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Deslizándonos hacia el totalitarismo

El apoyo oficial a los abusos de poder de Gildo Insfrán son un síntoma, característico de un gobierno que no respeta la división poderes y que transita por una pendiente muy peligrosa en la cual es fácil tropezar y caer. 
Domingo, 07 de febrero de 2021 01:51
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José Nun, en una columna de reciente aparición en el diario “La Nación”, advierte: “Hoy más que nunca hay que profundizar el análisis y mirar más allá de la coyuntura. No solo por la gravedad de la crisis, sino porque la historia enseña que los negacionismos son campo propicio para la emergencia de dictadores que, más tarde o más temprano, se erigen en salvadores de la patria”. Yo mismo, en varias columnas anteriores, he planteado el peligro que implican los negacionismos.

En primer lugar, no se necesita ningún salvador de la Patria. Se necesitan líderes —no caudillos frágiles o venales, no demagogos populistas ni mucho menos fascistas autoritarios—. Se necesita de líderes de verdad que estén dispuestos a cambiar de raíz y estructuralmente las cosas que hay que cambiar, y a una sociedad que acepte, de una vez, que es necesario introducir esos cambios disruptivos. 

Por su naturaleza, estos cambios no son fáciles, ni rápidos, ni poco traumáticos. Pero son insoslayables. No hay otra salida. Cada día que pasa estos cambios son más y más necesarios. Hay tres cosas que no se recuperan: “La palabra dicha, la flecha lanzada y la oportunidad perdida”. Nosotros seguimos perdiendo tiempo y oportunidades. 

Insfrán no es un modelo para seguir

Algún tiempo atrás, el presidente de la Nación puso a Formosa y a Gildo Insfrán, su gobernador, como un “modelo a seguir”. La realidad nos demuestra a diario todo lo contrario. Gildo Insfrán es “un ver¬da¬dero señor feudal que ha aniquilado todas las ins¬ti¬tu¬cio¬nes, que con¬trola los tres poderes, persigue a la poca prensa in¬de¬pen¬dien¬te que queda y no permite los disensos. Para algunos, un patrón. Para otros, un dictador. Para todos, poseedor de una fortuna incal¬¬cu¬la¬ble”. Lo enumerado por Carlos Rey¬¬mun¬do Ro¬berts encarna todo lo que no pue¬de ni debe ser permi¬ti¬do en una República.

Desde el inicio de la cuarentena vemos imágenes de funcionarios formoseños violando los más elementales derechos humanos y que se han resistido, incluso, a cumplir con fallos emitidos por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Vimos a personas impedidas de ingresar a la provincia y de volver a sus hogares, siendo obligados a dormir en campamentos improvisados debajo de sus camiones o en vehículos al costado de las rutas. Se los denomina “los varados”, banalizando su trágica situación.  “Varados” que han muerto intentando ingresar a la provincia vadeando ríos (me resulta inadmisible hablar de fronteras dentro del país).

Se conocen casos de familias con pequeños fallecidos en hospitales de otras provincias que no pueden volver a su tierra a realizar el sepelio. También vimos imágenes grotescas de los “centros de aislamiento” construidos a raíz del COVID-19. Instalaciones precarias desde donde se han transmitido imágenes aberrantes y que son objeto de denuncias por su falta de higiene, por sus condiciones de hacinamiento y por estar, en el paroxismo de la paradoja, propiciando todas las condiciones necesarias para contagiar a la gente sana o a las personas con testeos cuyos resultados son todavía desconocidos y que se encuentran también allí. Todos juntos y amontonados. 

Formosa es una provincia inviable. Un lugar en el que el 95% del empleo es estatal y - por tanto - sus ciudadanos son esclavos del poder político local y nacional y que tienen miedo de expresarse, de levantar la voz, de protestar y de perder su única fuente de ingresos. Formosa es el ejemplo perfecto del descenso a los infiernos y del retorno a la barbarie. 

¿Es el modelo a seguir? 

No; en lo personal creo que es todo lo contrario. El señor Insfrán encarna “todo” los que debe ser evitado en una democracia real. 

El hecho de que, como sociedad, no repudiemos públicamente las declaraciones pre¬si¬den¬cia¬les es tan¬to o más preocupante. 

Edmund Burke, filósofo y político irlandés, miembro del parlamento inglés entre los años 1766 y 1794, afirmó: “Para que el mal triunfe, sólo se ne¬ce¬sita que los hombres buenos no hagan nada”. Y digámoslo claro y explícito: está triunfando el mal. La perversión y la barbarie.

Insfrán no es una casualidad 

Pero, sospecho, Insfrán no es una casualidad. El señor presidente lo instala como ejemplo porque, justamente, él querría poder hacer lo mismo. Como lo hizo Néstor Kirchner años antes en Santa Cruz. Igual que otros señores feudales en otras tantas provincias que dan forma a este nuevo medioevo argentino.


El señor presidente socava a diario la legitimidad del poder legislativo gobernando a través de una cantidad record de decretos de necesidad y urgencia. Puede ser legal. No son legítimos. La distinción es importante y es elemental que todos lo entendamos así. El gobierno interviene también en el poder judicial buscando lograr la impunidad de varias personas envueltas en distintas causas judiciales. 

