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En el marco de la reunión del G-20, el Presidente de la Nación sentenció que "Sin multilateralismo ambiental, estaremos corriendo todos hacia el abismo" y que "al mundo lo salvamos entre todos, o al mundo no lo salva nadie". Yo diría: o no se salva nadie. Las consecuencias del cambio climático ya están a la vista. En 2008, los refugiados ambientales superaron a las otras categorías de emigrantes forzados. Comunidades enteras se han desplazado o están pensando hacerlo, pobladores de islas de todo el mundo temen la inevitable crecida del nivel del mar que engullirá sus tierras como ya ha ocurrido con otras.
Para los salteños no es tan fácil reconocer el problema, no vivimos en una isla y la amenaza suena lejana. La cuestión ambiental no está en nuestra agenda, solo grupos pequeños y aislados mantienen cierta conciencia en favor del ambiente. En septiembre pasado se realizó una Huelga Mundial por el Clima, un grupo de personas, principalmente jóvenes, se movilizaron desde la Legislatura hacia la plaza 9 de Julio y solamente un medio de comunicación se hizo eco de esta marcha.
Estado, empresas y ciudadanía somos responsables absolutos del deterioro ambiental, de la situación a la que hemos llegado, un punto de no retorno dicen. Un punto donde el ambiente ha sufrido tal deterioro, que no se puede recuperar. Tanta abstracción en esta amenaza no puede competir con el escenario de salir diariamente de casa, ver árboles, cerros, cielos, aire fresco, tener agua potable (pueden sumar un arco iris, también). Sin embargo, somos responsables del deterioro. La ceguera de los ciudadanos refuerza la extracción desmedida para satisfacer nuestros consumos.
Digo consumos, no necesidades. Porque vivimos en sociedades basadas en el consumo excesivo, en una carrera por tener, un tener que nos hace parte de la sociedad. Si no tengo, si no compro, si no consumo, no soy, no pertenezco.
Todavía más, las sociedades no extraen solo para satisfacer necesidades y hasta gustos y lujos, sino que existen extracciones inútiles, despilfarro. Por ejemplo, para pescar merluza en Argentina se dilapida entre 30 y 50% de lo colectado de otras especies. Pensemos de nuevo en situaciones más cercanas, ¿cuánta comida tiraste en la última semana? Alimentos producidos a partir de extracción de insumos naturales y de inversión energética completamente despilfarradas.
¿Qué pensamos que ocurre con nuestros residuos? En el minuto que alguien se los lleva del umbral de nuestra puerta, para nosotros ya es historia ¿Cuántas montañas de basura más habrá en 20 años en la ciudad? Cuando los bebés de ahora vayan a la universidad, o en 70 años, cuando sean personas mayores ¿Cuán comprometida estará su salud? Es conocido que en Beijing, Ciudad de México y Santiago de Chile, por ejemplo, se toman medidas que bien podríamos llegar a vivir en Salta, como usar barbijo para evitar los males respiratorios de la polución, o tener que, obligatoriamente, dejar de usar nuestro auto determinados días. ¿Tenemos que esperar vivir esas medidas compulsorias, o prevenir es mejor que curar?
Gobiernos de derecha, centro e izquierda defienden el extractivismo como sinónimo de progreso. Sin embargo, ciudadanías activas pueden hacer la diferencia. Es lo que ocurrió por ejemplo con la sanción histórica de la ley que prohíbe la cría de salmones en Tierra del Fuego y con la lucha actual del Chaco para frenar la instalación de granjas porcinas. Como ocurre en Salta, Chaco vive una emergencia hídrica, producir carne porcina demandaría diariamente entre dos y tres millones de litros de agua.
Y no entremos en la falsa dicotomía ambientalismo - productivismo, podemos pensar qué matriz productiva queremos, sin hipotecar nuestra salud y la de nuestros hijos.
En materia ambiental está todo por hacer. Revisemos nuestros hábitos para contribuir con el derecho de todas las personas a vivir en un ambiente sano.