¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
30 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Brexit: ¿muerte o resurrección?

El triunfo de Boris Johnson supone la confirmación definitiva del Brexit, pero no despeja dudas sobre el futuro del país.
Martes, 17 de diciembre de 2019 21:42
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

El triunfo del primer ministro conservador Boris Johnson en las elecciones británicas implica la superación de la prolongada crisis política iniciada con la aprobación del Brexit en el referéndum de 2016 pero coloca a Gran Bretaña ante el desafío existencial más grandes de su historia. La pregunta sobre el destino del Reino Unido tras la salida de la Unión Europea no solo no tiene todavía respuesta sino que abre un amplio abanico de opciones que incentivan la incertidumbre sobre el futuro. Gran Bretaña tiene que buscar su nuevo lugar en el mundo.

Los resultados confirman una tendencia. En los antiguos bastiones obreros, donde los laboristas fueron tradicionalmente hegemónicos, los conservadores capitalizaron un profundo descontento social, expresado visceralmente en el antieuropeísmo y el rechazo a la inmigración. Un ejemplo emblemático de ese viraje se refleja en el nordeste de Inglaterra, la región brutalmente castigada por el cierre de los yacimientos de carbón decretado por Margaret Thatcher en la década del 80: aquellos exmineros y sus descendientes, que históricamente constituyeron el corazón del laborismo, votaron mayoritariamente por Johnson.

El perfil ideológico del líder laborista, Jeremy Corbyn, espantó a una franja del electorado moderado, disconforme con la retórica derechista de Johnson, y contribuyó así al éxito de los conservadores. Corbyn, ambivalente sobre el Brexit, planteó el programa de gobierno más izquierdista de las últimas décadas, que incluía un plan de nacionalización de empresas y una activa intervención del Estado en la economía.

La identidad nacional

La interpretación pesimista de la victoria conservadora anticipa un escenario catastrófico. Para esa visión, la concreción del Brexit en estas condiciones significará un “salto al vacío” que provocará el éxodo de empresas hacia la Europa continental y el declive de la tradicional plaza financiera de Londres. Simultáneamente, esta irrupción del nacionalismo inglés alimentaría los nacionalismos separatistas en Escocia y en Gales e incluso en Irlanda del Norte, cuya población podría optar por la reunificación con la católica Irlanda del Sur.

Este “efecto dominó” tornaría irrelevantes las especulaciones sobre la eventual abdicación de la reina Isabel y la asunción del príncipe Carlos, así como los escándalos periodísticos de su hermano, el príncipe Andrés, ya que su materialización implicaría lisa y llanamente la desaparición del Reino Unido, un hipótesis aterradora para la monarquía británica, que hasta hace apenas un siglo gobernaba el imperio más importante del mundo.

En tal caso, el Gobierno de Londres quedaría reducido a Inglaterra y a la administración de catorce territorios coloniales diseminados por el planeta, entre ellos el peñón de Gibraltar, cuya relación con España será una nueva fuente de conflicto pos-Brexit, algunas posesiones de relativo valor estratégico en el Océano Indico y las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, reivindicadas por la Argentina.

La resurrección de aquella quimera imperial fue precisamente una de las consignas instaladas por Johnson en la campaña electoral. El jefe conservador vendió el sueño de una “Gran Bretaña Global”, fundada en que el Commonwealth, esa comunidad integrada por 53 países y antiguos dominios de la Corona británica, “figura entre las economías más dinámicas del mundo”.
Para Johnson, una asociación de libre comercio entre los países del Commonwealth, cuyas economías son mayoritariamente más abiertas que sus similares el viejo continente, podría sustituir y compensar las desventajas del retiro británico de la Unión Europea. Esta promesa tropieza con una dificultad. El Commonwealth representa sólo el 14% del producto bruto mundial y apenas el 8% del comercio exterior de Gran Bretaña.

El regreso del padre pródigo

No obstante, una parte significativa de la población británica es proclive ahora a la recuperación de un destino “no europeo”. “Hoy los británicos ignoran todo de la epopeya imperial, presentada en los manuales escolares como una siniestra explotación de los indígenas por los blancos. Con excepción de la extrema derecha, sienten vergüenza”, protestaba hace un tiempo el historiador conservador Andrew Roberts.

Pero en los últimos tiempos esa “guerra cultural” ha dado un giro significativo. La ola de opinión antiinmigratoria y el fuerte rechazo a los “burócratas de Bruselas” generaron un cambio de clima. Para el derrotado Corbyn, quien es un ferviente militante anticolonialista, el Commonwealth no es sino una reliquia sangrienta de un pasado abominable. Esa visión, durante años hegemónica, ha dejado de serlo.

Sería empero ingenuo aceptar que la retórica nacionalista de Johnson desconoce las limitaciones estructurales de la resurrección de ese sueño imperial. Porque la joya más preciada de la Corona británica no fue la India, ni Australia ni Canadá, sino Estados Unidos, ese inmenso territorio salvaje que en 1776 puso en marcha una epopeya independentista y un siglo y medio después llegó a sustituir a su “madre patria” como primera potencia mundial.

Todo indica que la estrategia del líder conservador, concertada con su amigo Donald Trump, es negociar un acuerdo bilateral de libre comercio entre Gran Bretaña y Estados Unidos y profundizar la tradicional alianza estratégica entre Londres y Washington. Sería una reedición, corregida y aumentada, de la convergencia estratégica establecida hace cuarenta años entre Thatcher y Ronald Reagan, unidos entonces en torno a la “revolución conservadora” que hoy encarnan Johnson y Trump. Para el nacionalismo británico, esa comunidad cultural vincula a su orgullosa isla más con Estados Unidos que con la vieja Europa.

En este nuevo proyecto, el Reino Unido pasaría a constituirse en el socio privilegiado de Estados Unidos y, de esa manera, en un rejuvenecido actor de la política mundial. Johnson, que nació en Nueva York, mantuvo la doble ciudadanía británico-estadounidense hasta 2015 y es autor de una célebre biografía de Winston Churchill, imagina que semejante viraje haría que su ídolo se revuelque de alegría en su tumba. Al revés de la parábola evangélica, la idea sería protagonizar “el regreso del padre pródigo”.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD