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Desde que nuestras autoridades máximas confundieron el dicho de Octavio Paz, "los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos... de los barcos" hasta las procaces expresiones públicas de varios de los candidatos a las elecciones PASO del 12 de septiembre de 2021 con profusa y costosa publicidad, con pocas ideas y ningún aporte para solucionar los graves problemas que nos aquejan como sociedad, será un triste recuerdo de la crisis y la decadencia en la que malamente vivimos sin tener en nuestros oídos y en nuestra memoria la enternecedora melodía inmortal del tango "Recuerdo" del maestro Osvaldo Pugliese de 1924.
En esta etapa, en la actualidad, Argentina es un país invertebrado, contradictorio, conflictivo, desigual, injusto, especulativo, autodestructivo, corrupto e impune, de racionalidad esquiva, con difícil presente y un futuro democrático incierto.
Tiene la costumbre de no respetar la ley, posee la creencia fundamentalista en la persona de un jefe o un líder, ha soportado reiterados vacíos de poder, su sociedad adolece de desencanto y desasosiego, ha tolerado liberalismos y populismos ingenuos, cree todavía en las revoluciones violentas como armas políticas para acabar con las injusticias sociales y tiene una inclinación manifiesta por el estatismo.
Son reiterados los pedidos de sacrificio al pueblo que hacen los gobiernos para superar la adversidad, el país lleva más de medio siglo de crisis recurrentes, hiperinflaciones, tequilas, ruptura de contratos, emergencias varias; ostenta un récord de dificultades de todo tipo difíciles de igualar, tiene rumbos políticos zigzagueantes, marchas y contramarchas y suele vivir por arriba de sus posibilidades.
Los argentinos somos una comunidad heterogénea, con ciudadanía escasa y de baja intensidad, una multitud abigarrada, diversa, plural, y nos cuesta mucho aprender a convivir y compartir un proyecto común y unitivo.
Quizás la explicación acerca de estas afirmaciones del todo opinables es que el país se ha construído a través de la convivencia con numerosas comunidades de orígenes culturales.
Las autoridades políticas se aferraron a principios que en algún momento fueron adecuados, pero que dejaron de serlo, no lo advirtieron, no quisieron darse cuenta, no pudieron soportar las presiones de dentro o de afuera y no se atrevieron a cambiar o cuando lo hicieron no llegaron nunca hasta el fondo.
Algunos suponemos que hacer unas pocas y débiles reformas políticas son suficientes para volverse democrático o crecer económicamente sin tocar o hacer adaptaciones y adecuaciones en las instituciones, en las leyes, en la infraestructura, en los modos de acción de los sistemas que empleamos y en el ejercicio del poder que debe sustentarlos con ejemplaridad, confianza, convicción y autocrítica.
En una especie de irrealismo mágico, creemos que podemos cambiar una parte sin cambiar el todo, alterando, reformando, maquillando lo que no nos gusta o conviene, dejando intacto todo lo demás e insistiendo machaconamente en imitar casi todo de lo mismo.
Hemos estado muchas veces imponiendo ideas y además, como si esto fuera poco, agregamos pompa, formalidad y grandilocuencia a proyectos y modelos que nos aseguraban progreso, crecimiento y desarrollo continuo y cuyos resultados fueron desastrosos e improductivos la mayoría de las veces construyendo instituciones como enormes elefantes blancos llenos de burocracia que consumen recursos, tiempo, se corrompen y construyen ideas falsas acerca de nuestra romántica idea de la patria grande, pomposa, rica pero sin medida de la realidad.
Los males de afuera
Hasta hoy nos consideramos víctimas de los españoles conquistadores del ayer o de los imperialistas de hoy. Siempre es posible encontrar instrumentos y políticas públicas que pueden compensar los vaivenes de las coyunturas internacionales y una voluntad, compromiso y participación cívica para el cambio, condición necesaria y suficiente para lograrlo.
En la Argentina hay brechas y distancias sociales muy grandes; la vida política es agitada y la elección de los gobiernos suele ser confusa, contradictoria, agresiva y a veces hasta divertida. La legislación y los impuestos son muy abundantes, pero seguimos teniendo la tendencia a no cumplir con las leyes ni pagar los impuestos; somos propensos a moralizar; combinamos bien el orgullo con el sentido práctico, sospechamos los unos de los otros y no logramos achicar o cerrar la brecha de una grieta que es política, cultural, social y económica.