Lo dijo el propio fiscal de la Nación Alberto Nisman mucho antes de su muerte tan dudosa: “Es inaceptable para el devenir de cualquier país democrático que el paso del tiempo consolide la impunidad de las causas judiciales”. 
Ni el paso del tiempo por inacción - la estrategia oficial desde siempre-; menos todavía la impunidad obtenida por una acción directa del poder ejecutivo como parece ser ahora la nueva norma. 

Un gobierno que no respeta la división de poderes y que busca exonerar a delincuentes y facinerosos es un gobierno que transita por una pendiente muy peligrosa en la cual es fácil tropezar y caer. 

Un gobierno que puede deslizarse a un totalitarismo insfraniano con gran facilidad. Y un totalitarismo es un totalitarismo. Una aberración por definición. No existen atenuantes. No hay totalitarismos de izquierda ni totalitarismos de derecha. No hay totalitarismos buenos ni totalitarismos malos. No hay totalitarismos que busquen defender al pueblo y otros que lo opriman. Sólo hay totalitarismos. Y si repito la palabra totalitarismo diez veces en un mismo párrafo no es por no saber escribir o no encontrar adjetivos sustitutivos. Es a propósito. Quiero expresarlo con todas las letras y todas las veces que haga falta para que advirtamos el peligro latente al que nos podemos enfrentar. 

Y para aquellos que se aferran al sentido literal de las palabras buscando instalar, cual prestidigitadores, las discusiones incorrectas ocultando a propósito las correctas, no estoy diciendo que este gobierno encarne una dictadura. No. Es un gobierno legítimo surgido del voto popular. No es lo mismo ni digo que lo sea. Sí, cuestiono su forma de gobernar y el afán que muestra por imponer un pensamiento hegemónico atacando, descalificando, ninguneando o acallando a todo aquel que muestre un pensamiento distinto. Por ahora embrionariamente. Pero las señales de su radicalización están ahí, a la vista, para todo aquel que las quiera ver.

Abandonemos el silencio

Es momento de opinar. De participar. De advertir. Sobre todo, porque estamos a tiempo de comenzar a corregirlo. Dejando de gobernar por decreto. Abandonando el estado de excepción que se está cimentando con la intención de dejarlo instalado. Devolviéndole al Congreso el pleno uso de sus poderes y sus capacidades y dejando de intervenir en el poder judicial. No coaccionando más a los jueces. Empezando a transitar un camino de regreso a la institucionalidad; al imperio de la ley. Todo esto para comenzar. 

Pero, así como nosotros, la sociedad, tenemos que madurar y crecer, también lo tienen que hacer los poderes del Estado que se dejaron despojar de sus facultades y atribuciones. Por falta de coraje o por falta de probidad. Jueces, diputados y senadores. Ministros y funcionarios. Oficialismo y oposición. Educadores y comunicadores sociales. Empresarios y dirigentes sindicales. Si no están a la altura de las circunstancias o no dan la talla moral que se requiere para estar al servicio de la Nación y para ser un servidor público, den un paso al costado. Para que haya un esclavo tiene que haber alguien que se deje esclavizar. 

Y la sociedad —nosotros— debemos dejar de lado dicotomías erróneas y pauperizadas intelectualmente. “Campo o industria”. “Salud o economía”. “Pro-vida o pro-muerte”. “Salud pública o salud privada”. “Oligarquía y pueblo”. “Ricos y pobres”.  Opciones binarias que apelan a sentimientos y que sólo invitan a una confrontación. Ninguna sociedad sana puede vivir en los extremos. Debemos abandonar la cultura de la identificación tribal y debatir ideas y conceptos sin caer en el agravio ni en la descalificación. Aprendiendo a escuchar y a debatir. 

Basta de pensar en términos de suma cero

No menor, también tenemos que abandonar esta concepción primitiva de una Argentina planteada como un juego de suma cero donde entonces si, no queda ninguna otra alternativa más que seguir quitando mucho a unos pocos para darle muy poco a otros muchos. Modelo que se agota pronto. Se fagocita a sí mismo. Y nos va a terminar por empobrecer más y más. A todos por igual. 
 
Argentina tiene la capacidad, el potencial y los recursos humanos, tecnológicos y científicos para instalar un país de suma positiva y creciente. Y la sociedad y sus instituciones deben velar por hacer que ese crecimiento se distribuya luego equitativamente en todas las capas y en todos los estratos de la sociedad. Eso es crecer. Eso es un pensamiento “progresista”. 

Lo otro, lo que hacemos ahora, es seguir profundizando el pobrismo como política de Estado y como estrategia política en nombre de un progresismo que no es tal. Una Argentina devenida en una fábrica de pobres que perpetúa el poder de señores feudales que reinan sobre una ciudadanía maltratada, que maltrata y que se deja maltratar. Un país que no educa. Que niega toda posibilidad de progreso y de crecimiento. Que no valora el esfuerzo y que niega el mérito. Que implementa pobreza y sumisión de una manera perversa y criminal.

Así, nunca vamos a darnos a nosotros mismos la posibilidad de convertirnos en una sociedad progresista. Solo vamos a seguir siendo una sociedad bárbara que, terca y furibunda, seguirá corriendo hacia la oscuridad.

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