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La tregua concertada el 1 de diciembre entre Donald Trump y Xi Jinping contrasta con el incidente suscitado por la detención en Canadá de Meng Wanzhou, vicepresidenta de Huawei e hija de Ren Zhengfei, dueño del coloso asiático de las comunicaciones, quien fue requerida por la Justicia norteamericana. El acuerdo de Buenos Aires signó la institucionalización del G-2 como la mayor instancia de decisión del sistema de poder global. Pero la detención de Meng Wanzhou revela que ese marco de negociación no elimina los focos de conflicto.
Ambos episodios coinciden con la celebración en Beijing del cuadragésimo aniversario del proceso de reformas económicas iniciado en diciembre de 1978 por Deng Xiaoping, que constituyó el punto de partida de la transformación de China en una superpotencia que compite con Estados Unidos por el liderazgo mundial.
La explosión del dragón
En estas cuatro décadas, China protagonizó el mayor éxito de la historia de la economía mundial. Su producto bruto interno creció 76 veces. En 1978, representaba menos del 3% de la economía mundial, hoy alcanza el 15%.
Setecientos cincuenta millones de chinos salieron de la pobreza. Surgió una nueva clase media que es un formidable mercado de consumo. Las previsiones indican que, más allá de la desaceleración de su ritmo de crecimiento, en una década superará a Estados Unidos como primera potencia económica. Ya desplazó a Estados Unidos como primera potencia comercial y como la mayor fuente de inversión extranjera directa a escala global. Es también una potencia nuclear que tiene el Ejército más numeroso del mundo. En este contexto, la cúpula china realizó la Conferencia Central de Trabajo Económico, un cónclave anual donde altos dirigentes del Partido Comunista y destacados funcionarios analizan la coyuntura para recalibrar el rumbo en función de la evolución de las circunstancias.
Fue en una reunión semejante en diciembre de 1978 cuando Deng Xiao ping anunció aquel giro copernicano. Beijing busca ahora sustituir el crecimiento de "alta velocidad" de las últimas décadas, basado en la expansión acelerada de sus exportaciones industriales, por un modelo de "alta calidad", caracterizado por el ensanchamiento del mercado interno, la innovación tecnológica y una mayor apertura internacional.
Cambio de paradigma
Este cambio de paradigma, orientado a convertir la cantidad en calidad, obedece a la conjunción entre dos poderosos factores, uno interno y otro externo. El factor interno, de índole política y social, es que la población del interior demanda un mejoramiento similar a la próspera China de la costa, asiento del "boom" económico , mientras que los trabajadores industriales, actores centrales de este proceso de crecimiento, ya no aceptan cobrar los salarios bajos que posibilitaron las enormes tasas de rentabilidad de las inversiones de las grandes corporaciones transnacionales, principalmente estadounidenses, que instalaron sus plantas intensivas en mano de obra para aprovechar la existencia de una fuerza de trabajo abundante, barata y relativamente calificada.
El factor externo es la revolución tecnológica que deja atrás la antigua sociedad industrial para dar lugar a la nueva sociedad del conocimiento. China no quiere ganar la carrera del mundo que termina sino la competencia por el liderazgo tecnológico en el mundo que viene. Los dirigentes chinos pretenden abandonar el modelo de "fábrica global" para transformar al país en un "centro global de conocimiento e innovación".
Superioridad y supremacía
La superioridad tecnológica es la base de la supremacía militar.
Este nuevo objetivo estratégico de Beijing es entonces una fuente inevitable de conflicto con Estados Unidos que se presenta en apariencia como una "guerra comercial" pero que en realidad encierra una puja por el manejo de las tecnologías del futuro, en especial de la inteligencia artificial, un rubro donde las empresas como Huawei, cuyo fundador es un ex ingeniero de la división de tecnología militar del Ejército chino, cumplen un rol decisivo. Huawei nació en Shenzen, una pequeña aldea de pescadores del sur de China que por su proximidad con Hong Kong fue elegida por Deng Xiaoping hace cuarenta años como sede del primer experimento de apertura a la economía de mercado. Desde entonces, fue un motor fundamental del desarrollo industrial. Hoy es considerada el Silicon Valley chino, asiento de las grandes compañías tecnológica que disputan con Estados Unidos la vanguardia en el terreno de la innovación. Xi Jinping tiene un lazo familiar directo con aquella experiencia: su padre, Xi Zhongxuun, quien había estado preso en un "campo de trabajo" durante la Revolución Cultural, fue rehabilitado y convocado hace cuarenta años por Deng para organizar esa primera experiencia capitalista en China. En la actualidad, Shenzen es el centro principal pero no el único de la innovación. Beijing y Shangai corren desde atrás aunque no demasiado lejos.
En China hay más “unicornios” (empresas tecnológicas con valor accionaria superior a los US$ 1.000 millones) que en Estados Unidos. Las oficinas en China de las firmas norteamericanas de capital de riesgo administran fondos más grandes que en Estados Unidos. Antes los estadounidenses consideraban a los chinos como imitadores, pero esa percepción fue refutada por los acontecimientos.
Como en cualquier otra actividad, en la competencia tecnológica por el dominio de la inteligencia artificial los chinos hacen uso de su principal ventaja competitiva: el número.
Su inmensa población y la laxitud de sus leyes de privacidad les otorgan acceso a muchos más datos que a sus rivales norteamericanos. Las firmas de inteligencia artificial también tienen un considerable respaldo gubernamental. Kai-Fu Lee, exdirector de Google China, advierte que “los estadounidenses ahora tienen la desventaja de la información”.
Esperar la oportunidad
Esto explica las restricciones oficiales impuestas a la actividad en territorio estadounidense de las empresas chinas de telefonía móvil, que son la fuente principal de captura de datos. En los casos de ZTE y de Huawei, las autoridades regulatorias entienden que su expansión en el mercado norteamericano constituye un riesgo para la seguridad nacional. Sospechan de las vinculaciones subterráneas de esas compañías con el Ejército y los servicios de inteligencia chinos. No puede asegurarse que esas prevenciones sean un rasgo de paranoia. En Buenos Aires, Xi Jinping acordó con Trump acotar el conflicto entre las dos superpotencias. La prudencia oriental apa rentó ceder ante el espíritu confrontativo del mandatario estadounidense. Recordó seguramente una máxima de Deng Xiaoping, quien postulaba para China el camino del “ascenso pacífico” en la arena mundial y para ello recomendaba “ocultar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno”.