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Patria: construcción, no palabra

Sabado, 18 de diciembre de 2021 01:58
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"Sé justo, sé honrado, sé íntegro pase lo que pase, digan lo que digan"; le enseñaría el Txato, un modesto empresario vasco, a su hijo Xabier antes de ser asesinado por un grupo etarra.

No se me ocurre enseñanza mejor. No se me ocurre mayor sabiduría ni vara más alta. No creo que haya mejor manera de condensar el decálogo para una vida correcta en una frase tan compacta: "sé justo, sé honrado, sé íntegro". Ojalá todos midiéramos el éxito en nuestro paso por la vida en una escala sobre estos tres valores. Y sólo sobre ellos.

No puede haber orgullo mayor para un padre que ver crecer a un hijo que se rija por estos principios. No puede haber éxito más grande para ese hijo. "Sé justo, sé honrado, sé íntegro".

La enseñanza, extraída del libro "Patria" de Fernando Aramburu, debería ser una lectura casi obligada para todos nosotros.

Patria:  construcción,  no palabra

Desde 1939 hasta 1975 España sufrió el franquismo, una dictadura cruenta y aberrante como toda opresión, donde todos los poderes recayeron en la figura del general Francisco Franco.

España padeció una guerra civil más violenta que la nuestra, si es que caben esas comparaciones. Y sufrió el terrorismo cruel y cobarde de la Euskadi Ta Askatasuna (ETA); una organización bruta y sanguinaria.

España podría haber derivado hacia una grieta insalvable. Podría haber caído en la falta de perdón, la falta de justicia y en los olvidos selectivos. Podría haber convertido a las víctimas en victimarios y a los victimarios en víctimas. Podría haber derivado hacia la polarización y hacia los autoritarismos. Podría. Pero no lo hizo.

¿Fue acaso por los "encuentros restaurativos"? ¿Fue por las acciones de la Dirección de Atención a las Víctimas? ¿Fue por el envidiable y famoso Pacto de la Moncloa? No lo sé. Sólo sé que España evitó el desastre de caer en ese pozo sin fondo.

Y que nosotros no.

El Pacto de la Moncloa

El Pacto de la Moncloa fue un hito ineludible en el camino hacia la recuperación del Estado de Derecho en España. Consistió en la firma de dos documentos históricos en los que los representantes de los principales partidos políticos, sindicatos y otros actores sociales se comprometieron, en octubre de 1977, a seguir un programa político y económico con miras a estabilizar la administración de un país acechado por la pobreza que enfrentaba, además, la amenaza latente del regreso de la dictadura militar. Como nosotros en 1983.

La clave de ese acuerdo fue una predisposición innegociable al consenso entre los sectores del centro, tanto de la derecha a la cual pertenecía el presidente designado Adolfo Suárez como de la izquierda e, incluso, del Partido Comunista Español, recién legalizado a principios de ese año.

 

No fue un acuerdo sencillo ­no podía serlo! porque todos tuvieron que hacer concesiones medulares. Pero hicieron historia. Sus líderes estuvieron a la altura de las circunstancias. Nosotros no tuvimos esa suerte.

Nuestros políticos, dirigentes, legisladores y sindicalistas se llenan la boca hablando de la necesidad de consenso y de la necesidad de lograr algo parecido al Pacto de la Moncloa en una versión vernácula.

Sólo que carecen de la estatura moral necesaria para algo así. Carecen del conocimiento de la historia que se necesita para entender que deberían incurrir en renunciamientos dolorosos para sus bases, y carecen del liderazgo necesario para demandar por esas claudicaciones. No son estadistas. Ni siquiera son líderes. Sólo son dinosaurios que pelean por puestos, posiciones y espacio de televisión. Carecen de ideas, pero sí están llenos de un idiotismo moral demoledor.

Mirándonos el ombligo

Aún hoy, el peronismo sigue sin hacerse cargo de las aberraciones que el peronismo de derecha y la Triple A cometieron contra otros asesinos, los montoneros; esos "jóvenes idealistas" también peronistas y profundamente antidemocráticos que empuñaron las armas contra la democracia.

Terminada la dictadura militar el peronismo se negaría a integrar la Conadep y sería indiferente a la lucha por los derechos humanos. Algo tan indigno como lo que hacen hoy los Kirchner al apropiarse de esa lucha con una falsedad ideológica rayana en la perversión. La plaza del 10 de diciembre intenta reescribir la historia pretendiendo establecer que la democracia y los derechos humanos nacieron cuando los Kirchner llegaron al poder.

Es contradictorio que se festeje un día de la democracia con una única facción de la coalición gobernante presente y sin la presencia de ningún otro partido político. Eso no es más que un acto faccioso.

Es incorrecto también que se celebre el Día de los Derechos Humanos y no se haga mención alguna a Raúl Alfonsín, a Graciela Fernández Meijide, a Ernesto Sábato, a Magdalena Ruiz Guiñazú o al fiscal Strassera, por mencionar apenas algunas ausencias imperdonables.

Hubo gente que se jugó la vida en las narices del Proceso de Perversión Nacional. Y no fueron los Kirchner.

