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La dilapidación del Estado argentino

Sabado, 14 de octubre de 2023 01:57
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San Bernardino de Siena en de "De Amores irato", relata: "Un día, San Francisco de Asís transitaba por una ciudad y frente a él apareció un endemoniado. Éste, acto seguido, le interrogó: ¿cuál es el peor pecado del mundo? San Francisco respondió que el peor pecado del mundo es el homicidio. El endemoniado respondió que hay un pecado todavía mayor que el homicidio. San Francisco dijo entonces: en virtud de Dios, dime, ¿cuál es ese pecado que es mayor que el homicidio? El diablo respondió que tener bienes que pertenezcan al prójimo es un pecado mayor que el homicidio, porque más gente va al infierno por esta razón que por ninguna otra". (1)

El texto nos lleva a reflexionar sobre nuestra Patria, atravesada de erráticas y mezquinas políticas públicas, donde hay dineros públicos que han beneficiado a quienes se quedan con lo que legítimamente pertenece a la ciudadanía. La evolución de la economía argentina muestra fluctuaciones desde sus orígenes como país independiente hasta nuestros días: el derrotero trazado es desconcertante.

Los tiempos que alumbraron la Independencia estuvieron signados por una etapa de campañas emancipadoras que implicó un gasto para solventar los ejércitos y una economía que quedó subordinada a la marcha de las tropa, y con el sello de regiones que mantuvieron el esquema de la economía virreinal.

Los tiempos de anarquía y de gobiernos provinciales implicaron el autoabastecimiento y eventualmente se registraron algunas áreas de crecimiento. Economías débiles en un contexto de país fragmentado en los que confrontaron dos esquemas de poder: unitarismo y federalismo, subordinando el misérrimo tráfico mercantil en provincias con escasas posibilidades de crecimiento. En contraste, se imponía la primacía del puerto y la hegemonía bonaerense. Hubo que esperar a la organización nacional para que se produjera un auténtico crecimiento.

Desde Urquiza en adelante, se avizora un genuino interés por potenciar la economía ampliando el área de la superficie cultivada. Otro aspecto en la consideración del crecimiento económico está centrado en la incorporación de los inmigrantes a la fuerza productiva.

El transcurrir de las décadas devino en un mayor volumen de las exportaciones agropecuarias, la potenciación de la red ferroviaria y el interés por conocer y cuantificar los recursos que podía ofrecer la Nación Argentina.

No menos relevante es la extensa labor educativa para superar el índice de analfabetismo a través de la ley 1420 que hacía obligatoria la educación elemental, como así también la extensión paulatina de la educación media. Ello contribuyó poderosamente a consolidar una incipiente clase media en busca de mayor participación política.

Desde 1860 hasta 1930 el ritmo de producción es sostenido y se incrementa gradualmente. Si bien hay épocas de crisis por reducción de los precios internacionales para los productos primarios, sin embargo, son procesos cortos que se paliaron con el control de los gastos del Estado y reducción del déficit.

En tiempo pasado

Se ha de recordar que hace un siglo, ejercía la presidencia el Dr. Marcelo T, de Alvear, quien confió el manejo de la hacienda pública al Dr. Rafael Herrera Vegas, hombre dignísimo e intachable y más tarde presidente del Banco de la Nación. Será el Dr. Víctor M. Molina quien acompañaría a Alvear hasta la terminación del período presidencial.

La gestión del doctor Molina en la cartera de Hacienda fue de extraordinaria eficacia, y supo aprovechar las circunstancias favorables para fortalecer el crédito internacional de nuestro país por la puntual exactitud con que cumplió todos sus compromisos financieros, la austeridad en el manejo de los caudales públicos, la escrupulosa puntualidad en el pago de los sueldos de la administración nacional, la elaboración de presupuestos equilibrados y ajuste de los gastos a lo autorizado.

La obtención de balances favorables con superávit, ya desde 1924, dio mayor fuerza a la posición financiera del país. Lo notable es que el peso argentino superó durante aquel período el valor que le correspondía en relación al dólar y a la libra esterlina. Una maravillosa realidad: los argentinos teníamos en aquel tiempo una moneda fuerte, una moneda respetable, a la par de la de los países centrales. Hace cien años, éramos ricos, formábamos parte de los diez países con la economía más sólida del mundo.

De tal suerte que se pudo reabrir la Caja de Conversión, cerrada desde la época de la guerra y, no solamente no se produjo la evasión del oro en ella guardado, como muchos temían, sino que, al contrario, afluyó el oro al país al punto de permitir la reconstitución integral del fondo de garantía establecido por la ley de conversión. Nadie pensaba en otra moneda, nadie pensaba en cambiar el papel moneda por oro cuando aquel, en realidad había superado el valor convencional fijado. Había, al contrario, interés en adquirir papel moneda con el oro.

