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En menos de dos semanas de debate en el Congreso Nacional, la Argentina encara su acuerdo número 19 con el Fondo Monetario Internacional. Cualitativamente, un acuerdo mucho mejor que cualquier otro dado que, por lo menos, tuvo sanción definitiva del Congreso, que supone un coeficiente de democracia más alto que, por ejemplo, el acuerdo Stand - by del 2018.
Claro, ningún acuerdo con un acreedor de urgencia es bueno.
Sería fatídico festejar que hay voluntad de pago cuando la Argentina siempre vivió en la cornisa de lo prometido y lo hecho. Los mensajes de los diputados y senadores al pueblo son bastante simples para entender: o votar el acuerdo o saltar al vacío. Es como negociar con una pistola en la cabeza. Por eso, aunque en desacuerdo con las formas, el debate que plantea el sector más cercano a la vicepresidenta no carece de fuerza.
En síntesis, se critica la falta de ingeniería política para crear las condiciones que resulten en un acuerdo que tome como activo parte de la herencia. En otras palabras, no pagar hasta un mea culpa generalizado del establishment, los países potencia del mundo, y la Justicia argentina. Algunos eligen morir teniendo razón, acercando propuestas basadas en la realidad. De todas maneras, es una posición respetable dentro de un contexto muy alejado de los factores de poder y las urgencias en Hacienda.
Sin mirar al pasado con detalle, quedan claras tres claves de lo que viene para la Argentina. Primero, no nos queda nada nuevo en este museo de grandes novedades que llamamos "política económica". El camino para no llegar en rojo a la primera reunión de control del Fondo con la Argentina ya era difícil sin guerra. Con la guerra queda claro que la imposibilidad es básicamente un hecho consumado.
En este contexto, el Fondo Monetario Internacional puede defender su postura de un acuerdo blando, sin muchas líneas rojas, para facilitar la exposición política del presidente, esperando, como mínimo, no romper el acuerdo. Por eso, el análisis del voto en el Congreso delata que la estrategia de aplicar políticas activas para ganar tiempo pueden ser parte de la solución solo sí, en este gran museo de novedades, la Argentina no cae nuevamente en un debate sin dientes como la disputa entre el gradualismo y el shock. El momento de poner las cuentas en orden, mostrar un horizonte de crecimiento, tener justicia jurisdiccional con la coparticipación es ya.
La segunda clave del proceso histórico que vive la Argentina en su traumática relación con el FMI, serán las formas y resultados de las visitas trimestrales de control. Por un lado, pueden ser útiles para demostrar que el acuerdo tiene vías de desarrollo en una economía que crece. Por otro lado, y el escenario más posible, las visitas quedarán marcadas como los eventos puntuales donde la Argentina perdió soberanía. La exageración de este último punto puede llevar a situaciones violentas y de tumulto social, sobre todo si la economía no da respuesta a la gran cantidad de gente que hoy no se beneficia del premium de la pandemia.
Poder administrar los momentos, los lugares, los tiempos, el mensaje final y la demostración de avance será un proceso tortuoso cada tres meses.
La economía argentina rendirá examen trimestral ante un actor hostil y sin apoyo generalizado de la población. En comparación con otros países, inclusive de la región, la ciudadanía conoce muy bien al FMI, y su opinión nunca fue favorable. Dentro de esta segunda clave también encaja la relación que tengan esas reuniones de control con las políticas que lleve adelante el gobierno y la relación con el Congreso. Por ejemplo, puede darse que los resultados de estas reuniones sean la excusa perfecta para vetar o bajar del temario proyectos de ley que vayan en contra de la prudencialidad de Washington. Y no olvidar que el contexto externo juega su papel. Con o sin guerra, la política exterior argentina no logra dar un salto de calidad ni tampoco transmite un objetivo estratégico claro.
Por ejemplo, la relación con Rusia y China, las posiciones encontradas con Estados Unidos, el estancamiento del Mercosur, el nulo avance del acuerdo Mercosur - Unión Europea, y hasta la incapacidad de volver a coordinar el bloque progresista en la región, que ya cuenta con un nuevo integrante en Chile.
La última clave es la más peligrosa por sobre la vida institucional de la Argentina. La razón política del sector cercano a la vicepresidenta de no acompañar el acuerdo con el FMI no es económica, es política. La identidad partidaria del Instituto Patria o La Cámpora no pasa por posiciones técnicas en políticas públicas particulares, sino por la ética histórica de defender una posición fundamentalista. No es un frente político acuerdista sin definir las limitaciones de su apoyo.
Más bien, solo ve la capacidad de movimiento o de acuerdo según lo que dicte la épica de defender el pasado. Se defienden acciones del gobierno desde el 2003 a 2015 como fuentes de inspiración. Y por supuesto que varios de los aciertos de la Argentina provienen de este período, pero varios de sus errores también. Mirar a la historia como conducto de la realidad para repetirla, sin analizar lo que pide la realidad, es una posición con fuerza épica, pero sin piernas. Probablemente la sociología política lo pueda explicar mejor, pero la ruptura simbólica de lo que aglutina al Frente de Todos pasará con fuerza a tomar protagonismo en los meses que vendrán.
Sin una forma interna de acuerdo, de síntesis, de debate, el gobierno caerá en la rutina de desestabilización, confusión a la ciudadanía y pérdida de poder simbólico. Un cocktail que predice que las elecciones del 2023 serán de cambio, no de continuidad.
Ante este escenario, la vida institucional de la Argentina puede sufrir una crisis política. La oposición y su referencia hacia la épica de siempre saber mejor, tampoco ayuda. En definitiva, la calma solo se construye con planificación a largo plazo.
¿Alguien recuerda las 10 metas del Consejo Económico y Social de la nación? ¿o el de Salta?
Sin institucionalización de espacios de acuerdo, será difícil sobrevivir la histeria AMBA-centrista que gobierna, hace mucho, los humores de la Argentina.
Un dato: mirar a Chile, donde se estrena una coalición de gobierno inédita, de tinte socialdemócrata, pero con una mesa política todos lunes que religiosamente reúne voluntades, críticas hacia adentro y planifica la gestión desde el volumen político, y no desde las debilidades personales de sus integrantes. En esta eterna búsqueda de recetas viejas, en un contexto difícil, nos vendría bien volver a sentar bases estables de conexión, de diálogo, de acuerdos, de momentos de aprendizaje. Todo esto es posible desde la administración política de querer concordar sobre cuestiones que ya no son debatibles como la creación de empleo, la educación, la confrontación a la crisis climática y la necesidad de refuncionalizar el Estado con eficiencia y recursos. Cada tres meses, el FMI nos recordará todo lo que nos falta.