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Graduados en la universidad colonial

Sabado, 02 de marzo de 2019 00:00
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Las ceremonias de graduación en los tiempos monárquicos, respondían a un protocolo y ceremonial universitario que era de obligación respetar. Manifestaciones simbólicas y prácticas, rituales esplendorosos de los que hacía gala la ciudad de Salamanca, su prestigiosa universidad y sus instituciones. Estas magnificencias procedían de tiempos medievales.

En el manuscrito “Zeremonial Sagrado y Político de la Universidad de Salamanca” (Bernardino Francos Valdés, 1720) se describen estos rituales. También encontramos antecedentes de estas pompas académicas en los estatutos de 1558 y en los de Covarrubias de 1561.

Otros protocolos están citados en las disposiciones del Santo Concilio de Trento y en la bula de santidad de Pio IV de feliz recordación, las que mandaban que, en las colaciones de grado, los doctores hicieran la profesión de fe a la santa Fe católica y el juramento de obediencia y lealtad a los virreyes, audiencias reales (en representación de las majestades) y a los rectores conforme a los estatutos que las regían.

Las Leyes de Indias explicitan que el juramento debía hacerse en un libro misal delante de la persona que confería el grado, y por dicho acto quedaba comprometido a creer y enseñar de palabra y por escrito la devoción a la Virgen María con todo su contenido teológico. La observancia de este punto era esencial para obtener la titulación pertinente.

Una celebración extraordinaria

Las ceremonias de graduación de doctores tenían lugar en un contexto festivo y, era el revestimiento honorífico de los “hijos” más destacados de la Universidad, que concluían con éxito su preparación y formaban parte de la misma, asumiendo mayores responsabilidades docentes, gobierno y dirección de la institución.

La Universidad aprovechaba la ocasión para vestir sus galas y causar admiración al público. Todo irradiaba solemnidad, boato, esplendor, teatralidad, espectacularidad. La colación de grado de doctor con pompas y lujos constituía el más excelso acontecimiento en Salamanca. Ciudadanos y vecinos de los pueblos cercanos, participaban en estos actos contemplando los paseos, las ceremonias en la catedral y las corridas de toros.

Eran rituales de tal vistosidad y lustre que se iniciaba con el paseo de todo el cuerpo docente y graduados, los que partían desde la casa del cancelario con una marcha de trompetas, atabales y chirimías que acompañaban al cortejo universitario y a los nuevos graduados.

El paseo discurría por las calles principales de la ciudad, pasando por iglesias, colegio, catedral, conventos, subiendo y bajando por sus arterias hasta confluir en el colegio Trillingüe. Allí se disponía del refresco para los asistentes y se repartían las colaciones. Finalmente transcurría la cena que se componía de ocho platos y postres: ensalada real, aderezada con frutas y hortalizas, guindas en conserva, huevos, plato de caza (perdigón, perdiz, pollo) aves con tocino, chorizo, trozos de gazapo, ternera, pescado del tiempo (salmón, trucha, anguila o besugo) plato dulce compuesto de huevos reales, dulces secos, obleas, queso, aceitunas de Sevilla, y anises.

Generalmente los graduandos compartían los gastos que devengaba tan impresionante dispendio de trajes, comidas, bebidas y música.  Otro artículo necesario eran los toros.  

Al día siguiente tenía lugar la ceremonia de juramento ante los padrinos, graduados y claustro universitario, y de imposición de los atributos, que eran portados por un bedel en bandeja de plata: bonete con su borla o florúscula del color de su facultad, anillo de oro, símbolo de su desposorio con la sabiduría y un libro, símbolo de la facultad de enseñar. Precedía a la solemne ceremonia un nuevo paseo hasta la catedral donde se desarrollaba el acto de colación. El recinto era adornado primorosamente con colgaduras, tapices y alfombras, mostrándose las armas universitarias en el dosel de la presidencia.

De rodillas el graduado hacía su profesión de fe, el juramento y recibía las insignias. La algarabía y el alborozo inundaban a Salamanca. Un nuevo doctor contribuiría a su fama legendaria de ciudad culta.

Las celebraciones incluían corridas de toros en la plaza mayor de la ciudad. La comitiva se dirigía a la casa que la institución tenía en la plaza, adquirida especialmente para presenciar este tipo de actos.  Se corrían entre diez y doce toros de muerte según fuera la cantidad de graduados. En un balcón se sentaban los padrinos y los ahijados, por orden de facultades y los noveles doctores. Entre toro y toro, se arrojaban al público confitones y monedas. Todo esto amenizado por las chirimías, entre la copiosa degustación de refrescos y colaciones. También se arrojaban  guantes finos y ordinarios entre la muchedumbre

Por la noche era el tiempo de las rondas, música y cantos, las luminarias, los vítores y el bullicio de los estudiantes, colegiales y amigos; era tiempo de las celebraciones espontáneas, no oficiales ni reglamentadas. En tiempos de lutos reales, las graduaciones se realizaban sin pompa, en la sala del cabildo de la catedral, con demostraciones de duelo y sin acompañamiento musical

Fin del alborozo salmantino

Entrado el siglo XVIII, las reformas borbónicas produjeron transformaciones significativas en las ceremonias de graduación en Salamanca, recortando drásticamente los cuantiosos gastos  y los excesos en sus pompas. Declina el ceremonial clásico, comienza una etapa liberal  y una nueva concepción de los altos estudios en un contexto histórico esencialmente distinto. En 1752 se suprime la pompa ceremonial en los grados de doctor y maestro, mediante cédula real de 11 de enero de 1752, con su complemento de 1754 en que se eliminan del festejo las corridas de toros.