El aumento de las cifras del intercambio comercial con el exterior, los saldos favorables para el país que éste dejaba, el progreso de la incipiente industria nacional, amparado por un régimen proteccionista moderado, eran otros tantos factores que producían prosperidad material.

Resulta asombroso contemplar los balances de los ferrocarriles, entonces en manos de capital privado en su inmensa mayoría. Tenía en aquella época la Argentina la red ferroviaria más extensa de toda la América del Sud. Por ella corrían los trenes con un servicio de admirable regularidad, tanto para los pasajeros como para las cargas. Si en 1922 los ferrocarriles particulares obtuvieron 60 millones de pesos oro de ganancia, en 1924 alcanzaron a casi 90 millones. Esa prosperidad se traducía en incesantes mejoras del servicio, extensión de las líneas e incorporación de material rodante nuevo.

Inclusive los ferrocarriles del Estado cubrían sus gastos dejando pequeños superávits como índice de su buena administración.

Nadie imaginaba que pudiera diluirse el ambiente de prosperidad y de confianza en el futuro. Gobiernos responsables, respeto por la ley, por las instituciones republicanas y federales y por la libertad de las personas, en un clima social construido por la más auténtica fe en la excelencia de la democracia.

Los cambios operados sobre la mitad del siglo XX producen una mudanza de políticas públicas con la nacionalización de servicios, lo que implicó la pérdida de reservas y la expansión de la planta de agentes del Estado, que se sobredimensionó y marcó a futuro la tendencia de transformar en elefantiásicas y deficitarias a las empresas devenidas en públicas. La paulatina desinversión, el retraso tarifario y la especulación sindical arrojan que, en el tiempo sean factores que configuran la inoperancia estatal.

En la segunda mitad del siglo XX el crecimiento económico casi nunca se sostuvo en el tiempo, Hubo recaídas, nuevas rupturas y al final, una larga declinación. El país creció poco y quedó muy rezagado respecto a los más desarrollados. Las políticas implementadas abundaron en desatinos, que provocaron una frustración para la ciudadanía, atenazada por períodos inflacionarios.

En tiempo presente

En el transcurso de las dos décadas del siglo XXI se profundizó el gasto público. Las empresas privatizadas en los '90 fueron renacionalizadas con procedimientos irresponsables que dejaron una pesada carga para nuestro tiempo y las generaciones futuras. Como ejemplo, el juicio por US$ 16 millones originado en la nacionalización de YPF, que se suma a la deuda que agobia al Estado y a la sociedad. Negocios de un sector de la clase política que enajenan la posibilidad de genuino desarrollo.

La irresponsabilidad y el desmanejo de los fondos públicos se traduce en el saqueo del Estado. La sociedad, impotente, vive en la anomia y es consciente de la falta de perspectivas. Diversos actores políticos han provocado la destrucción del aparato productivo con la ausencia de normas jurídicas claras y permanentes. Una exorbitante carga impositiva cercena la posibilidad de inversiones. Sin metas claras a largo plazo, sin seguridad jurídica, se hace muy difícil revertir el daño. La falta de austeridad y una alucinada y aberrante necesidad de ganar elecciones son la moneda corriente de estas dos décadas de populismo rampante que sepulta a una Nación empobrecida.

Frente a la miserable condición en que sobrevive el ciudadano de a pie, funcionarios y allegados exhiben la desmesura de una vida lujosa que es la puesta en escena del enriquecimiento ilícito.No cierran las cuentas y se hace patente el avance sobre el séptimo mandamiento. No hay religión ni legislación que convalide el robo. Pero en la bendita tierra argentina impera la anomia y los funcionarios del Estado no se sonrojan cuando son descubiertos en cuantiosas apropiaciones de los dineros públicos. Las denuncias son el pan de cada día. Este escenario es insostenible. Ciudadanos empobrecidos y funcionarios enriquecidos que no pueden explicar como financian su riqueza.

El mayor pecado en nuestra Patria es que una voraz dirigencia ha empobrecido a una nación otrora rica y floreciente, sepultándonos en agonía, desesperanza y frustración. Ante la proximidad de las elecciones, la demanda pública para sus candidatos debería ser: "No robarás".

(1) San Bernardino de Siena en el Sermón XXVII de "De Amores irato", (1591) Citado por Chafuen, Alejandro Antonio (2017) Raíces de economía de mercado en la Escolástica Católica. Reflexiones de la Escolástica Tomista Tardía sobre Economía y Ética, CABA, Imprenta Dorrego

 

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