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La república necesita valores éticos

Sabado, 15 de diciembre de 2018 00:55
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En el contexto de nuestros días, y atento a las informaciones de los medios de comunicación, que nos aproxima a un clima cuasi apocalíptico, la sociedad presencia con mucho temor y asume cada día más la pérdida de las virtudes cívicas.

Todo hombre tiene un continente de ideas que informan su trayectoria cualquiera sea la función que cumpla en la vida. En posesión de ese bagaje doctrinario, es menester considerar la dimensión ética de la persona, concepto que nos aproxima a los valores y virtudes. Existe en muchos sectores de nuestra sociedad la conciencia de que los valores y virtudes son de gran necesidad, y por esto se evidencia el reclamo urgente para la sana convivencia entre un colectivo de ciudadanos que desean vivir en un Estado de Derecho. Las virtudes cívicas son los centinelas necesarios para vivir una vida digna y poder construir una sociedad justa y fraterna.

Muchos son los diagnósticos que nos informan de la descomposición política, social, cultural y económica que laceran a nuestra República en general, y a nuestra provincia en particular. Más aún, debemos cuestionarnos qué estamos haciendo nosotros como sociedad y preguntarnos cómo restituimos los valores y virtudes cívicas.

Habitamos un tiempo en el que la tecnología impera en los más recónditos intersticios de nuestra vida, y manifestamos que es necesaria una completa capacitación para nuestros semejantes. Es habitual pensar en la cualificación técnica y científica del individuo, requisito ineludible para ocupar cualquier puesto de trabajo, y más aún en la dirigencia política.

Pero, ¿nos interesamos tanto en la cualificación ética de nuestros gobernantes, como de nosotros mismos?

Aristóteles, en su libro "Política", expresa que "el que manda ha de poseer perfecta virtud ética, pero también que el buen gobernante ha de ser honrado y sensato, siendo esta última, la única virtud propia del que manda".

La fuente primigenia

La falencia reside en un punto central: muchos de los habitantes de nuestra sociedad carecen de una moral de base ontológica y trascendente. El patriotismo, ha quedado en el pasado, en los pesados tomos de los libros de Historia. No se evidencia que el patriotismo es un concepto por el cual cada sujeto es necesariamente responsable por el destino de la Nación. El patriotismo es intrínseco al ciudadano.

De allí que la República fundada hace más de dos siglos necesite urgente restituir aquellas virtudes que animaron a los hombres que forjaron la independencia y dieron origen al actual estado argentino.

Cabe aquí recordar las palabras de la sesión del Congreso del día 1º de abril de 1816: "Americanos yo os recuerdo con esta ocasión lo que tantas veces ha resonado en vuestros oídos: en unión seremos invencibles, divididos seremos presa del primero que quiera subyugarnos. La visual de todos los puntos del globo se dirige hacia nosotros. Somos el objeto de la expectación común".

¿Será posible que intestinas divisiones, que nos hacen tan poco honor, sofoquen el sublime y altruista concepto que heredamos de una pléyade de patriotas tan generosos en sus impulsos?

Solicitamos valores

. El valor de dignidad humana, fundamenta el Estado y organiza la protección real y efectiva de los derechos. La dignidad humana es sagrada, innata e inviolable. Pero: ¿cuántas personas son marginadas en condiciones deplorables y viven en estratos indignos de pobreza humana?

. El valor de la libertad es la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal. ¿Cuántas personas son víctimas de explotación, de reducción a la esclavitud, seres que quedan a merced de las redes de trata? ¿A cuántas personas se les niega la posibilidad de expresarse?

. El valor de la solidaridad, que no se circunscribe solamente a la colaboración material con el prójimo. No siempre el dolor ajeno o diversas problemáticas sociales son percibidas como inherente a nuestra sociedad. Más que comunidad de intereses y responsabilidades, la república se resquebraja en una profundísima grieta, de difícil unión. El trabajo cohesionado de los individuos que integran la Nación constituye la condición fundamental para una perdurable prosperidad nacional.

. El valor de la convivencia fraterna, se ausentó del seno de la sociedad argentina. Diálogo y convivencia, apertura y respeto al derecho ajeno, son conceptos negados en vastos sectores. El conflicto y la polarización, parece ser una espiral ascendente sin solución de continuidad.

