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4 de Septiembre,  Salta, Centro, Argentina
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La olvidada y decisiva Constitución de 1819

Domingo, 09 de junio de 2019 00:00
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La sanción de la fallida Constitución de 1819 se produjo en un contexto internacional complejo, en la encrucijada de doctrinas e ideologías que impregnan a las postrimerías del siglo XVIII y los albores del siglo XIX, un tiempo en que se debate un sistema político representado por la persistencia en sostener a la monarquía absoluta por un lado, y por otro, a la eclosión del liberalismo triunfante en la Revolución francesa.

Esta confrontación de ideas tiene como marco una etapa de expansión económica y geográfica signada por la ebullición de intereses que se gestó en la Revolución industrial y en los avances científicos. En estos vaivenes no fue ajena la recién emancipada Argentina. El período que se abre en 1789 hasta promediar el siglo XIX presencia la mayor transformación en la historia humana desde los remotos tiempos en que los hombres inventaron la agricultura.

En esas décadas, se entrecruzan diversas corrientes ideológicas que conmueven los cimientos de una Europa que fue impactada primero por la Francia revolucionaria, y luego sojuzgada por las armas de Napoleón desde Lisboa a Moscú.

A su derrota, la convocatoria del Congreso de Viena operó como el detonante necesario para poner en acción fuerzas antagónicas que reavivaron las pasiones del siglo XVIII, reeditando nuevas revoluciones en una triple andanada: 1820, 1830 y 1848.

En el torbellino de ideas se entrecruzan y agitan las adhesiones de un sector conservador que aboga por la restauración y permanencia del sistema monárquico. En oposición, el liberalismo en confrontación con esta idea, avanza con la demanda por constituciones.

Monarquismo, liberalismo y constitucionalismo son las doctrinas que impregnan el pensamiento y la acción en las tierras europeas como sudamericanas, particularmente en el Río de la Plata. En nuestro suelo hicieron eclosión en las dos primeras décadas del siglo XIX.

En Europa, el mantenimiento del viejo orden monárquico se sostiene con las bayonetas de la Santa Alianza, y con la intransigencia de los Estados centrales (Alemania, Austria y Rusia) respetuosos del sistema instaurado por el canciller austríaco, príncipe W. Von Metternich.

En España, las ideas de la Revolución francesa habían encontrado ambiente favorable en las Cortes de Cádiz. Allí se redactó la primera Constitución española de 1812. Pero, al regresar Fernando VII en 1814, sintiéndose protegido por la Santa Alianza derogó la Constitución, y reintegró todos los privilegios al clero y a la nobleza. El resultado fue dividir a España en monárquicos y liberales, dos tipos de mentalidad.

Empero, las ideas largamente sembradas desde los tiempos de los padres Vitoria y Suárez, pasando por el pensamiento de la Ilustración, resistieron al amparo de las barricadas. Un sector adhirió a la formación de repúblicas. Un pensamiento irreconciliable con la idea monárquica. Se hacía fuerte la opinión de los sectores medios e ilustrados demandantes de un régimen constitucional.

La realidad en América

El edificio colonial, que había durado tres siglos, entró en rápida disolución a principios del siglo XIX. En la América española en particular, la crisis del poder español que, comenzó en las postrimerías del siglo XVIII, se hace cada vez más rápida. El agotamiento de la organización colonial había entrado en crisis. Las revoluciones comenzaron por ser tentativas de los sectores criollos de las oligarquías urbanas por reemplazar el poder político. El debate liberal europeo de monarquía constitucional y parlamentaria que habitó en el Viejo Continente, tendría su correlato en tierras del Plata.

La confrontación entre monarquismo liberalismo constitucionalismo - república, se reprodujo en nuestro suelo. Disputa que el Congreso resuelve el 9 de julio de 1816, en Tucumán, declarando la Independencia Nacional, pero también alumbrando una república; mas la tensión entre bandos no cedió, a pesar del manifiesto que se centró en el Congreso Constituyente que sesionó entre 1816 y 1819, concluyendo su labor con la sanción de la primera constitución argentina.

Un punto capital en la génesis de la primera constitución fue la forma de gobierno. El debate estuvo centrado entre Monarquía o República. Había una escrupulosa fidelidad a la Corona. El sector revolucionario habría de quebrar la fe en el papel renovador de la Corona y en el rey como la cabeza de ese cuerpo místico que era el reino.

La designación de un directorio devino en centralismo. Particularmente, el régimen de Pueyrredón cubría mal una paulatina cesión de poderes efectivos a grupos locales en las cada vez más numerosas provincias creadas por desmembración de las intendencias virreinales.

