inicia sesión o regístrate.
Cuando parecía que el peronismo se encaminaba a ser un movimiento político interesado en encauzarse hacia la institucionalidad democrática y la racionalidad, acompañando al Gobierno en su gobernabilidad, de pronto, al encontrarse este en medio del río embravecido de las dificultades económicas, ese peronismo volvió a exhibir su naturaleza: la supervivencia a través de la detentación del poder.
Como el escorpión, no puede dejar de actuar según su naturaleza, aunque no solo arruine la suerte de aquel, sino la del propio país.
Y como la consigna es que no hablen quienes son convictos de lesa honorabilidad ante la opinión pública, han salido quienes conservan dentro del peronismo alguna reputación de seriedad para tratar de convencerla del "fracaso" del Gobierno, que consagran como la verdad absoluta y sin remedio.
Y para acentuar el desprestigio que convalide el supuesto fracaso, se le atribuye al Gobierno mediocridad, "por el sueño de ser lo nuevo", es decir, una especie de alucinación de los "iluminados". Y, por supuesto, no es posible echarle la culpa al peronismo, porque "no les pusieron palos en la rueda". Y se lo acusa de enriquecerse, apropiándose de la riqueza colectiva. Y de ser incapaz de generar acuerdos.
El ciudadano, desmoralizado, acobardado, por haberse hartado de ver caer a la Argentina, en una decadencia moral, social y cultural, se resiste, por un lado, a perder la confianza en el propósito expuesto por el presidente, de producir un cambio sustancial en la forma de conducir el país, para recuperar el esplendor que supo disfrutar. Pero lo acosa la impaciencia. Sobre esta impaciencia ejecuta la oposición peronista su solapada urdimbre electoral.
Pero el ciudadano ya no es fácil de engañar. Del enriquecimiento de este gobierno no conozco pruebas, dice el ciudadano, pero del pillaje anterior no quedan dudas, aunque todavía no estén todos sus autores encarcelados.
Tampoco puede dejar de inquietar al ciudadano, que el tiempo transcurre y, entretanto, no puede comprobar un mejoramiento de su situación personal, ya sea el trabajador dependiente con su salario deteriorado por el alza de los precios, como el pequeño empresario que ha debido reducirse y disponer el despido de empleados, o el comerciante que ha visto reducirse sus ventas, y todos agobiados por impuestos exorbitantes y con escaso acceso al crédito.
Pero cuando escucha los cantos de sirena de este peronismo, en su pretensión de recuperar el poder para lograr sobrevivir, aunque ese ciudadano vea trastabillar a un gobierno que se da de bruces una y otra vez, por querer avanzar entre las ruinas de un país arrasado, lo que cuenta es juzgar si Macri lleva consigo realmente el auténtico ideal de fundar una nueva nación sobre esas ruinas.
El ciudadano está afligido, cuando no angustiado, y reclama del gobierno una acción enérgica con los que tienen el poder de fijar precios, que rechaza la concentración de la riqueza y el poder económico que actúa sin control de la administración, que quiere ver pasos concretos hacia el crecimiento y la posibilidad de vivir sin la mortificación diaria de mantener dignamente a su familia.
Pero cuando el peronismo se le presenta como la alternativa, y se viste de "peronismo racional", se da cuenta que lo que está haciendo es ejercitar el instinto de supervivencia: la conquista del poder, en cuyo altar sacrifica cualquier otro interés, incluido el destino del país.
Ante esa perspectiva de retroceso, ese ciudadano angustiado, vuelve la mirada al futuro, aunque reniegue del presente.
Mientras tanto, como el escorpión, el peronismo prepara su aguijón. Y no puede hacer otra cosa. Porque está en su naturaleza.