La dirigencia política brilla poco y nada por su baja capacitación, experiencia, compromiso con una actitud de servicio, vacilante y oscilante conducción política y no atina a poner de pie a un pueblo descreído que es más lo que rechaza que lo que apoya.
Hemos fabricado, soportado y admitido numerosas fechorías como el fraude electoral, la incapacidad administrativa, la dictadura, el desdén por la libertad y el cumplimiento de la ley y las normas. No superamos del todo el resentimiento clasista, hemos conculcado derechos y achicado la justicia social, nos peleamos por nuestros prejuicios ideológicos, abatidos muchas veces por nosotros mismos, pero echándole culpas a los de afuera los intentos de desarrollar el país.
El militarismo politizado desvirtuó el honor militar; el nacionalismo fue crítico de la democracia y más propenso a promover una gran nación que un gran pueblo; la aspiración de poder político cayó en el deseo inmoderado de perpetuarse en él a cualquier costo; la crisis contagió a la Justicia; la turbulencia ideológica desató la violencia y el terrorismo; los medios anteponen el rating a la información objetiva y a la orientación responsable.
La soberbia argentina está arraigada y lleva a creer que siempre la culpa de lo que nos pasa es ajena, y esta nota de nuestro carácter anula el juicio autocrítico, ya que estamos convencidos de que nada tenemos que corregir.
El panorama de Argentina es inquietante y es impostergable asumir la tarea de buscar ese país invisible y posible que presentían muchos de nuestros pensadores y que hoy necesita de numerosas conductas de solidaridad silenciosa, de grupos independientes convocados a salir de sus enclaustrados intereses, de incorporarse en la reconstrucción ética y cultural de nuestro país dialogando sin confrontar no sólo con los afines sino también con los otros que buscan por otras vías las respuestas y soluciones a los mismos interrogantes y problemas.
El derrumbe de los mitos
La Argentina ha visto derrumbarse muchos de sus mitos y creencias: no somos el granero del mundo, no somos la tierra prometida para los inmigrantes y expulsamos a nuestros compatriotas, no tenemos por delante un destino de grandeza, tenemos un espacio abigarrado de luchas ideológicas muy poco realistas, descreimiento generalizado, pobreza muy elevada de carácter estructural, clase media venida a menos, mala distribución de la riqueza con transferencia de ingresos hacia los más pudientes, poco trabajo además de poco calificado, inestable, precario y en negro. Hay inseguridad, angustia, zozobra ante la posibilidad de perder el trabajo o el empleo, pasar a pertenecer a estratos sociales sin horizontes. La sociedad está fragmentada, se multiplican los excluidos y marginados, la violencia aumenta tanto como el delito y la corrupción mientras que los grupos privilegiados ingresan en ghettos de lujo en busca de comodidad, confort, seguridad, exclusividad para vivir entre iguales.
No hay recetas originales ni remedios infalibles para reparar la salud perdida de las personas ni tampoco para el cuerpo social. Siempre surgirán cambios, tensiones y esto está a la vista por la experiencia del mundo, siempre sucederán éxitos y fracasos, tanteos y correcciones; hay que acostumbrarse a que todos los sistemas pasan por períodos zigzagueantes que se suceden en busca del óptimo definitivo que nunca llega, pero que, sin embargo, incorporan lecciones útiles y abren nuevos caminos. Los argentinos seguramente podremos seguir equivocándonos, pero no podemos dejar de tener en cuenta las enseñanzas de nuestra propia historia.
Según Octavio Paz, “nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, el dinero, la utilidad, y sacrifica todo a esos ídolos”. Frecuentemente hemos sido seducidos por mitos de corto alcance. Proclamas militares, programas claramente demagógicos, irracionales aventuras de evidente fracaso, expectativas de crecimiento sin esfuerzo. Todos estos hechos semejan sueños ilusorios más que empresas realistas.
Somos un pueblo dividido en varios, somos un archipiélago, no somos una republiqueta sino algo más dramático: una nación invertebrada.
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