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Venezuela, la crisis y la negociación

Domingo, 03 de febrero de 2019 00:00
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El conflicto venezolano dejó de ser la disputa por el poder dentro del país caribeño para transformarse en una pieza en el tablero del ajedrez mundial. El hecho de que Estados Unidos haya planteado la cuestión ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas revela esta nueva dimensión de la crisis, en la que dos gobiernos reclaman el reconocimiento de la comunidad internacional.

Una coalición encabezada por Estados Unidos, secundado en la región por Brasil, Colombia, Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Paraguay, con la compañía de Gran Bretaña e Israel y, más veladamente, de la Unión Europea, avala a Juan Guaidó como presidente interino. En esa postura se alineó también la Internacional Socialista, reunida en Santo Domingo. Otro bloque, liderado por Rusia, con el respaldo de Cuba, China, Irán y Turquía, aunque con matices distintos en cada caso, apoya al gobierno de Nicolás Maduro. En el medio, México y Uruguay buscan erigirse en canales de negociación entre las partes, mientras que el papa Francisco, desde Panamá, alertaba contra un posible "derramamiento de sangre" y, en un mensaje con más de un destinatario, ratificaba su tradicional postura latinoamericanista al subrayar que "nuestros pueblos no son el patio trasero de nadie".

La denuncia norteamericana ante la ONU acerca de la intromisión cubana en Venezuela y las declaraciones del consejero de Seguridad Nacional norteamericano, John Bolton, acerca de que Donald Trump tenía "todas las opciones sobre la mesa" (una elíptica alusión a la alternativa de una intervención militar) ratifican que para la Casa Blanca la cuestión devino en un asunto de seguridad nacional.

La advertencia de Vladimir Putin sobre los planes de Washington y el trascendido de que un pelotón de 400 mercenarios rusos, contratados por una firma privada que ya prestó servicios a Moscú en Siria y en Ucrania, había llegado a Caracas para fortalecer el cinturón de seguridad gubernamental, mientras China repudiaba las sanciones de EEUU contra Venezuela, corroboran que el régimen de Caracas no está tan sólo como sus adversarios proclaman.

El adentro y el afuera

La dinámica de los acontecimientos hizo que esta nueva fase de la crisis venezolana tenga un inequívoco ingrediente externo.

A pesar de la crisis económica, Maduro había logrado afianzar su poder por la cohesión exhibida por la cúpula militar, la desarticulación de la oposición y la migración masiva de una franja importante de la clase media urbana venezolana, que era la columna vertebral de las protestas callejeras.

Esto le permitió coronar su plan reeleccionista con la realización de los comicios presidenciales de mayo pasado, cuya legalidad fue desconocida por la coalición opositora, y reasumir el mando el 10 de enero.

Mientras esto ocurría dentro de Venezuela, la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas completó un giro copernicano en el escenario hemisférico, signado por el colapso del "arco bolivariano".

Con Bolsonaro, Brasil retoma, en los hechos, el liderazgo sudamericano asumido durante las dos presidencias de Lula, abruptamente interrumpido por la destitución de Dilma Rousseff.

Hay empero una diferencia de fondo: con Lula y Rousseff, Brasil sostenía al régimen venezolano. Con Bolsonaro, pretende eyectarlo del poder. Brasil, la mayor potencia económica y militar sudamericana, que había sido la principal apoyatura regional de Maduro, se transformó en su principal enemigo. EEUU pasó entonces a contar nuevamente en Brasilia con un aliado clave en América del Sur. Ese viraje le otorgó a la Casa Blanca una baza decisiva para avanzar en su propósito de derrocar a Maduro.

Negociación anunciada

Este cambio en el tablero regional también fue inmediatamente capitalizado por la oposición venezolana.

Un despacho de la agencia Associated Press, insospechable de simpatías por Maduro, consigna que en diciembre pasado, días antes de la asunción de Bolsonaro, Guaidó traspuso por vía terrestre la frontera de Venezuela con Colombia para iniciar una breve gira secreta que incluyó a Brasil y EEUU. En conciliábulos con interlocutores del Gobierno colombiano, del equipo de Bolsonaro y de la administración norteamericana, se habría orquestado el desconocimiento de la legitimidad de la reasunción del mando por Maduro el 10 de enero y la decisión de la Asamblea Nacional de nombrar a Guaidó como "presidente encargado", bajo la garantía de que esa proclamación tendría un inmediato reconocimiento internacional. Dos gobiernos en un mismo territorio son la definición técnicamente más acabada de una guerra civil. Hasta ahora, el escenario venezolano presenta una asimetría: uno de los bandos está armado y el otro no. Más aún: Maduro hoy está sentado sobre las bayonetas. Sin embargo, no está en condiciones de detener a Guaidó y/o de disolver la Asamblea Nacional sin enfrentar el riesgo cierto de una intervención militar internacional. Pero esa asimetría es provisoria. La decisión de la administración republicana de transferir a Guaidó el manejo de los fondos venezolanos radicados en EEUU le confiere al autoproclamado presidente interino una fuente de poder inédita.

Más temprano que tarde, Guaidó tendrá también su propio ejército, sea por un desgajamiento de las Fuerzas Armadas, por la aparición de grupos civiles armados, por el arribo de una fuerza militar internacional probablemente impulsada por la OEA o por alguna combinación entre estas variantes.

Cuando dos leones pelean

Un antiguo proverbio africano reza que "cuando dos leones se pelean lo que se destruye es el pasto". En este caso el "pasto" es el pueblo venezolano, sometido a una crisis humanitaria inédita en la historia de América del Sur, reflejada en el desabastecimiento de alimentos básicos y de medicinas. Este peligro presiona a favor de una solución negociada a partir del reconocimiento de una realidad: ninguno de los dos gobiernos está en condiciones de sobrevivir sin sus respectivos apoyos internacionales.

El expresidente uruguayo José Mujica fue más allá que su propio gobierno y esbozó la base de una alternativa: elecciones libres supervisadas por las Naciones Unidas, no por la OEA, que por su involucramiento ya es virtualmente parte del conflicto. Para ello, sería necesario doblarle la mano a Maduro, lo que requiere convencer previamente a Putin, quien ya manifestó su disposición a participar de un diálogo internacional para resolver la crisis. No es improbable que, en la trastienda de esa negociación, Moscú busque concertar un "pacto de los patios traseros": retroceder en Venezuela, donde amaga con instalar una base militar, si EEUU y la Unión Europea levantan las sanciones económicas contra Rusia por la anexión de Crimea y le dejan las manos libres para operar en Ucrania, una molesta piedra en el zapato del Kremlin.

 

 

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