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América Latina está retrasada en la carrera mundial de la productividad. Ese atraso acumulado es la causa de su relativo estancamiento económico y, por lo tanto, su principal desafío político.
Dicho diagnóstico constituye la base del plan de gobierno de Jair Bolsonaro. Su superministro de Economía, Pablo Guedes, pretende atacar en profundidad y sin gradualismos las causas estructurales de esa pérdida de competitividad. Semejante giro copernicano tendrá un impacto en toda la región, especialmente en los países del Mercosur y en primer lugar en la Argentina. La designada ministra de Agricultura, Teresa Cristina Da Costa, lo planteó sin eufemismos: "Hay que revisar el Mercosur".
Un interesante estudio presentado días pasados en Bogotá por la Corporación Andina de Fomento (CAF), con el título de Instituciones para la Productividad, corrobora el diagnóstico del equipo de Bolsonaro.
El trabajo puntualiza que en las últimas seis décadas, y a pesar del notable aumento en los precios de las materias primas en los últimos quince años, el crecimiento de los índices de productividad de América Latina ha sido relativamente bajo y, a diferencia de lo ocurrido con los países emergentes del mundo asiático, empezando por China, no ha permitido acortar las distancias entre el ingreso por habitante de la región con los Estados Unidos.
Las diferencias
El presidente de la CAF, el economista peruano Luis Carranza, subrayó que en el mismo período otros países "sí han mostrado importantes avances; por ejemplo, España pasó de tener un tercio del nivel de ingreso per cápita de Estados Unidos a tener dos tercios. Corea del Sur, por su parte, pasó del 7 al 67%". El documento de la CAF enfatiza una consigna: el único camino para mejorar los niveles de ingresos de la población es el aumento de la productividad.
Entre los factores reseñados, el informe de la CAF subraya, entre otros, las barreras legales que dificultan la libre competencia y los escollos para acceder a insumos de primera calidad.
Los datos indican que en América Latina existen mayores trabas que en el resto del mundo para la instalación de nuevas empresas, aunque esa limitación no sea uniforme: Brasil tiene uno de los regímenes más restrictivos y Chile uno de los más abiertos. Ese contraste explica la admiración de Guedes por el "modelo chileno" y el anuncio sobre que el primer viaje internacional de Bolsonaro sería al país trasandino, cuyo presidente, Sebastián Piñera, elogió calurosamente el programa económico del nuevo gobierno brasileño por su tendencia a la desregulación y la apertura internacional.
Desequilibrios
Pero la limitación estructural más severa es el déficit de infraestructura. Según el documento, "América Latina presenta una marcada deficiencia en la calidad de algunos servicios esenciales para el funcionamiento de las empresas". Por ejemplo, en 2016 no hubo ningún país latinoamericano en los primeros 39 puestos del Índice de Desempeño Logístico del Banco Mundial, que mide la eficiencia de este tipo de servicios. Los dos países mejor posicionados de la región, que son Panamá y Chile, ocupan las posiciones 40 y 46 en un listado de 160 lugares considerados, mientras que varios países latinoamericanos ocupan posiciones en la mitad inferior de la lista. Aquí está la explicación de por qué Bolsonaro eligió como Ministro de Infraestructura al general Oswaldo Ferreira, quien hasta hace pocos meses era el jefe de Logística e Infraestructura del Ejército. Los militares brasileños quedarán institucionalmente a cargo de la ejecución de los planes de desarrollo de la infraestructura, definida como una prioridad de seguridad nacional.
Según la Encuesta de Empresas del Banco Mundial, el 22,5% de las firmas consultadas estima que el transporte constituye un obstáculo para hacer negocios entre la región y los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el selecto club de los países más desarrollados cuyo único socio latinoamericano es Colombia y que tiene en lista de espera a Brasil y la Argentina. En el mundo desarrollado ese promedio baja del 22,5% al 9,5%. En el acceso a la electricidad, los números son del 36,8 % para la región y el 19% para los países de la OCDE.
Problemas de los grandes
Naturalmente, esas carencias en infraestructura son más notorias en los países de mayor superficie, que debido a las distancias geográficas tienen un mayor costo logístico. De allí que golpee con más intensidad primero a Brasil y en segundo lugar a la Argentina. Con un agregado: en muchos casos, sobre todo en relación a las conexiones interoceánicas, esa demanda de infraestructura excede los planes nacionales de obras públicas y exige un planeamiento y una coordinación regional entre los países del Mercosur y la Alianza del Pacífico.
Un factor a tener en cuenta es que, por su magnitud, las inversiones necesarias para la modernización de la infraestructura, en particular en economías como la brasileña y la argentina, que padecen serias restricciones fiscales, no pueden ser cubiertas por la inversión pública. Tampoco por la inversión de las grandes compañías constructoras locales, que en estos dos países experimentan, además, las consecuencias de las acusaciones de corrupción puestas de manifiesto en el Lava Jato y en el cuadernogate. Resulta indispensable entonces el concurso de la inversión extranjera, que en las actuales circunstancias tiene dos fuentes principales, que compiten geopolíticamente en la región: Estados Unidos y China.
Otro punto políticamente conflictivo en las causas del retraso de la productividad regional es el bajo nivel de productividad laboral. El estudio de la CAF consigna que la productividad promedio por hora de los trabajadores de la región se reduce a 0,26% en relación a Estados Unidos marcado como punto de referencia a la que en esa escala se atribuye el valor 1. También aquí hay disparidad entre los países. Argentina (0.39%), Chile (0,34%) y Venezuela (0,33%) están ubicados en la parte superior de esa tabla, mientras que Perú (0,17%), Ecuador (0,18%) y Colombia (0,19%) presentan las cifras más bajas. Entre las razones, el informe destaca la existencia de una amplísima franja de empleo informal, cuyos niveles de productividad empujan hacia abajo el promedio. Esos bajos índices de productividad laboral desincentivan la inversión e impactan severamente contra la competitividad de las economías latinoamericanas.
Las conclusiones saltan a la vista y explican lo que sucede en Brasil, que marca el signo de la época. Todos los gobiernos de la región estarán obligados a responder al crucial desafío de la productividad. Como decía Charles de Gaulle, la política es "el arte de conducir lo inevitable".