 130 países y de 160.000 empresas locales interesadas en adquirir sus productos. Según los organizadores, 200 de las 500 empresas que lideran el ranking de facturación de la revista Fortune pagaron por adquirir su espacio en Shangai.
Una feria con signo político
Cada año China es la sede de alrededor de 4.000 ferias comerciales, pero este emprendimiento tiene un signo político distintivo: funcionarios del Ministerio de Comercio recorrieron el mundo entero durante meses para persuadir a compañías extranjeras y asociaciones empresarias para que envíen delegaciones al evento.
Jacob Parker, vicepresidente con base en Beijing del Consejo de Comercio EEUU - China, confirmó que "están tratando de producir un efecto visual que demuestre su sensibilidad a las preocupaciones". Como resultado de la ofensiva diplomática de Beijing comprometieron su asistencia varios jefes de Estado y el brasileño Roberto Azevedo, director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Con motivo de la exposición, la ciudad de Shangai acelera a marchas forzadas un ambicioso programa de remodelación urbana que implica una inversión de 7.500 millones de dólares. Los subterráneos ya están adornados con la mascota de la exposición y mensajes de bienvenida a los visitantes. Para agilizar el tránsito en una urbe superpoblada y ultra congestionada, el municipio resolvió cerrar por dos días las oficinas públicas y las escuelas. Las espectaculares instalaciones de 1,43 millones de metros cuadrados (143 hectáreas) de superficie, construidas en forma de trébol, presentarán un escenario evocativo de la economía mundial, con helicópteros italianos, soja estadounidense, levadura francesa y una máquina molinera alemana. En "stands" artísticamente decorados, cada firma ofrecerá sus mejores productos. Los organizadores pretenden jerarquizar el evento con una estética deslumbrante.
La zanahoria y el garrote
Frente al garrote de Trump, China enarbola la zanahoria de su codiciado mercado de consumo. Beijing intenta mostrar al mundo, pero especialmente a EEUU, que su ascenso económico no constituye una amenaza sino más bien una oportunidad para el desarrollo de los demás países. En septiembre pasado, en respuesta a las medidas restrictivas anunciadas por Trump a las importaciones provenientes del coloso asiático, Xi Jinping sorprendió declarando: "No es intención de China tener un superávit comercial". Más allá de su obvio tinte propagandístico, esa declaración tiene una base real. Beijing impulsa una nueva estrategia de desarrollo, que sustituye al modelo anterior, fundado en la promoción de las exportaciones industriales como motor central del crecimiento de la economía y privilegia la expansión de ese formidable mercado interno constituido por su población de 1.400 millones de habitantes. Ese vuelco hacia el mercado doméstico requiere un aumento de las importaciones chinas. En 2017 esas importaciones crecieron un 18,7%. China desplazó a Alemania como segundo importador mundial.
Este viraje no es el resultado de una elucubración teórica sino de una ineludible exigencia política. China es la segunda potencia económica global detrás de EEUU, pero su ingreso por habitante, a pesar de haberse multiplicado por quince en los últimos cuarenta años, asciende todavía a 9.500 dólares, una cifra que lo ubica en el puesto 75 del ranking mundial. Estados Unidos, con una población de 313 millones de habitantes, ocupa el octavo lugar en ese ranking, con un ingreso por habitante más de ocho veces mayor: 67.500 dólares. El pueblo chino aspira a ser la primera potencia económica mundial pero también quiere vivir mejor y el Partido Comunista está obligado a satisfacer esa demanda. Por eso, en 2017 el producto por habitante aumentó un 8,7%.
Ya en su primera entrevista con Trump, realizada en abril de 2017 en la residencia de Palm Beach, en Florida, Xi Jinping le planteó a su colega estadounidense que la mejor forma de superar la gigantesca asimetría comercial entre ambos países, que en 2016 ascendía a 340.000 millones de dólares, no era la reducción de las importaciones chinas, sino el incremento de las exportaciones norteamericanas.
Meses después, en otro diálogo con Trump, el multimillonario Jack Ma, accionista principal de Alibaba, la mayor empresa asiática de comercio electrónico y la segunda del mundo detrás de Amazon, abrió una nueva ruta comercial, acorde con los cambios tecnológicos. Ma sugirió que las pequeñas y medianas empresas estadounidenses, que no tenían las sofisticadas líneas de comercialización de las grandes compañías multinacionales, podían utilizar esa plataforma para conectarse directamente con sus similares chinas. Al terminar la reunión, Ma declaró que Trump era una persona de "mente abierta" y Trump, que Ma era "un gran emprendedor".
Conviene situar esta pulseada estratégica en la perspectiva del tiempo. En 1830, Hegel en sus "Lecciones sobre la filosofía de la historia universal" decía: "El Estado chino nunca fue fundado: existió desde siempre y se desarrolló siempre a partir de sí mismo. Su historia de 5.000 años no está en el pasado sino en el presente, y lo que China es, es en el presente. Por eso se funda en la armonía, que es la capacidad de absorber y trascender todas las contradicciones". En el Occidente contemporáneo, un año parece una eternidad. Para los chinos, un siglo es apenas un suspiro de la historia.