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Plegaria para una Argentina que agoniza

Domingo, 30 de mayo de 2021 02:19
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Suetonio escribió respecto de Calígula: "Estaba enfermo tanto de cuerpo como de mente". Lo que no dijo, y se cuidó además de expresar en ese momento, es que si Calígula estaba enfermo era porque también lo estaba Roma.

Una sociedad está tan rancia y desintegrada como los líderes que elige para gobernar su destino.

Hoy no hay una sola afirmación por parte de los políticos argentinos de estar actuando en pos del interés público que no sea una falsedad; no hay un solo intento por parte del Gobierno de mantenerse dentro del espíritu de la ley y la Constitución que no sea un engaño y, peor aún, no hay ni una sola expresión de sentimiento elevado de nadie que no sea una hipocresía.

La enfermedad es total.

Tanto de la dirigencia como de la sociedad que los elige para representarnos y gobernarnos.

Nos lo tienen que mostrar de afuera

No somos conscientes pero estamos mal. Muy mal. Y lo peor es que no nos damos cuenta. O pretendemos no darnos cuenta. O queremos hacer como que no es tan grave.

Nos lo tienen que decir de afuera porque nosotros nos negamos a verlo. A aceptarlo.

Preferimos seguir buscando artilugios para creer en soluciones mágicas y atajos fáciles cuando no hay reporte, informe o ranking internacional en el cual Argentina no quede en el lado horrible de la estadística.

Estamos en terapia intensiva con pronóstico reservado, pero seguimos queriendo creer que, en un día o dos, dejaremos el hospital.

 

Nos muestran, desde afuera, que estamos séptimos en el "Ranking Anual de la Miseria" compartiendo el top ten sobre 156 naciones con Venezuela, Zimbabue, Sudán, Líbano, Surinam, Libia, Irán, Angola y Madagascar; muchos de ellos atravesados por terribles conflictos bélicos o étnicos. O dictatoriales.

Rodolfo Terragno, en estas páginas, cuestionó con razón la intencionalidad de la medición. Yo no cuestionaría el resultado de la foto.

En la misma semana, en el reporte elaborado por Bloomberg donde se califican los peores desempeños en el manejo de la pandemia, Argentina quedó tercera sobre un total de 53 naciones; sólo superada por Brasil y Polonia.

La agencia tuvo en cuenta la tasa de mortalidad, el acceso a las vacunas, la libertad de circulación y la economía, entre otras variables. No había chance alguna de salir bien parados en dicha comparación. Y esa calificación es más terrible aún si se considera la gravedad de la crisis humanitaria de proporciones mayúsculas que está ocurriendo en India. Y el triste hecho de que, comparando cifras por millón de habitantes, por momentos quedamos o hemos quedado peor parados que ellos.

Ineptitud, ignorancia, vocación inquebrantable por la corrupción por parte de un gobierno que no se priva de hacer negocios turbios ni aún en las peores circunstancias pruebas pequeñas pero contundentes e inmejorables: la del laboratorio administrado por dos monotributistas sin ningún antecedente en temas de salud que hacía los hisopados en Ezeiza o los "vacunatorios fantasma" de Luana Volnovich, mientras la grieta fomentada irresponsablemente por ambos lados obran todo el tiempo en contra nuestra.

Entre muchas otras cosas más por supuesto. Un Indec indulgente consigna una caída del PBI en 2020 del 9,9%; un 42% de pobreza 19 millones de personas; 10,5% de indigencia 5 millones de personas; un 11% de desempleo otros 5 millones de personas y esto solo gracias al artificio de no contar como población económicamente activa a aquella que no busca empleo. El 67% de los chicos menores de 17 años viven por debajo de la línea de pobreza (8 millones) y la inflación, este año, va en camino de superar el 60% interanual en el mejor escenario; cuando ya el año pasado arañó el 46%. Un millón y medio de chicos abandonaron el sistema escolar argentino en el 2020 y esto sólo puede empeorar este año donde ya la batalla por las elecciones se ha trasladado al campo educativo y donde ya transitamos el camino irreversible y penoso de la judicialización de la educación.

Tenemos la carga impositiva más alta del mundo, una emisión monetaria desbocada solo controlada, por ahora, por la bomba de tiempo que significan las Leliqs que imprime sin cesar el BCRA en un intento desesperado e inútil por esterilizar dicha emisión y todo para financiar un déficit fiscal fuera de control y de toda voluntad de control.

Con esta receta el gobierno desalienta la producción y el empleo genuino fomentando, en cambio, la informalidad, el subsidio y la dependencia. Canjea votos a favor por subsidios o empleo estatal. En estas mismas páginas, Oscar Delmastro Ingaramo probó cómo una familia tipo beneficiaria de tarjetas alimentarias y AUH alcanzaba, sin trabajar, un ingreso de $80.000. Sin estigmatizar ni caer en generalizaciones, convengamos que un ingreso así desalienta los incentivos a trabajar mientras ubica cómodamente a esa familia en una clase media baja (C3) de acuerdo con un estudio posterior publicado por el diario La Nación.

