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Las prodigiosas manos americanas

Martes, 13 de febrero de 2018 00:00
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Una gubia, dos escoplos y una cuchilla en forma de V bastaban al tallista hábil para deslumbrar a la gente de su época. De sus manos salieron los famosos retablos dorados, tan característicos en el Perú, Bolivia y el noroeste argentino. También México, Bogotá, Quito y muchas otras iglesias del Brasil los tuvieron de excepcional factura. En el Río de la Plata las maderas preferidas para estas hechuras eran el aguaribay, el yuaty, el ibiraucay y el urundey, pero el de más demanda era el igary o cedro. También se trabajaban el tembetary guazú y el querandí.

Artistas anónimos

Es imposible individualizar a los autores de una u otra pieza. Todo se debe a los anónimos indígenas -especialmente de las misiones jesuíticas- que trabajaron sin pretender los sabores de la fama personal. Claro que esto fue norma en todas las producciones aborígenes en la América hispana.

Además de los retablos, los tallistas realizaban púlpitos, altares, artesonados, sillería, arcones, atriles, confesionarios y otras piezas que, con frecuencia revestían de oro.

La aceptación de sus trabajos fue unánime, y no podían satisfacer a todos los pedidos. Entonces comenzaron la producción en serie: un molde bastaba para repetir las formas indefi nidamente.

Otros especialistas eran los encarnadores y doradores, cuya función consistía en completar la imagen plena o la de vestir, como se llamaba a las estatuas que sólo dejaban ver la cabeza, las manos y los pies, mientras el resto era cubierto con un primoroso vestido con vistosos dorados.

El conjunto de las imágenes servía para armar, previa rigurosa selección, los belenes o grupos de estatuillas que representaban el nacimiento de Cristo en el portal de Belén. Los naturales eran muy adictos a este tipo de exhibiciones litúrgicas y entre ellas también tenían gran éxito los pesebres de Navidad que, a partir del siglo XVII, se hicieron desmontables y llevaban figuras vestidas.

Aún hoy quedan en la geografía americana, vestigios de la costumbre de recorrer los pesebres de las iglesias y visitar luego las casas particulares para contemplar los que habían hecho sus dueños. Algunos de estos llegaron a ser muy famosos, como el de Tía Carmen, negra del Barrio del Mondongo, en Buenos Aires. Hacía allí salían los negros en procesión llevando en andas a San Baltasar y a San Benito. Al llegar a lo de la Tía Carmen sonaban las orquestas y se bailaban danzas africanas frente al pesebre. El espectáculo reunía entusiastas multitudes que premiaban a los bailarines con aplausos y contribuciones, que se depositaban en un platito colocado a ese efecto. Prueba concluyente de la simbiosis en que convivieron las creencias telúricas y el aporte de la religión católica.

El hierro

La artesanía del hierro llegó con los primeros colonizadores, que trajeron sus herreros, sus fraguas y sus yun ques.

La técnica del hierro forjado alcanzó en la América española un nivel sobresaliente. Con hierro se fabricaron goznes, paradores, candados, cerraduras, llaves, ornamentos, aldabones de argolla y otra gran variedad de piezas. La colonia vivió el auge de las rejas de barrotes verticales con arabescos, barandas y cancelas, crestería de aljibes, cruces para el "camposanto". Los jinetes llevaban hierro en los estribos y las espuelas. Las piezas podían ser de gran valor; todo dependía del artesano que las hubiera forjado.

Los fundidores de campanas, por su parte, debían atender una demanda incesante: cada nueva iglesia, capilla o ermita era un campanario a crear. No se ha de considerar solamente los edificios erigidos por la Iglesia o por las órdenes religiosas, sino que también se debe contabilizar aquellas capillas que se levantaban en las haciendas a requerimiento de sus propietarios y puestas bajo la advocación de santos o Virgen, objeto de devoción de la fami lia.

En todo el continente se conserva en sus más antiguas ciudades vivos testimonios del uso artístico del hierro en el pasado colonial: la Puerta Cancel de la Casa de la Moneda en Potosí, las rejas de la casa del Virrey Sobremonte y la cancela de la casa donde se alojó San Martín, ambas en Córdoba, y los múltiples rosetones, rizos, ondas y palmetas, esparcidas por toda la América española.

El cuero

Pero muy pocos materiales tenían una utilización tan vasta como el cuero. Era, como materia prima, lo que el habitante de América tenía más a mano y a más bajo costo, y con una multiplicidad de aplicaciones realmente excepcional porque sin demasiadas exigencias de procesamiento, lo mismo podía usarse como material de construcción que para el menaje o el vestuario. Servía para hacer lazos, rebenques, bozales, riendas, atadores, botones, sortijas, corredores y pasadores, entre otras cosas igualmente necesarias. Además se lo empleaba en la fabricación de puertas, asientos, catres, camas, baldes y útiles para la vitivinicultura y la agricultura.

Las botas de potro, ojotas, tamangos (grandes zapatones usados por los peones de los saladeros), sombreros, sacos, cinturones y ligas también se hacían de cuero, como asimismo los arcones, bargueños y hasta las carretas, que llevaban techos confeccionados con este material.

