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7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Interrogantes sobre nuestro país invisible y su mapa

Domingo, 16 de octubre de 2022 01:42
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Italo Calvino nos regala en "Las ciudades invisibles" una deliciosa descripción de la ciudad de Isaura; una ciudad construida sobre un profundo lago subterráneo. Los habitantes se han extendido sólo hasta el punto donde los pozos excavados en la roca hayan podido extraer agua respetando una vertical irrenunciable. Así, la ciudad construida sobre la superficie repite, inconsciente, la forma del lago oculto. "Un paisaje invisible condiciona el visible, todo lo que se mueve al sol es impelido por la ola que bate encerrada bajo el cielo calcáreo de la roca"; dice con poesía Calvino.

Por eso en Isaura hay dos religiones: una la de aquellos que celebran a los dioses que habitan en el lago y le dan forma y fuerza a la ciudad; otra la de aquellos que veneran cada mecanismo, cada aparejo, cada polea, cada cubo, cada tubería y cada tanque que permite transportar y almacenar el agua que le da la vida a los habitantes. Unos veneran el lago; los otros la hechicería que les permite alimentarse de él. ¿Quiénes tendrán razón? ¿Una religión será más válida que la otra; más verdadera? ¿No serán ambas, acaso, una forma de ilusión; de engaño? La imagen del lago subterráneo y la de la ciudad que la repite en la superficie, siempre me hicieron pensar en ese hermoso texto de de Jorge Luis Borges sobre el mapa y el territorio: "…En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos".

Un Mapa del Imperio tan exacto como el imperio mismo. Una ciudad en la superficie tan exacta como el lago que le da sustento. Me pregunto hasta dónde hay que ampliar la Historia Argentina para ver con detalle nuestras fallas. ¿Debemos escribir la Historia, palabra por palabra, desde cada prócer inventado e inverosímil, y cada persona ignota y real hasta hacerla tan extensa y detallada como la historia misma? ¿No acabará así siendo tan Inútil y Desmedida como el mapa del Imperio imaginado por Borges? ¿O sólo bastará una forma invisible que de forma a lo visible; como la hermosa ciudad de Isaura pergeñada por Calvino? Un Mapa de nuestra Historia tan grande y detallado como el de Borges; ¿mostrará en qué lugar y en qué momento exacto se produjo la falla; ese desvío por un camino que jamás debimos haber tomado?

¿Habrá sido por nuestra génesis como puerto de ladrones y de contrabandistas cuando vaciábamos las minas de plata de Potosí; esas que pertenecían al Virreinato del Alto Perú? ¿O será por la costumbre ya centenaria de socavar las instituciones? Esa forma tan nuestra de hacer las cosas que nos hizo menoscabar a ese virreinato que nos molestaba primero; lograr quedarnos con esas minas tan deseadas que expoliamos hasta la extenuación luego; y hacernos de un territorio que nunca supimos qué hacer con él aún antes de agotarlo. ¿Será que nunca fuimos capaces de imaginar un futuro que prescinda de la extenuación de todos los recursos naturales y de la explotación de un pueblo sobre el otro sobre el otro?

¿O habrá sido por el legado de tantos colonialistas inescrupulosos que vinieron hasta acá sólo a enriquecerse sin el menor miramiento ni moral alguna? Quizás toda la historia de América Latina esté signada por el oprobio del yugo de la corona española y la eclesiástica esforzándose juntas. Y las colonias que seguirían después, convulsionadas una tras otra, siguiendo los avatares de las guerras que desgarraban el corazón de los imperios. Bien sabido es que la guerra del centro se pelea en la periferia; no es casualidad que hayamos quedado en el contorno del mundo. Quizás lo seamos.

¿Habrá sido por querer seguir siendo colonia española por parte de unos; colonia británica por parte de otros; colonia francesa por parte de los más descabellados; colonia independiente por los que buscaron independizarnos? O que dijeron que buscaban independizarnos. ¿Habrá sido un deseo genuino de independencia o sólo otra manera de enmascarar esa necesidad irrenunciable de enriquecimiento o de meros intereses personales?

Pero no. Seguro que hubo héroes y, seguro, alguno habrá habido también con deseos genuinos de construir bien común. ¿Por qué no prevalecieron? ¿Son acaso esos los próceres que nos enseñaron en la escuela? ¿La historia que nos enseñaron en la escuela es la historia de los hechos tal y como acaecieron? ¿O los pliegues de la historia mil veces reescrita y agrandada fue embelleciendo u ocultando rizos y traiciones hasta hacerlos desaparecer tras la pátina de la historia deseada?

Una historia tan exacta y detallada como cada palabra y cada acción de cada persona -ignota o no, pero cierta-, ¿alcanzará para encontrar esa falla primigenia y saber quiénes fueron los verdaderos héroes y quiénes los inventados?