Es fácil ver que el Gobierno elige el subsidio y el pobrismo como estrategia de consolidación del poder y como política de Estado. “Formosa es el ejemplo por seguir”. Nos lo avisaron. No lo quisimos aceptar. 
Santa Cruz fue el gran laboratorio donde Néstor Kirchner probó todos los límites imaginables que, luego, nacionalizó. 
Vale la pena recordar que en ese atrasado feudo familiar hace más de dos años que no hay clases. Ni presenciales ni virtuales. Sencillamente no hay clases. 
Nuestro destino, de seguir así, es el de una esclavitud larga y agónica en manos de la discrecionalidad de un estado populista, autoritario, perverso y demagógico. Criminal. 

Recientemente, la revista The Economist lectura obligada en círculos financieros y empresariales mundiales, publicó: “El estilo de conducción, el avasallamiento de las instituciones, el favoritismo para los empresarios amigos, el manejo discrecional y arbitrario, la insoportable carga impositiva, la cuestionada política tarifaria con el consiguiente aumento en los subsidios que engrosan el ya abultado e intocable gasto público y la política cambiaria vigente son algunas de las muchas cuestiones que hoy confirman que la Argentina no resulta nada atractiva para las inversiones”.
La posibilidad de un nuevo default resulta cada día más real y menos imposible. Más deseado, buscado y conseguido que inesperado a pesar de toda la retórica que despliega el presidente al respecto. 

Sin medios no existe fin posible

Argentina alguna vez fue un polo de atracción para la inmigración mundial, un símbolo de oportunidades y de crecimiento social. 
Hoy ha quedado rezagada, abandonada a su suerte y a una desgarradora diáspora que rechaza capitales y eyecta población a los cuatro vientos. Pero, en un alarde de infantilismo propio de gente que delira, nos imaginamos el epicentro de una revolución antiglobalizadora, anticapitalista y antiliberal. 
Así como el fin no justifica los medios, sin medios no se puede tener ni imaginar ningún fin. No tenemos autoridad moral ni un nivel de influencia suficiente como para convertirnos en un faro revolucionario universal. 
Estamos en terapia intensiva, con pronóstico reservado y con fiebre; desvariando sueños de gloria y de poder buscando pelear una guerra perdida de antemano, vistiendo harapos y armados con lanzas de madera y puntas de piedra como todo cabezal. 
Peor, los supuestos “generales revolucionarios” de esta farsa alborotadora son gerontes con cabeza de chicos pasados de alcohol y de videojuegos que jamás trabajaron o estudiaron, que suelen decir las barbaridades factuales e históricas más descabelladas y aberrantes que hayamos escuchado vez alguna y que, en condiciones normales, no sirven ni para realizar una tarea básica. 
Lamentablemente hoy todos estos personajes han devenido en funcionarios, subsecretarios, secretarios, ministros, diputados, senadores y gobernadores. Los “jóvenes idealistas” ya artríticos o alguno de sus allegados, todos ellos atrapados en el túnel del tiempo, pretendiendo volver a reeditar una revolución marchita y demodé. 

¡Atrapados en el túnel del tiempo

Nos están dejando encadenados a un supuesto progresismo setentista congelado en el tiempo, hoy irrelevante y que sólo nos puede deparar más atraso, más decadencia intelectual, más pobreza material y más soledad internacional. 

Más gobernantes enfermos de alma. La incapacidad, la corrupción y la mentira fueron las constantes más comunes desde la vuelta a la democracia en 1983. Y ahora padecemos este cuarto experimento kirchnerista que probablemente sea el gobierno más incapaz, corrupto y mentiroso de todos los que hemos tenido que soportar hasta acá. 

La entropía de Argentina aumenta. La experiencia nos enseña que basta con mirar la lista de los posibles “presidenciables” para darnos cuenta de que sólo nos esperan esperpentos superadores o para intuir la aparición de algún “tapado” todavía peor. 
¿O acaso alguien pudo imaginar, en 2018, que en 2019 Alberto Fernández podría representar a Cristina Elisabet Fernández de Kirchner? 
Calígula, Tiberio, Nerón. Sociedades enfermas producen líderes enfermos. Y hoy nos gobiernan líderes enfermos de poder y de ambición personal.
Queremos creer que Argentina no ha muerto. Que todavía sigue acá. Potencia, pero no acto. Aún latente. Pero no. Argentina ya tiene muerte cerebral. Falta de inversión, desocupación, inflación descontrolada, educación paupérrima y capacidades anuladas. Carece de un plan. No hay un solo signo vital que permita creer que se la pueda resucitar. Argentina está casi muerta. Y nosotros con ella. El médico mira la hora tratando de decidir ni es ya momento de decretar la hora de la defunción. 
¿Qué otro indicador, qué otra señal, necesitamos para reaccionar?

 

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