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Una nueva Santa Alianza

Miércoles, 18 de marzo de 2020 02:45
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Henry Kissinger, quien con sus lozanos 95 años todavía es considerado uno de los principales consejeros en política exterior de la Casa Blanca, sostuvo años atrás que "donde vaya Brasil irá América Latina".

Por ese motivo, cabe aventurar que el acuerdo militar entre Estados Unidos y Brasil, concertado en ocasión de la reunión entre los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, celebrada días pasados en la residencia del mandatario norteamericano en Mar-a-Lago, a 110 kilómetros de Miami, constituye probablemente, por sus implicancias estratégicas, el acontecimiento político más significativo de la historia latinoamericana desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959.

Ese anuncio no fue un rayo caído en medio de una noche estrellada. Desde su asunción al gobierno en enero de 2019, Bolsonaro avanzó hacia la búsqueda de una relación especial con Estados Unidos. De allí que solo dos meses más tarde, en marzo de ese año se estableció un acuerdo de salvaguardias tecnológicas que permite el uso de la base de Alcántara, en el norte de Brasil, para el lanzamiento de cohetes estadounidenses.

Simultáneamente, y por primera vez en la historia, un general brasileño pasó a desempeñarse como subcomandante del Comando Sur del Ejército estadounidense, con sede en el estado de Florida. El general Alcides Valeriano de Faria Junior asumió la responsabilidad de la "interoperabilidad" entre el Comando Sur y las demás Fuerzas Armadas de la región, lo que entre otras misiones supone las actividades vinculadas con la "ayuda humanitaria" en el hemisferio americano, una cuestión políticamente candente a raíz de la grave crisis venezolana.

En la misma dirección, apenas cuatro meses después, en julio de 2019, Brasil fue reconocido por Washington como el segundo país sudamericano en adquirir la condición de aliado extra-OTAN de Estados Unidos, un status que hasta entonces solo tenía la Argentina, que lo había obtenido en 1998 durante la presidencia de Carlos Menem.

Pero la alianza de concertada entre Trump y Bolsonaro va mucho más allá de lo acordado hasta ahora. El texto firmado por los dos presidentes estipula "reducir los procesos burocráticos en el comercio de productos" militares entre ambos países. Esta cláusula implica la apertura del mercado estadounidense para la industria militar brasileña y facilita la entrada de sus productos a los 28 países miembros de la OTAN.

Los militares estadounidenses y brasileños exaltaron la trascendencia del acontecimiento. El jefe del Comando Sur, general Craig Faller, quien recibió a Bolsonaro en su oficina en Doral, un suburbio de Miami habitado mayoritariamente por venezolanos, dijo que era "un acuerdo histórico". El Ministro de Defensa brasileño, general Fernando Azevedo, quien acompañó en la visita a Bolsonaro, subrayó que "éste ha sido un viaje muy provechoso en materia de defensa para Brasil y para nuestras Fuerzas Armadas".

En una clara demostración de que el acuerdo de defensa constituía un capítulo central de un entendimiento estratégico entre los dos países, Trump y Bolsonaro acordaron un aumento en el comercio bilateral, el apoyo estadounidense al ingreso de Brasil a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y, en un tiro por elevación a quienes critican a ambos mandatarios por su postura reticente frente al cambio climático, un convenio para replantar, salvar o proteger un billón de árboles en todo el mundo para 2025.

Una antigua tradición puesta al día

En 1902, cuando asumió sus funciones el canciller José Paranhos, más conocido como el barón de Río Branco, considerado el fundador de la diplomacia brasileña, Brasil puso en marcha una estrategia de alianza con los Estados Unidos para prevenir lo que advertía como "las tendencias imperialistas europeas sobre la Amazonia". Paranhos aspiraba a que, con el respaldo de Washington, Brasil ejerciera un rol estabilizador y hegemónico en América del Sur, similar al que en el norte cumplía Estados Unidos.

Osvaldo Aranha, canciller del presidente Getulio Vargas entre 1938 y 1944, enriqueció esa visión del barón de Río Branco con la idea de que Brasil brindaría apoyo a Estados Unidos en las cuestiones mundiales mientras que Estados Unidos respaldaría el desarrollo económico y los intereses brasileños en el Cono Sur.

Esta concepción inspiró la participación de Brasil como aliado de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, coordinando el apoyo latinoamericano, lo que implicó el envío a Italia de una fuerza expedicionaria que combatió junto a los ejércitos aliados y la autorización para la instalación de bases militares estadounidenses en territorio brasileño. En contraprestación, Estados Unidos financió la construcción de la planta de acero de Volta Redonda, pilar de la industria pesada brasileña, y colaboró para mantener la estabilidad durante la guerra del precio internacional del café, en aquel entonces el principal producto de exportación de Brasil.

Bolsonaro y el equipo militar que lo acompaña en el Gobierno pretenden recrear aquella tradición. La nueva visión estratégica del Ejército brasileño, cuyo principal ideólogo es el excomandante en jefe general Dias Villas Boas, actual asesor presidencial, reivindica ese nacionalismo pragmático y desarrollista de la era Vargas.

En una conferencia pronunciada en enero de 2018, diez meses antes de la elección de Bolsonaro, cuyo contenido refleja elocuentemente ese pensamiento, Dias Villas Boas señaló que “Brasil desde la década del 30 hasta la década del 50 fue el país del mundo que más creció. Había una ideología de desarrollo, un sentido de proyecto”. 

Esa visión estratégica, orientada a afirmar el interés nacional de Brasil por encima de cualquier disquisición ideológica y centrada en fortalecer la presencia de Brasil como una potencia regional con proyección global, preconiza un “nacionalismo de fines” desvinculado del “nacionalismo de medios” y el intervencionismo estatal en la economía que caracterizaron a la política brasileña en las últimas décadas.
Esa diferenciación explica el esfuerzo que realiza la cúpula militar para convivir con el programa del superministro de Economía, Pablo Guedes, un ferviente partidario de la privatización de las empresas estatales y la apertura internacional de la economía. A Guedes, en cambio, ese matrimonio “liberal-militar” no le resulta nada extraño: el ministro inició su carrera pública en Chile como asesor del equipo económico de los “Chicago boys” durante el régimen militar de Augusto Pinochet. 

En línea con esa corriente de pensamiento, Bolsonaro busca posicionarse como el principal exponente sudamericano de la “derecha alternativa” que emerge en Occidente, impulsada por el ascenso de Trump, el Brexit y el avance de corrientes afines en toda Europa. El senador Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente, participó semanas atrás de una reunión convocada por el estratega republicano Steve Bannon, exjefe de campaña de Trump en 2015 y actual promotor de una “Internacional de la nueva derecha”, en la que estuvo también presente, entre otros, Donald Trump junior, hijo del mandatario estadounidense. 

 Guste o no, este nuevo eje estratégico Washington-Brasilia signará el rumbo político de América Latina de los próximos años. 

 

 

 

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