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El segundo ejército de Putin

Martes, 27 de agosto de 2019 00:00
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"Nada es privado", uno de los más recientes éxitos cinematográficos de Netflix, es una excelente descripción de la punta de un iceberg. La precisa narración de los mecanismos de intervención, a través de las redes sociales, de la empresa Cambridge Analytca en el referéndum que en 2015 decidió la separación de Gran Bretaña de la Unión Europea y en las elecciones presidenciales estadounidense de 2016 que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca, no profundiza en la activa participación de la Rusia de Vladimir Putin en ambos episodios, seguramente los dos acontecimientos políticos más importantes de los últimos tiempos. En cambio, la documentación que obra en poder de la Comisión de Inteligencia del Senado estadounidense, parcialmente revelada por el "Washington Post", es extraordinariamente contundente. Los datos recopilados por la Computational Propaganda Project (Proyecto Computacional sobre Propaganda) de la Universidad de Oxford y la firma Graphika detallan el meticuloso trabajo de la Internet Research Agency (IRA), una organización de "trolls" vinculada al Kremlim, acusada de haber organizado una vasta campaña para contribuir a la victoria de Trump, en particular a partir de la demolición de la imagen de su contrincante, Hillary Clinton. Indica también que esas actividades clandestinas se habrían prolongado aún después de la asunción de la nueva administración republicana. En concreto, se acusa a una organización dependiente del gobierno ruso, detrás de la cual estaría Eugeny Prigozhin (un estrecho colaborador de Putin devenido millonario bajo su gobierno) de procesar los datos de millones de usuarios estadounidenses y agruparlos según sus intereses y afinidades para luego enviar mensajes políticos específicos, en algunos casos lisa y llanamente falsos ("fake news"), durante los momentos críticos de la campaña electoral, con el objetivo de influir en la intención de voto de sus destinatarios.

La agenda explosiva

Los tres asuntos principales sobre los que se centró la campaña fueron el control de armas, la inmigración y la situación de los ciudadanos afroamericanos. En los dos primeros casos, se intentó radicalizar y movilizar a los votantes conservadores, preocupados por ambos temas, para que se registraran para sufragar en las elecciones primarias y participar en el debate público a favor de Trump. En sentido inverso, en el tema de la minoría negra, se envió un aluvión de mensajes a los votantes de izquierda, más cercanos a Clinton, en los que se denunciaban los casos de violencia policial contra afroamericanos perpetrados durante la administración de Barack Obama, para promover la desconfianza en la candidata demócrata a fin de inducir su abstención en las urnas. La investigación del Senado estadounidense, cuya seriedad se ve a veces opacada por la virulencia del debate político acerca del involucramiento personal de Trump en esta campaña, abrió una verdadera caja de Pandora y fortaleció las múltiples denuncias e infinidad de presunciones sobre la interferencia de Moscú en el referéndum del Brexit, en la consulta popular sobre la separación de Cataluña y a favor de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales franceses ganadas por Emmanuel Macron. En otros términos, cobra certeza la impresión de que Putin, un antiguo oficial de la KGB soviética, cuyo entorno personal está integrado por varios ex oficiales de la inteligencia, utiliza la guerra cibernética como un instrumento fundamental de su política exterior para influir en la opinión pública de otros países. La discusión en torno a la recolección ilegal de datos extraídos de Facebook, Twitter, Instagram y las demás redes sociales, denunciada como una invasión al derecho a la privacidad de los ciudadanos, adquiere entonces otra dimensión, por su significación estratégica en la política mundial de los próximos años.

Las granjas de trolls

Rusia es, junto a Estados Unidos, China e Israel, una de las cuatro grandes potencias cibernéticas globales y posee enormes recursos y capacidades para lanzar ciberataques de todo tipo. Pero, como consideran Alina Polyakova y Spencer P. Boyer en un estudio difundido recientemente en la publicación del "think-tank" Brookings, esos ataques a las infraestructuras y sistemas informáticos de países enemigos, que Moscú utilizó por ejemplo con Ucrania, son en ocasiones demasiado identificables y su gobierno prefiere priorizar lo que ambos analistas definen como "operaciones psicológicas y de explotación de plataformas de redes sociales para desacreditar a los candidatos contrarios al Kremlin".

Ya sea a través de “trolls”, guerreros del ciberespacio profesionalmente consagrados a la misión de atacar sistemática y programadamente a los adversarios a través de las redes sociales, o de “bots”, cuentas abiertas en esas redes que generan contenidos en forma automatizada, vinculados a la difusión de “fake news”, el objetivo es penetrar en la opinión pública de otros países. Esta “guerra híbrida”, como la caracteriza el investigador británico Keir Giles en un artículo reciente para el “think-tank” Chatham House, tiene sus raíces en una larga tradición iniciada por la Unión Soviética con sus intensas campañas de desinformación y propagada encubierta orientadas a influir en los países occidentales. Giles sostiene que Rusia tiene hoy dos herramientas específicas para ejercer poder fuera de sus fronteras: las Fuerzas Armadas y esas campañas a través de las redes. Con base en San Petersburgo, la IRA se ha convertido en la cara más visible de una actividad obscura y de alcances desconocidos. Moscú utiliza “granjas de trolls”, también conocidas como “fábricas”, con distinto tipo de vinculaciones con el gobierno. El “informe Mueller”, publicado en marzo pasado, que sintetizó las conclusiones de la investigaciones del fiscal especial estadounidense designado para la investigación de la interferencia rusa en las elecciones presidenciales, consigna que la IRA trabajó con identidades robadas a ciudadanos estadounidenses e inmensas “enciclopedias de datos” sobre la población norteamericana.
Según Mueller, los “especialistas” de la IRA trabajaron ininterrumpidamente las veinticuatro horas del día durante varios meses publicando contenidos, midiendo su impacto, comprando espacio en Facebook y en Twitter y monitoreando las redes en busca de nuevas oportunidades. Para ocultar su ubicación en Rusia, la IRA utilizó redes privadas virtuales y cuentas reales robadas a estadounidenses. La magnitud de estas operaciones de la Rusia de Putin, que algunos indicios proyectan también sobre América Latina, generó por supuesto la implementación de estrategias de prevención y de respuesta por parte de los servicios de inteligencia occidentales. Un nuevo y gigantesco campo de batalla se ha abierto en el mundo.
 

 

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