. El valor del bienestar social, está referido a la función esencial del Estado, que implica la calidad de vida que cada ciudadano debe tener y a la cual, cada persona está llamada a aportar. Un sistema que sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras a la organización de la producción es contrario a la dignidad del hombre. El Estado debería generar programas en pro de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. El círculo vicioso del asistencialismo que se retroalimenta a través del clientelismo, deviene en la creciente marginación de un tercio de la población, la que no tiene un horizonte claro de crecimiento sostenido que permita terminar con este cercenamiento del auténtico desarrollo. El reverso de la moneda está constituido por el abuso infantil, el consumo de drogas, el abandono escolar, el desempleo, homicidios, femicidios y una acentuada desigualdad social, son los factores negativos que se ciernen en la república.

. El valor del progreso, se fundamenta en el crecimiento humano, en la redistribución de la riqueza, la justicia social, la equidad, la cohesión social y territorial, la igualdad de oportunidades, participación, etc. Estos fundamentos para muchos ciudadanos son una simple burbuja de ilusión. El progreso no debe ser interpretado como simple crecimiento económico, no puede reducirse a la multiplicación de bienes y servicios. El progreso para que sea auténtico debe ser integral: material y espiritual.

. El valor de la paz, factor esencial para la cohesión social, que se encuentra atravesada por la persistencia de la inseguridad ciudadana, la impunidad, la irresponsabilidad y deficiencia de nuestros cuerpos de seguridad.

. El valor de la credibilidad, cercenada por la reconocida corruptela pública y privada, la falta de transparencia en el sistema de contrataciones del Estado, en el nepotismo que anida en muchas instituciones del Estado.

. El valor de la legalidad, el respeto por el orden institucional y el acatamiento irrestricto a la ley, como única forma posible para constituir una república donde el bienestar de la ciudadanía sea el objetivo primo.

. El valor de amor al trabajo, superando la idea que es un castigo o un peso difícil de sobrellevar. Es menester considerar al trabajo como el mayor de los tesoros que puede tener una persona, siendo este el medio por el cual el humano puede expresar lo mejor de sí. La prosperidad nacional y local, solo será posible en la medida que se pueda diseñar políticas públicas que incorpore al mercado del trabajo a una enorme masa de ciudadanos que dependen de la exigua ayuda social.

Una mirada diferente

El territorio y sus habitantes poseen un gran potencial, es menester que cada persona se ponga al servicio de los demás y tome conciencia del rol que le cabe como ciudadano, porque al pueblo lo salva y redime el mismo pueblo. Cabe también la responsabilidad de no poner siempre la culpa en el otro. La permanente actitud caprichosa y cuasi infantil de endilgar a otros nuestros problemas, no es la solución para superarlos. Adherir a populismos y líderes mesiánicos no es el camino para proyectar y construir un Estado de derecho. Está demostrado largamente, que esto nos precipita en la dependencia y en el resquebrajamiento del orden moral.

Retomando el camino

Nuestros primeros padres, nuestros próceres, no lucharon para sí, no lucraron desde sus puestos de trabajo, estaban animados por concretar la libertad, concepto sublime y universal, respondiendo a un bagaje doctrinario, basado en un humanismo centrado en una base ética y en una riqueza espiritual. Fueron hombres de coraje, valor, generosos hasta el sacrificio póstumo, idealistas. En todos ellos encontramos una base ética, eje común en que se apoyó la gesta por la construcción del actual estado argentino.

Se ha perdido el horizonte, en el que las políticas públicas son un fin moral en si mismas. El pragmatismo oportunista, la política cortoplacista, las medidas erráticas, un proyecto de gobierno cuyo objetivo está centrado solo en el resultado del próximo comicio, configuran un atentado contra el destinatario último de toda acción política: el hombre.

Así, la política se transforma en una construcción de suma inmoralidad. La república necesita con urgencia, la restitución de los valores y virtudes de nuestros primeros días.

Retomando el pensamiento aristotélico, es imprescindible considerar que quienes gobiernan, como así también los gobernados han de pensar a la sociedad en términos de honradez y de sensatez, avizorar el futuro de la Nación y de la Provincia, el que solo es posible erigir basado en sólidos pilares morales.

El sistema político ha venido construyéndose no sólo en subterfugios y falacias que aún, cuando legales, han dañado seriamente la credibilidad del sistema democrático.

En medio de la resequedad del suelo podemos forjar un terreno fértil, tal como lo hacen muchos pueblos del orbe. Pensar en términos de ética es el primer requisito para lograrlo.

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