El sufrido vacuno proporcionaba, además otro material muy codiciado por los artesanos: el asta, utilizada para este tipo de trabajos desde los tiempos en que las primeras vacas rumiaron pienso americano, a mediados del siglo XVI. Con él se hacían estribos, mates y, sobre todo chifles, nombre que se le da al cuerno vacuno, agujereado en su extremo más delgado y obturada la parte más gruesa con un tapón, también de asta, que se utilizaba para llevar agua o bebidas alcohólicas.

El origen del curtido de cuero se remonta al año 1790 cuando el director de la Real Fábrica de Curtidos de Sevilla, Weterell, envió al Virreinato del Río de la Plata a dos de sus oficiales para que enseñen a los criollos el arte de preparar y curtir pieles y cueros. Los artesanos D. Domoughes (irlandés) y T. Salas (español) arriban a Buenos Aires en enero de 1790. Manuel Belgrano adhirió con entusiasmo a la idea, ordenando, desde su puesto en el Consulado, plantar en Buenos Aires gran variedad de árboles de sustancias tánicas.

La escuela jesuita

Enorme trascendencia y renombre universal tuvieron las misiones jesuíticas, las que se organizaron de acuerdo a las Leyes de Indias y con normas derivadas de la experiencia de la Compañía. Desde su fundación, la orden tuvo un rasgo abiertamente internacional. Jesuitas españoles (Lorenzana, Salón, Torres, Romero, etc.), criollos (González Ruiz de Montoya), portugueses (Grifi, Ortega, etc.) y británicos (Field) inician aquellos pueblos, y son españoles, italianos, belgas y sobre todo alemanes los que más habrían de contribuir al engrandecimiento de los mismos. La influencia alemana desde principios del siglo XVIII fue universal y profunda, sobre todo en la mecánica, en la agricultura y las artes. La labor de la Compañía avanzó sobre las disciplinas que darían base a un rudimento de industrialización. De allí su éxito superlativo y su eficiente organización. La Compañía de Jesús se constituyó como una verdadera empresa educadora. Se suele exaltar su labor en conventos y universidades, pero también hay que asignar que al margen del conocimiento teórico, se educó en las artes prácticas, no suficientemente valoradas en los primeros tiempos del dominio español en América, por ser ejercidas por clases inferiores. Cabe resaltar la capacitación y el trabajo proporcionado a un sector desfavorecido de la sociedad

El aspecto de los pueblos era análogo: una amplia plaza, cuadrada o rectangular en el centro, a un lado la iglesia, la casa de los misioneros, el cementerio, la casa de las viudas, las escuelas, los talleres y depósitos de frutos. En la Casa de los Padres en las Reducciones, había un patio destinado a los oficios: allí se concentraban tejedores, carpinteros, herreros, plateros, pintores, escultores, doradores, encarnadores, torneros, sombrereros, sastres, rosarieros, luteros. Era una verdadera escuela de artesanías donde se aprovechaban todos los recursos que brindaba la naturaleza: la madera de las selvas, los productos del ganado, las conchas recogidas en la orilla de los ríos, las fibras de las plantas, la fuerza del agua, etc. Nada que la grandeza del suelo ofrendaba dejó de ser explotado. Ello redundó en un acabado conocimiento en el que se educó a generaciones de aborígenes. 

El obstáculo gremial

El factor mano de obra desempeña un papel descollante en la producción artesanal. El problema no se presenta con idénticos caracteres en las dos regiones fundamentales de esta parte de América. Mientras en el Alto Perú y comarcas colindantes se nota la existencia de un artesanado relativamente numeroso y hábil, que se constituye en gremios poderosos a semejanza de los españoles, el Río de la Plata vive en la estrechez y en la indigencia. El desprecio secular de los peninsulares por el trabajo manual, y el particular desapego por las artes mecánicas, contribuyó a hacer que fueran pocos quienes se dedicaran a estos menesteres en el Nuevo Mundo. La parte principal del artesanado estaba integrado por extranjeros, criollos, mestizos y particularmente negros e indios. Gracias al concurso de esta mano de obra fue posible explotar las riquezas del suelo y del subsuelo, productos elaborados con esmero.

La falta de mano de obra especializada fue advertida por la Corona, que en sus providencias indicaba a los conquistadores llevar maestros y obreros aventajados. Durante el siglo de oro, los gremios se fortalecen y consolidan su influencia. En América, como en España, su rigidez e impermeabilidad para la difusión de la experiencia técnica, los llevó hacia una actitud conservadora, que pugnaba por mantener inalterado el régimen de los privilegios y prohibiciones. Ya durante el siglo XVII, frente a los avances del progreso técnico, los gremios se convierten en fuerza retrógrada. Los principales pensadores y economistas españoles de la época ( Juan de Mariana, Campomanes, Jovellanos, etc.) tuvieron palabras de merecida crítica para estas organizaciones que, si bien es cierto en un momento de la historia representaron un paso positivo, por entonces ya se habían trocado en vallas que debían eliminarse para seguir avanzando. Un estudio de 1779 realizado por la Sociedad Económica de Amigos del País, expuso la necesidad de abrir los gremios, abolir el examen de ingreso, revisar sus estatutos y suprimir diversas rémoras, porque “los gremios atrasan nuestras industrias”, concluía la Sociedad.

Sólo el amor por el trabajo de la materia ofrendada por la naturaleza, y la instrucción sacerdotal, permitió la supervivencia de las nobles técnicas que aún hoy nos permiten disfrutar de estos nobles productos.

 

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