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Segregación laboral, una grieta insoportable

Domingo, 08 de marzo de 2020 00:00
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¿De qué hablamos cuando hablamos de autonomía económica? De un problema que perjudica a las mujeres y que debe ser resuelto con políticas con perspectiva de género.

Un prejuicio cultural inveterado consideró el trabajo de las mujeres en el hogar como una tarea necesaria para la familia o como compensación de la actividad remunerada de los varones fuera del hogar.

Si bien las mujeres irrumpieron en el mercado laboral, todavía están sujetas a lo que se caracteriza como "segregación vertical", que se establece cuando ellas, con iguales o mejores aptitudes, acceden en cuentagotas a los puestos de dirección y jefatura, con ingresos inferiores a los de sus pares varones. Y también a la "segregación horizontal", que consiste en la discriminación de ciertas actividades como femeninas o masculinas.

Desde un análisis científico con perspectiva de género, se evidencia que esos prejuicios culturales sesgaron e invisibilizaron la actividad que exige el trabajo efectivo intrahogar, congelando a esta como una labor solo exigible a las mujeres. Una perspectiva encasillada en anacrónicos estereotipos de género, que sumergió a esa actividad asimilándola al trabajo en negro, y que hoy se sigue demandando como "trabajo precarizado" o "no remunerado". Es así que la autonomía económica de las mujeres está determinada por su participación en el mercado laboral y las formas que aquella asume. Si bien se avanzó para achicar la brecha de género, las desigualdades persisten. Las estadísticas de la Universidad Torcuato Di Tella son claras: las mujeres ocupan solo un tercio de los empleos de calidad, pero son mayoría en los puestos con baja remuneración. En el sector privado registrado la brecha salarial a favor de los varones es casi del 23%.

La participación laboral registra diferencias y las mujeres son más propensas a atravesar situaciones de desocupación y subocupación, por condiciones biológicas como la maternidad y el número de hijos. Al asumir las tareas de cuidado y teniendo en cuenta la desigual distribución de responsabilidades en el trabajo doméstico, su inserción en el mercado de trabajo resulta condicionada.

Las mujeres acreditan hoy un mayor nivel educativo y de preparación, pero trabajan en el mercado laboral menos tiempo promedio que los varones. En cuanto a la remuneración, por cada 100 pesos que gana en promedio un varón, una mujer gana 75; hace 15 años la relación era de 68 pesos por cada 100 de un varón. En el trabajo no registrado, el ingreso de las mujeres es 2/3 con respecto al de los varones. Queda demostrado así que la desigualdad en el acceso a los bienes materiales (salario, remuneración al patrimonio) obstaculiza la autonomía económica de las mujeres. Por eso, esta es una inequidad que debe ser corregida perentoriamente desde las políticas públicas con perspectiva de género.

 

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