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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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¿IGUXLDXD Y BIXN COMÚN? 

Domingo, 26 de diciembre de 2021 21:18
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Hay ideas dominantes en la historia. Puestos a elegir, hay dos preponderantes: la de igualdad y la de bien común. Ambas han marcado épocas y destinos de civilizaciones. 

La igualdad empieza como un modo de tamizar privilegios (de la clase patricia romana, las familias fundantes), y termina expresándose como igualdad “ante la ley”; el principio no desconoce las diferencias, al contrario: por eso no es igualdad a secas, sino de trato frente a la ley. 

El bien común nace ante la necesidad, especialmente al enfrentar la sociedad un peligro vital. No fue en su origen un asunto de mayorías o minorías, sino de hacer primar lo que es mejor para el conjunto ante la inminencia de lo grave y urgente. Los dos conceptos tomaron una dinámica propia, especialmente a partir de la revolución francesa, bajo la polémica consigna, el hito de “libertad, igualdad y fraternidad”. Acostumbrados al grito revolucionario que se extendió al mundo, cuesta detenerse a pensar su alcance y contenido. 

Si se presta atención, “igualdad” fue desprovista de su carácter original distintivo (ante la ley) y el bien común se redujo a algo tan amplio y vacío como la fraternidad. 

Parece mentira, pero la discusión en Latinoamérica en general y en Argentina en particular, se reduce a la interpretación de estos conceptos fundantes. No es una reducción al absurdo: para muchos se trata de una cadencia que se inicia en que todos somos iguales (como una afirmación concluyente) y termina en que el bien común es lo que pretende la mayoría. 

Puede sorprender, pero la ecuación abreva en la legitimidad de las mayorías de Carl Schmitt (de allí los anacronismos y las tensiones institucionales que se desatan cuando las pierden), principal jurista del nacionalsocialismo alemán, a quien también recurrieron los ideólogos del fascismo italiano. Volviendo a Argentina, el mejor reflejo es la organización corporativista impuesta a mediados del siglo pasado, con los sindicatos como institución central a esos fines. Ya en pleno siglo XXI, y mientras algunos países discuten el mejor modelo laboral ante el trabajo remoto y las innovaciones aceleradas por la pandemia, nuestra estructura sigue intacta, aún cuando terriblemente osificada y sin capacidad de respuesta. 

Y la respuesta: en vez de un salto al futuro (el leapfrogging que ha permitido a muchos países saltear etapas de desarrollo), repetimos los esquemas viciados, y con nuestra típica originalidad, creamos un nuevo sindicato: el de la pobreza y los que no trabajan, las organizaciones piqueteras. De ahí irradia a todo, desde la prohibición a la actividad minera hasta la obligatoriedad del 1% de empleo trans en la administración pública. La visión es clara: abraza el utopismo de que somos todos iguales (nacemos, crecemos y morimos sin diferencias; si las hay, las tapamos a fuerza de ley). 

Y el bien común es algo tan concreto y absurdo como distribuir lo ajeno, a fuerza de impuestos que progresan de tal modo, que al que tiene (con culpa, claro, porque está mal bajo esta visión tener) se le va asfixiando hasta perder todo o huir a un destino más benévolo para lo que cree que es suyo. Esto es lo que está en juego, y el principal desafío para una oposición con liderazgos atomi zados.

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