inicia sesión o regístrate.
El progreso de toda comunidad, ciudad o país, en el mundo actual, está supeditado a cuánto de ganancia dará en el futuro y no a cuánto bienestar y eficiencia producirá.
En Argentina es como si estuviéramos dentro de una caja experimental donde se prueba en la población el efecto de todo lo que pueda mantener la mediocridad. Es así que a pesar que nuestras universidades tienen proyectos únicos de sostenimiento ecológico y humano, no hay cabida para ellos.
El INTI, que en apariencia debería llevarnos al uso óptimo de la tecnología en todos los ámbitos, se mantiene en proyectos de aceptable normalidad para cumplir con el encauzamiento de créditos internacionales de manera de no permitirnos la total liberación de los mismos.
En la actualidad se prueban viviendas con el mismo concepto de ingeniería y arquitectura de dependencia energética y estructuras contaminantes que se viene aplicando desde hace décadas. Se prueban nuevos ladrillos con material reciclado, pero con la misma geometría decadente, solamente para ver si se usa menos la calefacción o el aire acondicionado para ahorrar un poco de gas o electricidad. Se trata de una vivienda más cara, con una infraestructura sin logística ni cuidados ecológicos, ya que dependen de cloacas y suministro de agua y gas, agotados y subsidiados porque son imposibles de sostener, aunque ningún ingeniero ose romper la hegemonía del tratado del préstamo.
El mayor vergel energético de la república se encuentra en nuestra Patagonia, la superficie con menor cantidad de habitantes por kilómetro cuadrado, donde se construyen viviendas dependientes de la energía contaminadora del medio ambiente. El mismo formato de vivienda de la ciudad o villa se utiliza en la Patagonia, con loteos y parcelamientos que no tienen en cuenta la orientación cardinal, el aprovechamiento del viento, del sol, la vegetación, la distribución interna con respecto al reciclado de los residuos ni la recolección de agua del aire. No se planifica la redistribución de energía acumulada ni se reingresa al sistema de transporte de electricidad para alimentar a las ciudades depredadoras de energía. Todo consiste en la redistribución en un núcleo planificado de viviendas interconectadas.
Toda esa tecnología concebida para vivir en marte o en la luna, como proyecto, no la aplicamos en la tierra no porque podemos darnos el lujo del despilfarro, como lo venimos haciendo desde hace mucho tiempo, sin cuestionarlo.
Nuestra Patagonia ofrece miles de kilómetros de costas donde podría haber generadores de electricidad gratuitos, generadores de millones de gigawatts, con costo final cercano al cero, debido a los enormes beneficios que produciría. La imaginación me lleva a pensar un ferrocarril eléctrico por toda la costa con ciudades no contaminantes, autosostenibles de verdad, sin cloacas, sin suministro eléctrico de represas o plantas de gas, sin uso de combustibles fósiles, con su propia agua, sin necesidad de viajar horas y muchos kilómetros para un trabajo innecesario, con una educación planificada y diversa, libre de presiones sindicales o inflación.
Pero la política actual nos despierta con una trompada de necedad y ambición bursátil.
La elite administra el flujo de impuestos, que son fruto del esfuerzo de una clase que todos los días vive un sueño de superación inalcanzable con trabajo. El actual sistema que desvincula ciudad-agroindustria siempre irá a pérdida, porque la elite trata de darle un impulso más al motor de las especulaciones financieras. La clase política somos nosotros, y no podemos ver la adicción dañina que tenemos porque no conocemos otra forma, el mismo vértigo en el que vivimos no nos permite ver otras perspectivas, y mucho más si estas implican una conversión incomoda.