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Toda disciplina necesita de leyes y de teorías para ordenar e interpretar su ámbito de incumbencia. Si bien las palabras "teoría" y "ley" se usan con demasiada laxitud para expresar cosas diferentes en distintos espacios, es necesario definirlas con precisión y rigurosidad.
Sin ahondar, una ley identifica una asociación inmutable entre variables. Por ejemplo, la ley de Boyle-Mariotte de los gases nobles (a temperatura constante, la presión por el volumen de un gas es constante); o la segunda ley de Newton (La teoría, en cambio, busca explicar por qué se establece dicha asociación y en qué condiciones es válida. Por ejemplo, mientras las leyes de Newton son válidas en nuestro mundo cotidiano, en el mundo de las partículas elementales pierden validez y reina la teoría y las leyes de la física cuántica.
Esto -base del método científico- es menos riguroso y más ambiguo en el universo de las "ciencias sociales"; denominación que confieso me cuesta no sentirla como un oxímoron. Incluso hasta me cuesta considerarlas disciplinas científicas. En el mejor de los casos, pienso que podrían ser catalogadas como "estudios sociales" o como "aproximaciones al comportamiento social".
Ciencia es la búsqueda de esta relación invariable -una ley- donde, dado un estímulo -input-, se produce una determinada respuesta -output-, que es siempre la misma. Las ecuaciones del electromagnetismo de Maxwell; la ecuación de Schr"dinger; las leyes de Newton; las leyes de la termodinámica. Oscura, divertida y compleja como es, las leyes de la física cuántica; uno de los hitos más monumentales de la mente humana y la conjunción de las mentes más brillantes de todos los tiempos, coincidiendo en un período histórico breve y único. Hoy asoma la teoría de las cuerdas como una nueva abstracción colosal.
Fotografiar un agujero negro ubicado a 55 millones de años luz de la tierra y establecer que es 6.500 millones de veces más masivo que el Sol es hacer ciencia. Que, además, sirve para confirmar -una vez más-, las predicciones de la teoría de la relatividad general propuesta por Albert Einstein en 1915. Esta fotografía, junto con otras tomadas a otras galaxias, permite probar que las leyes de la física válidas para nuestra galaxia lo son también en otras, alejadas millones de años luz de la nuestra. Esto es ciencia pura; no adivinación ni especulación. Tampoco opinión. Un experimento del ámbito físico puede ser recreado, en igualdad de condiciones, hasta el cansancio hasta dar como acertada la teoría. Basta un solo experimento que la contradiga para probarla errónea.
La Primera Guerra Mundial o la Guerra de Irak o la invasión rusa a Ucrania, en cambio, no pueden ser repetidas ni en igualdad de condiciones ni de ninguna otra manera. No hay leyes detrás de estos eventos de carácter social. Solo especulaciones basadas en diferentes ideologías y distintas opiniones.
De serios y de charlatanes
La sociología no puede ser una ciencia, tanto como no lo es la filosofía. Los especialistas en estudios internacionales -tan en boga hoy en día a propósito de la invasión rusa a Ucrania- no hacen ciencia ni son científicos. Conozco gente de este ámbito que se sentirá ofendida por estas apreciaciones. Elaborar hipótesis, buscar "variables independientes" y encontrar correlaciones positivas y asociaciones entre ellas no hace que lo que obtengan obedezca a una ley. Tampoco que se haga ciencia.
Los fenómenos sociales son multicausales y, muy rara vez, pueden ser vistos o estudiados como eventos monocausales. H. J. Morgenthau, uno de los mayores pensadores de las relaciones internacionales, advierte: "La primera lección que debe aprender el estudiante de política internacional -y nunca olvidar- es que la complejidad de los problemas internacionales imposibilita las soluciones sencillas o las profecías infalibles. Allí bifurcan su camino el charlatán y el letrado". Por supuesto, la cita puede ser ampliada a casi todos los ámbitos de la vida. Los estudios sociales deberían tomar nota de esta cita.
Los "gigantes" caminan entre nosotros
Hoy en día, y a pesar del tiempo transcurrido y de la cantidad de material desclasificado y analizado, todavía persisten múltiples interpretaciones de la llamada "Crisis de los misiles de Cuba". ¿Por qué Rusia decidió emplazar los misiles estratégicos ofensivos en Cuba? ¿Por qué, con ese acto, tomaron la decisión de apartarse de sus políticas y tácticas más habituales? ¿Por qué Estados Unidos respondió con un bloqueo naval a los suministros rusos a Cuba? O, al fin, ¿por qué los misiles fueron retirados de Cuba luego de esos días donde el mundo parecía encontrarse, literalmente, al borde de una guerra nuclear? Todavía no hay una explicación única a estas preguntas.