"Sé justo, sé honrado, sé íntegro"

En este contexto, sería injusto no valorar y no sacar a relucir el único gesto de grandeza que nos ha sido brindado en las últimas décadas. El discurso de Esteban Bullrich, el hoy ex Senador por la Provincia de Buenos Aires.

Una lección de humildad, de honor y de generosidad que, espero, hayamos recibido con el corazón abierto.

“Sé Justo”. Esteban Bullrich fue justo. En su discurso agradeció a personas de distintas partes del arco político e, incluso, mencionó a “Luchi”, María Luz Alonso, secretaria parlamentaria y la cuarta o quinta persona más importante del Camporismo. Alguien que seguro está en las antípodas de su pensamiento.
Al agradecerle se reconocieron dos almas que se habían tocado desde lo humano a través de la enfermedad. Dos personas. Dos adversarios políticos; jamás dos enemigos. Ojalá entendiéramos de una vez esa lección tan simple; la misma que alguna vez intentó enseñarnos Balbín al despedirse de Perón y que tan pronto olvidamos.
Los adversarios políticos no son enemigos. Necesitamos ideas. Todas las ideas. Incluso aquellas que más se oponen a las nuestras. Para moderarnos; para obligarnos a escuchar y a pensar. Para cuestionarnos. Para evitar las peligrosas derivas hacia pensamientos hegemónicos que siempre, siempre, siempre; terminan siendo autoritarios. El autoritarismo puede ser de derecha como de izquierda. La opresión es opresión; no importa de qué lado venga.
“Sé honrado”. No creo que exista persona alguna que pueda acusarlo de deshonesto; menos que pueda demostrar que no es honrado. Una honestidad en todos los frentes y en todos los aspectos. Incuestionable. Irrefutable. 
“Sé íntegro”. Su discurso fue una muestra de su profunda integridad y la expuso de una forma inapelable. Renunció a sus intereses personales en pos de la construcción de un bien común; algo siempre mayor; algo siempre más importante.
El Senado aplaudió su renunciamiento de pie. La vicepresidente no se levantó. No es posible deducir de su gesto adusto ni de su postura de brazos cruzados si siquiera se emocionó; quedando al desnudo sus intensas carencias. Sólo puedo sentir lástima por ella.
“Sé justo, sé honrado, sé íntegro”. Esteban Bullrich puede retirarse tranquilo sabiendo que muchos valoramos su gesto de grandeza. Y que hay mucha gente orgullosa de tener un compatriota capaz de tanta entereza. De tamaña nobleza.

Adiós a la magia 

Lástima que la magia sólo duró veinte minutos; el tiempo de su discurso. Y el tiempo que duró el Himno Nacional Argentino al ser recibido, luego, por sus vecinos. Con los últimos aplausos se acabó el hechizo y volvimos al pantano diario en el que vivimos.
Regresamos a la realidad de un acto político obtuso y decadente, que muestra que la grieta sigue vigente y que es, cada día, más profunda. Peor aún, nos muestra que la propia coalición gobernante está muy rota y se vuelve, ella misma, más facciosa.
Que seguimos derivando hacia los extremos mientras los centros se debilitan. Que no hay partidos políticos ni ideas; sólo slogans vacíos de contenido y coaliciones temporales hechas con propósitos oportunistas y electorales.
Que no hay líderes, ni liderazgos ni estadistas; cada vez nos quedamos con menos personas como Esteban Bullrich y con más como Máximo Kirchner; ¿presidente del PJ bonaerense?
 “L’ Etat c’est moi” tituló Bernardo Saravia Frías una excelente columna de opinión publicada muy recientemente en este medio. No hay vocación de Patria. Patria es usada como palabra; jamás como una construcción colectiva sentida y verdadera.
La Patria soy yo dicen unos. Son los que juran cargos legislativos “por la Santa Federación” y sólo omiten el “muerte a los salvajes unitarios” por mero cálculo político. Los que nos quieren hacer retroceder ya no a la siniestra década del 70 sino a 1850; antes de la consolidación del estado argentino. Son los que otorgan el premio “Juan Bautista Alberdi” a la señora Estela de Carlotto. No me alcanza este espacio para enumerar la lista de razones por las cuales el nombre del premio me parece un terrible contrasentido además de una aberración histórica.
¿La Patria es el otro? En el otro bando tampoco hay nada mucho mejor. La misma miseria ideológica. El mismo vacío intelectual. Por eso el peligro tan gravoso de una mayor polarización y una más pronunciada deriva hacia los extremos. Milei, Espert y los porcentajes que alcanzaron las izquierdas trotskistas son un síntoma; no el problema. 
Qué difícil construir una Patria con este material. Una Patria de verdad. Una que sea una construcción social colectiva compartida y no una palabra vacía. Faltan más gestos verdaderos y monumentales como los de Esteban Bullrich. Nos faltan más enseñanzas similares.

El caldero roto 

El caldero está roto y nos estamos yendo por esa rotura. Para los que vamos quedando, sólo puedo invocar otra frase de Fernando Aramburu: “Tú lee todo lo que puedas. Reúne cultura. Cuanta más mejor. Para que no te caigas al agujero en el que se están cayendo tantos en este país”. 
“Patria”. 
Un libro que debemos leer si queremos aprender, por una vez y de una vez, alguna lección de entre las pocas que se nos ofrecen día a día.
 

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