¿Habrá sido por la huella definitiva de la barbárica Mazorca, la cual aún hoy y de manera inexplicable, reivindicamos? ¿O será que no pudimos consolidar el sueño federal que algunos -con ingenuidad y grandeza-, soñaron? Después de todo, aún hoy, cada uno de los distintos gobiernos siguen hablando de la Patria Federal resignificando y reforzando a esta sólida Patria Unitaria. "Dime de qué presumes y te diré de qué adoleces". No recuerdo quién lo dijo, pero mi falta de memoria no la hace menos exacta. Somos todavía un país unitario, con una aduana unitaria y central, con impuestos unitarios repartidos a las provincias como dádiva oficial con absoluta discrecionalidad, usados como magnífica herramienta de sumisión y disciplina provincial. Una Patria unitaria que reúne a varios feudos medievales edificados a la medida de gobernadores rentistas que viven en la periferia del pensamiento y de la historia. ¿O acaso no vemos en la maniobra por hacerse de los salares de litio de Salta, la misma maniobra calcada que cuando el Puerto se hizo de las minas de plata del Virreinato del Perú?

¿O habrá sido el corporativismo que prevalece en todo el país, del cual emergen sindicalistas millonarios, prepotentes, con conductas mafiosas y repudiables; que exhiben un poder desmedido y desproporcionado? ¿Será cierto que esto solo fue posible por el terror de alguna dirigencia por la anarquía incipiente, como sostiene Carlos Waisman en su ineludible "Inversión del desarrollo en la Argentina"? ¿O habrá sido por Perón? ¿Por el indescriptible peronismo, hoy criticado de manera internacional? ¿Será por el inconfesable amor del peronismo por el fascismo italiano; o por la nunca declarada guerra a Alemania sino hasta el mismo día de su rendición? Hecho que se repite hoy en la falta de condena a Rusia por la invasión a Ucrania y en la no suscripción a la declaración de apoyo a Ucrania leída en la OEA. Tampoco condenamos a Venezuela. Ni la violación de los DDHH en China. ¿Será por el constante y sordo murmullo antisemita argentino? No lo neguemos. Está, existe en nuestras raíces fascistoides. Tanto como el racismo, ese que se expresa en apelativos impronunciables hacia "nuestros queridos hermanos latinoamericanos"; los mismos que despreciamos en lo profundo y en silencio.

¿Eso explicará nuestras simpatías, defensas y alianzas con las peores dictaduras del mundo como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, Rusia o China? ¿Hay un lago invisible con forma de amor a las dictaduras que nos haga ser de esta forma tan cínica y perversa?

¿Será por esa manera constante de mentir y de seguir siempre hacia adelante sin buscar ni querer ni poder redimirnos? ¿O será por esa forma tan nuestra de jamás llamar a las cosas por su nombre? De nombrar a B con la A, a la A con la Z y a la Z con una Y.

¿Será que lo tenemos imbuido en nuestra sangre; en nuestro ADN? ¿Acaso el Martín Fierro y todo otro mito gauchesco no son la historia de un matrero ladino y pendenciero; proto anarco que rehúye de la autoridad, que huye de la leva, que se esconde entre los indios cuando asesta la puñalada y se suma al malón cuando le conviene; que disfruta burlando a la justicia y viviendo de lo ajeno en nombre de justicia y de la igualdad? ¿Debemos remontarnos hasta José Hernández o Leopoldo Lugones para encontrar nuestro pecado original? ¿Nuestra literatura ya imaginaba lo que iríamos a ser? ¿Vieron, acaso, el camino errado que habríamos de tomar? ¿No será culpa todo de una lectura errada sobre personajes equivocados?

Borges afirmó: "En lo que se refiere a nosotros, pienso que nuestra historia sería otra, y sería mejor, si hubiéramos elegido, a partir de este siglo, el Facundo y no el Martín Fierro". No le falta razón. Al exaltar como paladín a un desertor y a un traidor, ¿no habremos construido y venerado a un arquetipo equivocado?

El populismo yrigoyenista primero y el peronista después; la falsedad ideológica; el nacionalismo infantil, perverso y vacío; la gesta malvinesca; el patrioterismo enfermizo que en pocos días más nos hará abrazar una camiseta de fútbol, gritar goles con pasión pero que no se conmoverá ni un ápice por la olvidada comunidad wichi que se extingue de hambre, de falta de Patria y de soledad.

¿Será culpa de algo de todo esto que devinimos en este Estado propagado y ausente por completo al mismo tiempo? ¿Este Estado esquizoide, bipolar y enfermo? Un Estado fallido a la medida exacta de una sociedad también fallida.

¿No seremos una idea desacertada de país, construida sobre personajes equivocados en el lugar erróneo y en un momento no propicio? ¿Cómo hacer un mapa a la altura de tanto desacierto? ¿Se podrá? Si lo lográramos, ¿podríamos internarnos en el laberinto usando el hilo de Ariadna? Encontrar la falla, enmendarla y desandar el camino. ¿Lo intentaríamos, si pudiéramos? Sospecho que no. Que es más cómodo y más beneficioso para unos muy pocos esta extendida podredumbre para demasiados; que el esfuerzo que implicaría sí a todos el intentar cambiarla en algo.

 

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