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La encrucijada de Ucrania

Miércoles, 02 de febrero de 2022 02:11
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Las previsiones sobre el desenlace del conflicto de Ucrania, cuyas resonancias bélicas alarman a la opinión pública internacional, exigen ante todo determinar su importancia relativa para las dos partes en pugna. Esta precisión permitiría responder al interrogante fundamental de hasta dónde está dispuesta a llegar Rusia por Ucrania y a la pregunta realista sobre qué está verdaderamente decidido a hacer Occidente en esta contienda.

En la lengua eslava Ucrania significa "frontera". Esa precisión ayuda a interpretar el conflicto que enfrenta hoy a Rusia con Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Lo que está en juego es la demarcación de la frontera geopolítica entre Oriente y Occidente en el territorio europeo. Para Vladimir Putin, una Ucrania integrada en la Unión Europea y en la OTAN constituiría una amenaza estratégica inaceptable. Es una cuestión de soberanía y hasta de orgullo nacional.

Rusia nació en el siglo IX en el principado de Kiev, la capital ucraniana. En noviembre de 2016, Putin inauguró en el centro de Moscú una estatua de 11 metros de altura del príncipe Vladimir I, artífice de la unificación de Rusia y la cristianización de toda la región, bautizado en Crimea en 988 y a quien el patriarca Kiril, jefe de la Iglesia Ortodoxa rusa, una fiel aliada del Kremlin, definió como "padre del pueblo ruso y símbolo de la unidad de todos los pueblos de la Rusia histórica".

Históricamente, sea con el imperio zarista, la era bolchevique o la etapa poscomunista, Moscú consideró a Ucrania como parte de su "esfera de influencia". En julio de 2021, Putin publicó en la página oficial del Kremlin un artículo titulado "Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos", donde afirmó que "la verdadera soberanía de Ucrania solo es posible en asociación con Rusia".

Esa visión no es compartida por la mayoría de los ucranianos, quienes todavía guardan el recuerdo de los fugaces momentos en que su país fue un estado independiente.

Pero esa percepción generalizada en la región occidental del país, tampoco es unánime: en la Ucrania oriental, geográficamente más próxima a Rusia, habita una minoría étnica e idiomáticamente rusa.

En 1991, la disolución de la URSS transformó a la política ucraniana en un campo de batalla entre los partidarios de una alianza con Rusia, postura compartida por una parte importante de la elite empresarial, interesada en preservar sus negocios con Moscú, y una línea pro-occidental, proclive a un acercamiento con la Unión Europea. Ese conflicto quedó dirimido en 2014 con el levantamiento que provocó la caída del presidente pro-ruso Víktor Yanukóvich, quien pidió asilo en Mos cú.

La respuesta de Putin fue la anexión de Crimea, un territorio en disputa cedido al gobierno de Kiev en 1953 por el primer ministro soviético Nikita Kruschev, nacido en Ucrania. Al mismo tiempo, la población ruso-parlante protagonizó un brote separatista que implicó la proclamación de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, que si bien no fueron reconocidas por la comunidad internacional tampoco fueron restituidas a la soberanía ucraniana.

Técnicamente, Ucrania vive una guerra civil. Los acuerdos de Minsk de 2015 establecieron un cese del fuego que todavía está en vigencia pero pueden ser denunciados en cualquier momento por cualquiera de ambos bandos. De allí que el respaldo militar de Occidente al gobierno de Kiev y el aprovisionamiento por Rusia de las repúblicas separatistas permitan que una eventual ruptura de hostilidades pueda iniciar una escalada que culmine con la internacionalización de la contienda.

¿Y dónde está el piloto?

Mientras que para Rusia lo que suceda con Ucrania es una cuestión de supervivencia, no ocurre lo mismo con Europa. El eclipse de la URSS, que supuso automáticamente la extinción del Pacto de Varsovia, la alianza militar de los países socialistas del Este, y también del Comecon, la asociación económica del bloque soviético, hizo que Europa Occidental dejara de mirar a Moscú como una amenaza. La suerte de Ucrania no figura entonces entre sus preocupaciones más acuciantes.

Los hechos avalaron esa percepción. Tras la caída del muro de Berlín, Alemania Oriental se fusionó con Alemania Occidental. En la década del 90 la mayoría de los antiguos miembros del Pacto de Varsovia se incorporaron a la Unión Europea y a la OTAN. Bielorrusia y Ucrania fueron los únicos que no siguieron ese camino. Esa ampliación de la OTAN hacia el Este, que Putin pretende revertir, es un factor de tranquilidad para los socios europeos de la alianza atlántica.

El ejemplo más elocuente es Alemania, de lejos el país política y económicamente más relevante de la Unión Europea, mucho más después del "Brexit". El gobierno de coalición que encabeza el primer ministro socialdemócrata, que acaba de sustituir a Ángela Merkel, es extremadamente cauteloso en sus apreciaciones sobre el tema ucraniano. De hecho, Berlín rehusó enviar ayuda militar a Kiev.

Matthias Platzeck, conspicuo dirigente de la socialdemocracia y titular del Foro Ruso - Alemán, puntualizó: "¿Por qué miramos a Rusia con otros ojos que a Estados Unidos? Por la historia. A Alemania y a Rusia las unen mil años de historia. Catalina la Grande, la zarina más importante de Rusia, era alemana, y un pequeño detalle: fue ella la que convirtió a Crimea en parte de Rusia".

  La ausencia de Merkel generó también un vacío en la Unión Europea. La ex primera ministra, apodada periodísticamente “Frau Europa”, había consolidado un liderazgo continental que hoy brilla por su ausencia. Esa crisis de liderazgo en el Viejo Continente se ve agravada por el debilitamiento interno del presidente estadounidense Joe Biden, quien se encamina a perder las elecciones legislativas de noviembre próximo. Putin, un oficial de inteligencia formado en la KGB, percibe que, a la inversa de Rusia, Occidente carece hoy de un comando unificado.
Más allá de la estrategia de Biden de impulsar una “Alianza de las democracias” que establezca un muro de contención a la incipiente entente entre Rusia y China, esa asimetría entre la distinta prioridad que Rusia y la Unión Europea otorgan a la cuestión ucraniana no anticipa ninguna iniciativa beligerante de la OTAN.

 El inoxidable Kissinger 

En cambio, Estados Unidos tiene la posibilidad adoptar drásticas represalias comerciales y financieras, que podrían afectar la principal vulnerabilidad de Rusia, que es la debilidad de su economía. En ese marco, es posible que en Washington vuelva a escucharse la sugerencia de Henry Kissinger, quien sostiene que Ucrania tiene que ser un “colchón” entre Oriente y Occidente. 
Esa alternativa podría traducirse en una “neutralización” de Ucrania, como sucedió con Finlandia durante la “guerra fría”, lo que impediría su ingreso a la Unión Europea y a la OTAN, pero le otorgaría una amplia libertad para vincularse económicamente con Occidente. Rusia garantizaría la integridad territorial de su vecino y la estabilidad de su régimen político y las repúblicas de Donestk y Lugansk abandonarían sus veleidades separatistas para convertirse en regiones ucranianas con sendos estatutos autonómicos.
Si así ocurriese, los europeos suspirarían de alivio, Putin podría considerarse satisfecho y Biden podría decir que el principal adversario de Estados Unidos no es Rusia sino China y que Ucrania no es Taiwán.

 * Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico.
 
 

 

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