También existen debates y teorías que tratan de determinar qué pesa más en estos eventos: el peso del individuo o el de la estructura que lo rodea. Nos guste reconocerlo o no, el peso de los individuos influye en determinadas situaciones, contextos y momentos. Jrushchov y Kennedy fueron únicos en ese contexto particular. Los "gigantes" caminan entre nosotros y no se pueden entender varios temas internacionales sin entender el peso relativo de algunos individuos.
Hace algunos años vimos cómo el presidente Trump tomaba decisiones unilaterales e inconsultas con su propio partido que resultaron en la salida de los Estados Unidos de la OMS, de la OTAN, o de los acuerdos de cambio climático, entre otros; todo esto en una democracia caracterizada por su gran peso burocrático y su tradición institucional. El peso relativo de Trump en ese contexto y en ese momento particular de la historia americana, ayudado por sus características personales (sin juicio de valor alguno), le permitieron hacerlo.
Hay quienes afirman que la causa de la segunda intervención americana en Irak se debió al complejo de Edipo del presidente Bush hijo y a la necesidad que tenía de superar a su padre. Así, no solo los individuos tenemos diferentes configuraciones psicológicas, sino que además tenemos diferentes imágenes y percepciones del mundo. Todos percibimos las cosas de manera distinta. Hay individuos que, además, tienen una percepción muy peculiar de ellos mismos y de sus capacidades, posibilidades y restricciones.
Son estas “excepciones” quienes suelen tejer la historia. Basta leer las biografías de Mao, Hitler, Lenin, Stalin o Putin para saber que a veces, personalidades nada excepcionales -o hasta gente ontológicamente idiota-, pueden convertirse en excepcionalidades históricas y torcer el rumbo del mundo. Entender la historia sin ellos es como tratar de entender la música o el arte sin Mozart o sin Miguel Ángel.
Y entender la importancia de estos individuos permite ayudar a evitar otro peligro: creer en la inevitabilidad de los hechos. Por ejemplo, tomemos la situación de Prusia algunos días antes de la muerte de la Zarina Elizabeth. Si Elizabeth hubiera fallecido dos semanas más tarde, o si Peter no hubiera idolatrado a Frederick, los historiadores hubieran estudiado la inevitabilidad de la implosión de Prusia. Solo porque algo sucedió, no implica necesariamente que estaba destinado a ocurrir.
Hoy asistimos a todo tipo de especulaciones sobre los motivos de la invasión rusa a Ucrania. Sobre las motivaciones últimas de Putin. Sobre sus potenciales y múltiples enfermedades y sobre su supuesta debilidad política. Escuchamos infinitos escenarios acerca de cómo, cuándo y por qué podría acabar la guerra. Todas especulaciones. No se sabe nada a ciencia cierta. Lo mismo vale sobre el porqué del vuelo conjunto de los bombarderos chinos y rusos sobre el mar japonés mientras el presidente Biden visitó Tokio. ¿Es una provocación? ¿Es la indicación de una alianza mucho más fuerte y concreta de lo que se imaginaba entre China y Rusia? ¿Significa mucho o nada? No lo sabemos. Quizás, como con la crisis de los misiles que comentaba antes, nunca lo lleguemos a dilucidar.
Un ejemplo local
La economía tampoco es una ciencia. Los más necesitados de hacer que creamos que la economía es una ciencia son los propios economistas. Los mismos que hace décadas dan diagnósticos que suenan y que parecen correctos y razonables, pero que siguen sin atinar a dar con una solución. Economistas que, al final del camino, terminan diciendo que el problema no es económico sino político, pensamiento con el que tiendo a acordar.
Los vemos discutir entre ellos sobre la causa última de la inflación y, según la escuela económica a la que pertenezcan, dirán que la inflación es un fenómeno monetario. O un fenómeno multicausal. Otros dirán que está vinculada a las expectativas de los productores y de la sociedad, dándole a la inflación una vinculación con la psicología. Otros dirán que es culpa de los poderes concentrados y de la avaricia de los productores. Una ciencia no daría lugar ni a tantas teorías ni a tanta variabilidad de las explicaciones ni de los resultados.
Por una verdad sin ideología.
Según Robert Cox, “la teoría (en los estudios sociales) siempre es para alguien y tiene algún propósito. Todas las teorías tienen su perspectiva. Las perspectivas derivan de una posición en el tiempo y el espacio, específicamente de un tiempo y espacio político y social”. Una teoría científica, en cambio, no necesitaría de una ideología. Para la ciencia no existe el “para qué” ni el “para quién”. La búsqueda de la verdad prescinde de la intencionalidad.
En pleno siglo XXI, con el auge de las pseudociencias y la crítica creciente al pensamiento científico y a la ciencia; con una ignorancia profunda creciente; con el resurgir del revisionismo y de populismos de todo signo; con la falta de lectura de la historia o con una interpretación ideologizada de los hechos que nos comienza a caracterizar y a definir; habría que volver a las bases del método científico y separar a la ciencia de lo que no lo es.
Debemos tener cuidado; puede haber mucha charlatanería vestida con oropeles de verdad y mucho totalitarismo disfrazado de saber.