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La asunción de Jair Bolsonaro disparó una catarata internacional de reacciones adversas, no sólo en los cenáculos intelectuales de la izquierda sino en el "progresismo" y los medios periodísticos aferrados al convencionalismo de lo "políticamente correcto", espantados por la inflamada retórica del flamante mandatario, fortalecido por el respaldo del 75% de la opinión pública, pero estigmatizado por sus adversarios como una versión contemporánea del hombre de las cavernas.
En una jornada que jalonó el acontecimiento más importante ocurrido en América Latina en lo que va del siglo XXI, Brasil se convirtió en un nuevo teatro de la guerra cultural con fuerte dimensión religiosa que signa la política contemporánea. El punto de inflexión de este proceso fue el triunfo de Donald Trump. Ese giro copernicano en la primera potencia mundial confirmó la aseveración del pensador francés Alexis de Tocqueville, en su libro "la Democracia en América", escrito en 1835: "no es que los Estados Unidos sean el futuro del mundo. Lo que sucede es que Estados Unidos es el lugar del mundo donde el futuro llega primero".
Los términos de esta guerra cultural certifican también la exactitud de un premonitorio vaticinio de otro pensador francés, André Malraux, quien hace más cuarenta años auguró que "el siglo XXI será metafísico o no será". Porque lo que está en discusión en esa puja es la definición de la escala de valores que habrá de regir en esta nueva sociedad mundial surgida de la revolución tecnológica y la globalización de la economía.
Las dos cosmovisiones
Este conflicto enfrenta dos bandos que trascienden la división entre izquierdas y derechas. Por un lado, está el mundo de las ideas, dominado por las élites ilustradas, con su impronta internacionalista y cosmopolita, una visión que el canciller de Bolsonaro, Ernesto Araujo, define como un "globalismo" y califica de "marxismo cultural".
Por el otro, el territorio de las emociones y las creencias, enarboladas como banderas de lucha por nuevos liderazgos carismáticos, afincados en una reivindicación de los valores tradicionales que suele tocar ciertas fibras dormidas de los ciudadanos de a pie.
Gladiadores del altar
Bolsonaro expresa este fenómeno en ascenso. La frase "Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos", reiterada en sus discursos en la Asamblea Legislativa y ante la multitud congregada en las calles de Brasilia, es la consigna principal de "Los Gladiadores del Altar", una milicia juvenil auspiciada por la Iglesia Universal del Reino de Dios, la mayor organización de la comunidad evangélica de Brasil, que nuclea a un 30% de la población.
Fundada por Edir Macedo y con más de 6.000 templos instalados en todo el inmenso territorio brasileño, esta iglesia posee rasgos distintivos dentro del variopinto espectro evangélico. En primer lugar, tiene una estructura piramidal, más parecida al verticalismo de la Iglesia Católica que a la horizontalidad propia de las demás confesiones evangélicas. En segundo término, es inequívocamente brasileña, no sólo por su origen sino porque sus ramificaciones en los países vecinos, entre ellos la Argentina, Paraguay y Uruguay, reconocen esa primacía. Por último, concentra un enorme poder económico que le permite financiar iniciativas como la Cadena Record, que es la segunda red de televisoras de Brasil después de la Red O Globo.
Este "evangelismo a la brasileña" no va en desmedro de una identidad doctrinaria que incluye una íntima relación con las demás cofradías evangélicas de Brasil y con sus correligionarios estadounidenses, que constituyen la columna vertebral del electorado de Trump. Al igual que aquéllos, se distinguen por su afinidad espiritual con el judaísmo y su activa militancia en defensa del Estado de Israel. El anuncio de Bolsonaro sobre el traslado a Jerusalén de la sede de la embajada brasileña instalada en Tel Aviv, como ya había resuelto antes Trump, es parte de esa misma alianza estratégica, simbolizada por la presencia de Benjamín Netanyahu en la ceremonia de asunción en Brasilia.
Coherencia programática
El plan de gobierno de Bolsonaro es coherente con estos parámetros culturales. Incluso el ultraliberalismo del superministro de Economía, Pablo Guedes, es consecuente con la prédica evangélica, que desde sus inicios es eminentemente procapitalista, como lo atestigua el clásico libro del sociólogo alemán Max Weber sobre "La ética protestante y el origen del capitalismo".
El ascendiente de las comunidades evangélicas en las barriadas pobres de Brasil es el resultado de una articulación entre el mensaje religioso con una prédica centrada en el esfuerzo personal y la ética del trabajo, orientada hacia la práctica del emprendedurismo, opuesto a las ideologías de izquierda que ponen el acento en la lucha social. El término "teología de la prosperidad", acuñado con un sentido crítico por algunos pensadores católicos, define con elocuencia esa línea pastoral.
En el nuevo gabinete, hubo dos designaciones significativas de esta orientación cultural. La primera fue la de Damares Alves, Ministra de Familia, Mujer y Derechos Humanos, una pastora evangélica y conocida militante contra la legalización del aborto, quien al asumir declaró que "el primer derecho y el más grande es el derecho a la vida".
Su gestión al frente de la cartera encargada de las políticas sobre la familia y la mujer están enmarcadas en la definición de Bolsonaro sobre la necesidad de “combatir la ideología de género”. El otro nombramiento relevante en esa dirección fue en el Ministerio de Educación: Ricardo Vélez Rodríguez es un pensador colombiano naturalizado brasileño, licenciado en Filosofía y en Teología en el Seminario Conciliar de Medellín, que se había pronunciado en contra de la obligatoriedad de la educación sexual en las escuelas por sostener que “es una invasión del espacio privado de las familias por parte del Estado”. A su cargo, queda implementar la directiva impartida por Bolsonaro en su discurso de asunción: “combatir la basura marxista que se instaló en nuestras instituciones de enseñanza”.
Desde la economía hasta la educación, pasando por la familia y los derechos humanos, la nueva administración brasileña está impregnada de una visión cultural conservadora, que apunta al objetivo de “Brasil potencia”, a partir de la articulación de un eje estratégico con Estados Unidos fundado no sólo en una convergencia de intereses sino en una comunidad de valores con el gobierno de Trump.
El mensaje de salutación enviado por Mauricio Macri consignaba que “confío en que seguiremos colaborando para la prosperidad de nuestros pueblos”. La respuesta de Bolsonaro asegura que “Brasil y Argentina van a caminar juntos en direcciones diferentes a las seguidas por sus últimos gobiernos”. En el lenguaje diplomático, los matices y las sutilezas importan. La política exterior argentina tendrá que develar cómo compatibilizar esa expresión de “seguiremos colaborando” utilizada por Macri con el término “direcciones diferentes” empleado por Bolsonaro.