Afloran grupos eran marcadamente conservadores, y era además una tentativa de adaptación a la nueva coyuntura internacional, se acompañaba de la constante agitación de proyectos monárquicos que contaban, por otra parte, con la adhesión de jefes militares, y tenían por fin último alcanzar una reconciliación con la Europa de la Restauración.

 Queda planteado el problema de tradicionalismo y la novedad ideológica que trae el movimiento emancipador. Sin embargo, había un sector ilustrado que postularía una ruptura total con el pasado. Ello explica los movimientos sediciosos, el juntismo, el accionar de las sociedades secretas y el ejemplo sembrado en tierras americanas desde la emancipación de las colonias de América del Norte, las que enarbolaron el federalismo, una antorcha que habría de ser potente faro en Sudamérica. 

Tensiones en nuestra tierra

Las ideas en la recientemente emancipada tierra argentina se debaten entre la visión del puerto y la emergente del localismo de las provincias argentinas, las que, alejadas del puerto, y sin los beneficios económicos que devengaba aquel, hubieron de sobrevivir en base a una paupérrima producción artesanal, y una economía de base agraria autosustentable.

 El planteo era cómo reconciliar las demandas de quienes aspiraban a incrementar el concepto de soberanía popular ejerciendo con normalidad el cambio, y, en oposición, un conjunto de notables que operaban por mantenerse en el poder y garantizar que seguirían estando en condiciones de acumular poder y capital indefinidamente. Estos estaban dispuestos a utilizar todos los recursos para reforzar su autoridad y sus rentas dentro de sus provincias, su poder fuera de ellas y contribuir a la defensa de su propia hegemonía.

 Una década de guerras por la emancipación del territorio que fuera otrora Virreinato del Río de la Plata signó para muchas regiones, como el caso de Salta, una etapa de escasez, una difícil sobrevivencia, merced a que todos los fondos que disponía el estado provincial, habían de surtir a los ejércitos los que debían impedir el avance de las tropas realistas. En este contexto, no cabían las ideas liberales del puerto, la hora de los salteños era la lucha.

A la conclusión por la guerra de la independencia, el escenario rioplatense era muy diferente a las aspiraciones de 1810. Se había trazado un escenario ideal para cuando se hubieran disipado el ruido y la furia de las batallas, se anhelaba ampliar las bases de la institucionalización. 

Lejos de eso, la realidad fue sombría. 

El régimen de Pueyrredón mostró signos muy claros de descomposición espontánea; en 1819 una constitución centralista, con nombre republicano, preparaba un marco institucional para la proyectada monarquía, instrumento que fue rechazado en casi todas partes. El directorio quiso utilizar el ejército para sobrevivir. San Martín se negó a traer su ejército de los Andes acantonado en Chile. El Ejército del Norte se sublevó camino a Buenos Aires, en Arequito. Fue el punto de partida de la disolución del estado central. Los caudillos del Litoral se abrieron camino a Buenos Aires, seguido por otros del interior. Quedaba abierta de esta suerte, la primera brecha en suelo argentino: sin la posibilidad de encontrar un equilibrio interno. Así la sociedad se dividió en unitarios y federales, a solo tres años de obtenida la independencia.

Funesto destino

El primer intento de sancionar una Constitución derivó en plantear por primera vez de manera explícita el quiebre entre dos visiones de país, dos conceptos socio - político - económico y cultural antagónicos, y que se desplegaran por largas décadas múltiples diferencias en el suelo emancipado.

Así, 1819 signó para nuestra Argentina el fin de la geoestrategia sostenida por San Martín, quien bosquejó un espacio geopolítico, el llamado Cono Sur de América, donde nuestro país debía ser gravitante y rector. Nuestros libertadores sacaron a estas tierras de su encuadramiento colonial, pero sus contemporáneos no entendieron que había que reemplazarlo por otro. El encono instauró un escenario de poder restringido. La clase dirigente que sustituyó al orden administrativo español, organizó estados jurídicamente autónomos pero destinados al subdesarrollo, sociedades rezagadas, debilitadas. Se cimentó el localismo, el poder político fue un botín, donde cada hecho significativo estuvo sujeto a una visión estrecha, sin incursionar en el ámbito de las grandes ideas.

A doscientos años de aquel primer y fallido intento por iniciar a las Provincias Unidas en el camino de la constitución, nos hallamos aguijoneados por la falta de solidez de nuestro sistema democrático. El desafío para la ciudadanía que habita en este bendito suelo es superar estas antinomias, recuperando la dignidad de la persona , sustentada en trabajo, paz social, en seguridad jurídica. Esto requiere de la formulación de políticas públicas de largo plazo, basadas en razonabilidad de criterios, en ellas se cifra la posibilidad de cerrar las brechas que las erráticas políticas públicas han ido sembrando en el decurso de doscientos años en nuestra historia argentina.

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