La legislación borbónica y la carolina en particular, pretendió valorar el mérito de los postulantes a los títulos de grado. Una real cédula de 24 enero de 1770, con criterio uniformador reguló la incorporación de grados en toda la geografía universitaria con el objeto de “calificar el verdadero mérito de los profesores y cursantes de las universidades de estos mis reynos”.

En la orden real que eliminaba la pompa ceremonial se aludía a los altos costos que hacían inaccesible la carrera universitaria a muchos estudiantes con perjuicio para muchos estudiosos que no podían pagar tan suntuoso ritual.

Primera colación de grados en Argentina

Le cupo a una ciudad salteña, ser el escenario privilegiado de la primera colación de grados en el territorio de la actual República Argentina. La primera universidad fue la de Córdoba, pero he aquí que, la primera vez que se realizó la ceremonia brillante de otorgar titulación, no se llevó a cabo en esa ciudad, sino en Talavera de Madrid, más conocida como Esteco. Era el año del Señor de 1623.

La ciudad emplazada a cincuenta leguas de Santiago del Estero, contaba con una población de doscientos cincuenta españoles y seis o siete mil indios tonocotes y lules. Sus habitantes sembraban trigo, maíz, cebada, viñas, algodón, recogían miel silvestre y pescaban. También se criaba todo género de ganado. Esta descripción es de la temprana autoría de Pedro Sotelo de Narváez en su “Relación de las Provincias. De Tucumán para el Ilustrísimo Señor Licenciado Cepeda Presidente de la Real Audiencia de la Plata” (1582). Talavera poseía Iglesia y se habían afincado los padres franciscanos, mercedarios y la Compañía de Jesús fundando sus conventos.

El Tucumán estaba gobernado civilmente por don Alonso de Vera y Zárate, natural de Chuquisaca. El gobierno espiritual de la diócesis del Tucumán estaba a cargo de monseñor Julián de Cortázar.

Si bien la Universidad impartía los contenidos académicos, los títulos debían ser entregados por la mano del señor obispo con las pompas y ceremonias que regían no sólo para las universidades españolas, sino también para las establecidas en los territorios de ultramar.

Los primeros egresados y el claustro universitario debieron emprender el azaroso viaje desde Córdoba hacia Talavera en búsqueda del Obispo, quien debía presidir aquellos actos fastuosos, según la tradición hispana. Fueron jornadas complejas por caminos escabrosos y cruce de ríos que carecían de puentes. Una travesía en extremo difícil en pos de alcanzar la última etapa en los estudios, la vivencia de graduarse en medio de los fastos y las pompas académicas.

La ciudad presenció en aquellas jornadas las solemnes ceremonias, de la que habría de constituirse en la primera colación de grados en el Tucumán y en la Argentina. Los habitantes de Esteco, presenciaron cómo los bedeles buscaban a los graduados y sus padrinos, asistieron a la misa rezada del Espíritu Santo. Fueron partícipes del examen público, el que consistía en que, sobre un estrado el doctorando leía durante una hora un texto de Pedro Lombardo y luego lo defendía durante dos horas a la mañana y otras dos a la tarde.

En la siguiente jornada tenía lugar la ceremonia más brillante y fastuosa, consistente en el paseo público de los doctores y maestros a caballo, con sus atavíos e insignias, precedidos por un séquito de bedeles que portaban el estandarte de la Universidad y empuñando mazas de plata. El docto cortejo se desplazaba acompañado con la música de los atabales y chirimías. El cabildo secular fue partícipe de esa ceremonia. Cerrando el conjunto procesional, los graduados, entre los doctores más antiguos y sus padrinos, En tanto las campanas de la ciudad repicaron acompañando la algarabía de la población ante tan jubilosa ceremonia.

Los paseantes tuvieron por destino final la iglesia de la Compañía de Jesús, lugar en que esperaba el Obispo Julián de Cortázar y los doctores. En una mesa reposaban los Evangelios y las insignias doctorales. El pastor requirió  la profesión de fe, el juramento y procedió a la imposición de los atributos doctorales: el bonete, el anillo y el libro de la sabiduría, los que fueron recibidos de rodillas seguido de las congratulaciones.

Vibrante, colorida y celebradísimas ceremonias para reconocer y valorar el esfuerzo, y otorgar la dignidad y el lugar de privilegio que el conocimiento, las ciencias y la Universidad tenían en el mundo colonial, lamentablemente hoy, en condición tan subalterna en un presente de disvalores en esta sociedad líquida.

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