inicia sesión o regístrate.
El politólogo Carlos Gervasoni, de la Universidad Torcuato Di Tella, publicó el pasado miércoles en Clarín una nota algo curiosa: “Raíces provinciales del subdesarrollo”.
En el texto hace referencia a un fenómeno generalizado en la política argentina, que es la eternización de los caudillos locales en el poder, apoyados en un aparato clientelar financiado por el Estado. Es decir, el sistema de compra de votos y la cooptación de los sectores más vulnerables.
Pone como ejemplo paradigmático del fenómeno a los 24 años de gobierno que cumple Gildo Insfrán en Formosa. Es difícil, por cierto, defender a Insfrán, pero Gervasoni avanza más: considera, en el análisis de los males argentinos, que “antes de ser presidentes, Carlos Menem y Néstor Kirchner fueron gobernadores de las muy poco democráticas provincias de La Rioja y Santa Cruz, respectivamente ... Ejercieron allí el poder casi sin límites, rodeados de jueces adictos y medios complacientes”. Gervasoni concluye que “el fenómeno de la decadencia institucional argentina es complejo. Una de sus causas parece residir en el periódico arribo al poder nacional de élites provinciales socializadas políticamente en contextos rentísticos y autoritarios”.
Mal cultural
Es decir, que la decadencia argentina no estaría en la deuda del Estado nacional con las provincias; en un país no federal, con un centro que cuadruplica el PBI per capita de las provincias: la culpa es la ausencia de una cultura democrática en las provincias. La composición del Congreso obliga a pensar en otras causas. Si no, Gildo Insfran, que gobierna una provincia con menos población que la mitad de los municipios del conurbano, y con solo cinco diputados nacionales, explicaría gran parte de nuestras penurias.
Es una mirada demasiado porteña.
El clientelismo es una distorsión de la democracia, se financia con gasto público, que genera mayor presión tributaria, que deriva en desinversión y, así, al desempleo. De ese modo, el patrón del feudo logra más clientes.
Es un círculo, pero del que participa todo el país.
¿Cuántos intendentes tuvieron Avellaneda, Lomas de Zamora, Lanús, La Matanza, Berazategui, San Isidro, Merlo y los otros municipios del conurbano desde que asumió Gildo Insfrán? ¿Y dónde se definen las elecciones nacionales?
Raíz del subdesarrollo
Es cierto que el clientelismo se asocia al subdesarrollo, y que es muy pronunciado en las provincias de menores ingresos pero, ¿esa es la raíz última del subdesarrollo? ¿O más bien lo es la ausencia de políticas nacionales para, entre otras metas, capitalizar el potencial productivo del Norte Grande, un territorio de 760.000 kilómetros cuadrados y menos de diez millones de habitantes?
Gasto público
En realidad, el académico de la universidad Di Tella hace alusión a los vicios de nuestra democracia argentina. El desmadre del gasto público es una fábrica de miseria y las provincias sometidas a la “condición rentística” no pueden salir de esa trampa, a menos que el gobernante tome la decisión clave: modernizar la economía y aumentar la generación de recursos y empleo.
De todos modos, el desarrollo, que es desarrollo humano, requiere estrategia nacional, para generar infraestructura, crear condiciones de competitividad y abrir mercados.
Pobrismo‘
Contra el desarrollo se opone el “pobrismo”, que consiste en hablar mucho de las virtudes y los derechos de los sectores de menores ingresos... para que te voten.
Y esa es la disyuntiva que quedó descripta en el discurso del gobernador Juan Manuel Urtubey, en su balance del lunes.
Salta lidera los indicadores oficiales de pobreza, pero fuera de esos indicadores, hay una parte importante de la población que navega como puede en las economías de subsistencia, no hay un sistema educativo que satisfaga la demanda laboral y hay escasos estímulos para la inversión. Todo, en una provincia con notables ventajas comparativas.
Si los próximos gobernantes pretenden cubrir las carencias con gasto público sin generar ingresos, nada va a cambiar.
Correcciones pendientes
Claro que en lo que tiene razón el licenciado Gervasoni es la necesidad de correcciones institucionales. Por empezar, la representación legislativa. La mala distribución de bancas en relación con la población hace que el oficialismo tenga menos del 40 por ciento de los votos y sin embargo se asegure el 80 por ciento de los diputados y un porcentaje mayor de senadores.
El otro punto que urge corregir es la duración de los mandatos. La experiencia enseña que deben ser dos, y a otra cosa.
Y, por supuesto, se hace perentorio recuperar el prestigio de la Justicia y el funcionamiento de los partidos políticos, hoy inexistentes. Pero además de la reforma política y constitucional, es esencial “cambiar el chip” de la política.
Hay mucho por hacer a partir del 10 de diciembre; mucho, menos la plancha.
.