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Exodo aborigen: el día que el cacique lloró

Sus ancestros, su música, su lenguaje, sus costumbres pertenecen a las tierras que tuvieron que dejar.
Lunes, 05 de febrero de 2018 00:00
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Nadie o muy pocos entendían por qué algunos de los pobladores de las comunidades inundadas de Santa Victoria Este no querían dejar sus casas. Y quien no entendía criticaba. La empatía, esa posibilidad de ponerse en los zapatos del otro, no se da con facilidad. Algunos tienen la capacidad de hacerlo constantemente; a otros la posibilidad les toca la puerta.

"Quedamos en cero", repite una y otra vez el cacique de La Curvita, Rogelio Segundo, mientras en el medio suma alguna frase para volver con la misma.

Cuando un cacique llora, es entonces tal vez cuando se abre esa puerta para poder entender un poco a aquellos que solo conocemos a través de pantallas de propagandas de alguna campaña sanitaria o por un video de una inauguración de algún lugar que sentimos lejano.

Tan lejano que uno no entiende que si quiere hablar con alguien de la comunidad La Curvita, una de las más afectadas con las inundaciones del río Pilcomayo, primero debe hablar con el cacique.

En La Curvita son 104 familias que pertenecen a la misma comunidad. Si bien ahora ya casi no quedan habitantes porque, en sus propias palabras, "la comunidad quedó destruida", costó convencerlos de que dejaran sus casas.

Consultado, el cacique da una explicación técnica: al estar dividida por un camino vecinal, una parte de la comunidad está más cercana al río y, por ello, hubo primeros inundados que llegaron antes.

Pero luego habla del esfuerzo como el motivo oculto detrás de esa negación que a muchos parece inentendible. "Tuve que convencerlos, porque se dejaron muchas cosas, mucho trabajo se dejó. Duele ver a mi gente que perdió muchas cosas, que lo hicieron con mucho esfuerzo, votaron sus casitas quedaron, quedamos sin nada", cuenta entre lágrimas Rogelio.

Rodeado de varones y niños de su comunidad, su relato suena a una confesión de un líder que, desbordado por la situación, se reconoce humano. El apoyo que dice sentir de su comunidad no se ve solo por la actitud de guardias que lo acompañan, sino por el acompañamiento incluso en las lágrimas.

“En el 2007 una parte de la comunidad se inundó, pero nunca como ahora, que no pudimos rescatar nada”.  Rogelio Segundo

Explica que la mayoría son gente trabajadora, que algunos llegaron a tener un quiosco, el que tuvieron que dejar con mercaderías y heladeras. Casi como si supiera que habla con personas que desconocen de qué viven, cuenta que muchos de ellos son pescadores, cazadores o que hay algunas mujeres que criaban animales, tuvieron que abandonar junto con sus pocos muebles. “Somos toda gente trabajadora”, aclara.
Agradece las donaciones recibidas, pero por otro lado pide más ayuda. “Los últimos que llegamos dormimos en el piso. Ayer, la ministra de Asuntos Indígenas nos dijo cuando llegamos que nos iban a traer colchones, plásticos para armar las carpas y colchones y se hizo de noche y nada”, se queja. 
Cuenta que tienen comida, pero les hace falta colchones y frazadas. Los primeros evacuados, que llegaron el miércoles, estarían en mejores condiciones, pero aún afirma que falta.
“Quedamos en cero” , vuelve a repetir. Pero agradece. “Estamos agradecidos a Dios que a nosotros no nos pasó nada, estamos vivos todos, estamos sanos. A algunos les agarró malestar por sus cositas. Pero nada más”, dice.
 
Con la luz afirman que pudieron tener más cosas: “Como ahora tenemos luz, conseguimos la poca comodidad que teníamos, pero vino el río y nos quitó todo”. 
Ese mismo río que los vio nacer y del cual incluso viven ahora los echó, y no sería la primera vez. 
Rogelio recuerda que ya en el 2007 una parte de la comunidad se inundó. “Pero nunca como ahora que no pudimos rescatar nada”, se lamenta.
Son conscientes de la amenaza constante que significa vivir cercano al río, por eso cuenta que con el otro cacique y el presidente están evaluando la posibilidad de irse 5 kilómetros más alejados.
Pero como es una comunidad, eso debe consultarse.
El río los acunó y, por ello, cuando hablan sobre él, más de uno los escucha con atención. 
Rogelio analiza el futuro cercano y afirma con certeza que tienen para veinte días más afuera de sus casas. 
“Nosotros que conocemos la zona, sabemos que tenemos veinte días para volver a la comunidad. Para que baje el río creemos que serán 48, 72 horas para que baje el agua. Luego hay que esperar que se seque el barro, para recién entrar con los chicos”, dice.
Serán veinte días para regresar a sus casa, pero un tiempo casi incalculable para que puedan recuperar lo perdido.

Los evacuados asistidos

Hasta anoche la cifra exacta de los evacuados en los 10 centros de asistencia era de 2.895 personas. Todos están distribuidos en los puestos ubicados sobre la ruta nacional 34. Seis están en Aguaray, uno en Campo Durán, dos en Tartagal y uno en General Mosconi. A todas las personas allí alojadas se les suministra las cuatro comidas diarias. Esperan que en las próximas horas lleguen a esos lugares otras 1.000 personas más.

 

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