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La visión sobre “el granero del mundo” y la posición argentina en el contexto internacional de demanda de alimentos siempre ofrece el escenario para una optimista reafirmación sobre la capacidad de nuestro país para producir alimentos a escala planetaria y dar de comer a más de 400 millones de personas, es decir 10 veces más que la población local.
Pero esta afirmación, que ya debería tener la practicidad de una política de Estado sostenida en el tiempo, más allá de los gobiernos de turno, sigue siendo una expresión de anhelo. Solo con tibios bemoles, la continuidad de las estrategias aplicadas para llegar a una real inserción de la Argentina en los mercados internacionales con productos alimenticios elaborados sigue estando “en agenda”.
El macromercado de China, con su alta demanda de alimentos, no puede aún hoy satisfacer del todo las expectativas de la industria local y mientras las fábricas exigen seguridad jurídica para el crecimiento, las oportunidades se diluyen en la parafernalia del comercio mundial.
La calidad de las materias primas aparece también como una veta de excelencia para colocar el valor agregado en la demanda mundial, y si bien es cierto que hay políticas que ser fueron desarrollando a lo largo de los años como el sello “Alimento argentino: una opción natural”, las estrategias parecen no arrojar los resultados que se esperan.
¿Se puede conseguir diferenciar el producto industrializado a través de nuestra materia prima? La demanda del comercio mundial indica que sí y que la variable de la calidad de la materia prima argentina no está en discusión en el mundo, aunque sí las condiciones de comercialización y los acuerdos donde la burocracia del Estado, con sus intereses particulares, toma demasiada relevancia y desalienta las inversiones y el interés del mundo entero para adquirir alimentos de calidad que bien se producen en el país.
Las limitaciones para agregar valor en la Argentina de los últimos años tienen que ver más con temas estructurales, que con los costos directos de producción, tanto en carnes como lácteos y otros productos industrializados.
La pandemia por coronavirus ha venido a poner un freno a las expectativas industriales en el mundo, pero los mercados vuelven a emerger lentamente con una avidez que empieza a hacerse notar. Y otra vez la Argentina, como una inagotable tierra de oportunidades, vuelve a sentir los vientos a favor.
En este escenario que se repite, el desarrollo en las cadenas agroalimentarias del concepto de mejora continua de la calidad y la productividad es lo que permitirá lograr mayor competitividad, inserción y posicionamiento de los alimentos argentinos.
El esfuerzo está puesto en exportar alimentos que logren diferenciarse del resto de la industria alimenticia en el mundo a partir de la materia prima de alta calidad, pero hay un componente que va más allá de la participación productiva. Es deber del Estado fijar la apertura de nuevos mercados internacionales que aseguren una demanda diversificada y continua de los productos para exportación y que, a través de acuerdos comerciales, permitan bajar los aranceles actuales y ser competitivos para crecer en dichos mercados.
La caña de azúcar y la demanda mundial
De todas las cadenas de valor agregado, la industria azucarera en el país constituye un histórico ejemplo de cómo la materia prima ha sido transformada a un producto industrial que en la actualidad tiene altibajos en el comercio mundial, pero que definitivamente ha sostenido a decenas de miles de puestos de trabajo durante generaciones y que incluso ha logrado diversificarse hacia mercados independientes del alimenticio, como bioenergético.
Esta condición pone a la industria azucarera del país como un caso de éxito para analizar, más allá del contexto del mercado mundial. La sola transformación de la materia prima en una diversidad de productos, hace que el azúcar sea siempre motivo de estudios sobre esta evolución.
Siguiendo con el ciclo “Hablemos de lo que viene” promocionado desde la multiplataforma de diario El Tribuno, en la Semana de la Industria, mañana será el turno Diego Ruiz, gerente del Ingenio San Isidro, una firma tradicional en el esquema azucarero de la provincia de Salta.
Ruiz adelantó una temática interesante sobre lo que ocurre en la actualidad con el mercado del azúcar en el país y en el mundo, en un escenario de pospandemia donde nuevamente vuelven a ponerse en juego las estrategias de poscionamiento en los mercados mundiales y la competencia por el ingreso a esos países.
La asistencia del Estado a la industria para lograr estándares de calidad e inserción y la necesidad de muestras claras por parte del sector político de un trabajo serio para resolver limitaciones y ganar mercados, es el paso inicial para intentar generar confianza en el país y comenzar a transitar el camino de nuevas inversiones, generación de empleo y crecimiento genuino de la economía.
Lo que pasa con las carnes
En el seminario anual de 2019 de la Fundación Producir Conservando se concluyó en que el 80% de la producción mundial de soja y el 40% de los granos forrajeros se producen en USA, Brasil y Argentina, y que el gran desafío para nuestro país era el lograr agregar más valor a esas dos producciones de materias primas. Entre otras alternativas, para agregar valor en maíz y soja la oportunidad se presenta, hoy como ayer, en la producción de carnes.
Mientras en Argentina se produjeron en 2018 un total de 5,6 millones de Tn de carne, de las que solo se exportó un 13%, en Brasil la producción total fue de 27,8 millones de toneladas, con un 24% destinado a exportaciones y en USA 43,2 millones de toneladas de producción, y de ellas un 17% que fue a exportaciones.
Está claro que Brasil y USA producen entre 5 y 8 veces más carnes que Argentina, y en parte es por el elevado consumo interno que tienen. Tomando valores actuales, que han mejorado respecto a los presentados en el 2018, Argentina muestra un mercado interno ya cubierto, lo que implica que los crecimientos productivos en los próximos años deberían estar fundamentalmente orientados a la exportación.