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Un Milagro en tiempo de pandemia

Miércoles, 09 de septiembre de 2020 00:00
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La pandemia que nos ha sorprendido nos tiene en una situación anormal, desde marzo vivimos una excepcionalidad prolongada. El término de la cuarentena ha quedado totalmente superado.

En esta excepcionalidad experimentamos muchas limitaciones de diverso tipo que han alterado y afectado la vida. El criterio que justifica la adopción de las medidas restrictivas solo puede ser el de su imprescindible y razonable necesidad. En este sentido siempre cabe la diferencia de valoraciones en las circunstancias, allí se juega la prudencia de los que gobiernan. Lo importante es que sean las restricciones imprescindibles, las que hagan falta, pero no más que ellas, y en el tiempo y en el modo que se justifiquen. Sin perder de vista el carácter de excepción y respetando los márgenes legales de las competencias para decidir cuando se afectan derechos fundamentales.

Valga lo anterior para tener en claro que la pandemia nos ha traído a una situación excepcional, no a una nueva normalidad. No podemos aceptar que se instale como normal que no podamos encontrarnos personalmente, que no podamos salir a la calle ni viajar, ni desenvolvernos en las dimensiones de nuestra humanidad que es corporal.

Precisamente porque la amenaza vírica es corporal los límites están en nuestra vida corporal. Mientras tanto, recurrimos a la tecnología para reemplazar como se pueda lo que no logramos hacer. La virtualidad nos ayuda a extender nuestra corporalidad, para ello tiene su lugar. Pero no está para reemplazarla. Bienvenida la virtualidad para extender nuestro alcance, no para encerrarnos y limitarnos.

Por ello nuestra situación actual no es normal ni puede serlo. Es provisoria. Retomaremos la normalidad cuando podamos desempeñarnos en todas nuestras capacidades humanas, nosotros que somos corpóreos. Un desempeño que sepa también usar la tecnología, que nos potencie, no que nos reduzca.

En este contexto de excepcionalidad prolongada está incluida nuestra celebración del Milagro este año. No será normal. Lo viviremos con muchas limitaciones, porque es una fiesta muy carnal. El cristianismo es por definición encarnado. No da lo mismo poder entrar a la Catedral que no hacerlo; poder acercarnos a las imágenes que no hacerlo. Encontrarnos apiñados con los otros hermanos, orar en silencio, pero juntos, cantar juntos. No podrá ser del modo normal. No es una nueva normalidad.

La responsabilidad del cuidado de la vida que Dios nos da nos lleva a aceptar las limitaciones y a encontrar los mejores modos de vivir nuestra fiesta. Habrá que asumir las limitaciones en las posibilidades de asistencia personal, y usar también los medios tecnológicos para acercarnos en la distancia, para las misas y la Renovación del Pacto de Fidelidad.

También será oportuno generar en el propio hogar un pequeño altar con las imágenes del Señor y de la Virgen (en el formato que tengamos) y, si es posible, con una vela, para rezar allí diariamente la novena. Guiados por el texto secular de ese librito tan querido y tan familiar a nuestras manos. Será también un modo seguro de entregar nuestro amor a Aquél que vino con su amor buscando el amor de un pueblo.

 

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