Como sucede recurrentemente desde la creación del Estado de Israel en 1948, Medio Oriente está otra vez en llamas. La brutal ofensiva de Hamas contra Israel, que violó todas las normas internacionales de la guerra y no puede calificarse sino como un acto liso y llano de terrorismo, abrió una caja de Pandora. Nadie imagina todavía cómo podría apagarse el fuego encendido. Paradójicamente, ése fue el objetivo de sus autores, dispuestos a transformar a la piromanía en una estrategia política.
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Como sucede recurrentemente desde la creación del Estado de Israel en 1948, Medio Oriente está otra vez en llamas. La brutal ofensiva de Hamas contra Israel, que violó todas las normas internacionales de la guerra y no puede calificarse sino como un acto liso y llano de terrorismo, abrió una caja de Pandora. Nadie imagina todavía cómo podría apagarse el fuego encendido. Paradójicamente, ése fue el objetivo de sus autores, dispuestos a transformar a la piromanía en una estrategia política.
Pasado el primer momento, los analistas empiezan a advertir que sería un grave error subestimar la racionalidad del ataque. El momento escogido por Hamas tuvo como propósito frustrar un inminente acuerdo entre Israel y Arabia Saudita, impulsado por Washington, que implicaría un giro copernicano en la situación regional.
La normalización de las relaciones entre Tel Aviv y Riad sería el prólogo de una alianza estratégica entre ambos países que apuntaría a reducir la influencia de Irán, multiplicada a partir de 2013 por la guerra contra el ISIS. El régimen chiita de Teherán aprovechó la ocasión y su amistad con el gobierno sirio de Bashar al-Assad para instalar en su territorio tropas de la Guardia Republicana, un cuerpo militarizado que depende directamente de su Líder Supremo, el ayatolá Ali Khamenei.
Esa presencia iraní en Siria, que aún reclama la devolución de los altos del Golán, ocupados por el ejército israelí desde la guerra de los seis días en 1967 para neutralizar los ataques con cohetes contra su territorio, sumada al apoyo de Teherán a las milicias chiitas de Hezbollah en el sur de El Líbano y a Hamas en la franja de Gaza, un enclave originariamente egipcio poblado ahora por 2.300.000 refugiados palestinos, completó un cerco alrededor de Israel.
La contrapartida de esa amenaza existencial para Israel fue el arrollador crecimiento del fundamentalismo religioso, que en 2022 catapultó al gobierno a una coalición ultraderechista encabezada por Benjamín Netanyahu. Ese nuevo gobierno proclamó su decisión de avanzar en la instalación de nuevos asentamientos judíos en el territorio de Cisjordania, teóricamente a cargo de la Autoridad Nacional Palestina, corporizada por el presidente Mahmud Abás, y abandonó las negociaciones de paz para resolver un conflicto que lleva 75 años de historia.
Nacionalismo e Islam
Esa conjunción entre la amenaza de Teherán y la intransigencia de Tel Aviv, fueron los dos factores que encendieron la mecha de la bomba que Hamas hizo explotar a fin de frustrar las negociaciones prohijadas por Washington entre Israel y Arabia Saudita. Con un agravante adicional: la naturaleza constitutiva de Hamas, su ADN fundacional, es precisamente la guerra para la destrucción del Estado judío, cuyo estallido era sólo una cuestión de oportunidad.
Hamas surgió como organización en 1988 con el objetivo de construir un brazo armado para la "Intifada", un levantamiento protagonizado por la población palestina de los territorios ocupados por Israel. A diferencia de lo que había ocurrido hasta entonces con el nacionalismo laico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), comandada por Yasir Arafat, esa sublevación tuvo una dimensión religiosa, acorde con el renacimiento islámico registrado en el mundo musulmán a partir de 1979 con el triunfo de la Revolución Iraní liderada por el ayatolá Ruhollah Jomeini y la exitosa resistencia de los talibanes a la invasión soviética a Afganistán en 1981.
El núcleo originario de Hamas pertenecía a la sección palestina de los Hermanos Musulmanes, una secta religiosa muy arraigada en Egipto, enfrentada con el nacionalismo laico del líder independentista Abdel Nasser. Los fundadores de Hamas nunca simpatizaron con la OLP por su tinte laicista y por la formación marxista, y por tanto atea, de la mayoría de sus dirigentes, muchos entrenados en la Unión Soviética.
En su carta de principios, señala que "el Islam es el programa de Hamas. Del Islam se derivan sus ideas y preceptos fundamentales, su visión de la vida y su entendimiento del hombre y del universo". Advierte que "el pensamiento laico se opone diametralmente al pensamiento religioso. No podemos cambiar la naturaleza islámica de Palestina, porque es parte de nuestra religión y quien descuide parte de su religión ciertamente está perdido". Sostiene que "el nacionalismo es parte integrante del credo religioso" y que "no hay solución a la cuestión palestina sino por medio del Yihad".
En contrapartida, en 1988 la OLP hizo pública la "Declaración de Argel", en la que afirmó su disposición a "alcanzar una solución política completa del conflicto árabe israelí y su cuestión central, el problema palestino", en una aceptación implícita de la propuesta estadounidense de establecer un Estado palestino en Cisjordania y Gaza, con Jerusalén Este como capital. Ese giro de la OLP, que al admitir la vía de la negociación abría el camino para el abandono de la lucha armada, patentizó las diferencias entre las dos organizaciones que disputan el liderazgo palestino.
Solución política
Esa posición intransigente, que equiparaba la lucha por la causa palestina con la "guerra santa", llevó a Hamas a rechazar los tratados de Oslo de 1993, producto de una mediación internacional, que permitieron la instalación de la Autoridad Nacional Palestina, presidida por Arafat, en Cisjordania y Gaza. Pero tras la muerte de Arafat en 2004 la organización impulsó un viraje para participar en las elecciones legislativas de 2006, en las que obtuvo una amplia victoria. Ese resultado provocó un efímero acuerdo entre ambas partes para formar un gobierno de coalición, disuelto en 2007, y consolidó el control de Hamas sobre la franja de Gaza, independizada de Cisjordania, la capital de la ANP, una situación que se prolonga hasta hoy ante la declarada impotencia del gobierno de Abás.
Como era de prever, la agresión terrorista de Hamas desencadenó una furibunda respuesta israelí. Netanyahu anunció la decisión de aniquilar militarmente a Hamas. En términos operativos, el ejército israelí puede lograrlo pero no está en condiciones de garantizar una ocupación permanente de Gaza, cuya población sufre una gravísima crisis humanitaria que demanda una urgente ayuda internacional.
Una vez desactivada Hamas y su pretensión de convertir a Palestina en un "Estado Islámico", la única manera efectiva de restablecer la paz en Gaza sería con la participación de una fuerza internacional integrada por tropas de Arabia Saudita y de otros países árabes que posibilite a la autoridad palestina retomar el control del territorio, sumada a la puesta en marcha de un "Plan Marshall" financiado por las monarquías petroleras del Golfo Pérsico para promover el desarrollo económico de la región. Es probable que esto fuera parte de las negociaciones entre Israel y Arabia Saudita interrumpidas por la ofensiva de Hamas.
En cualquier circunstancia, la "cuestión palestina" entrará nuevamente en la agenda de negociaciones y, más allá de lo que suceda con Hamas, su dimensión religiosa ya no podrá ser ignorada en la búsqueda de una solución política. Esto exigirá la apertura de un diálogo con el clero islámico. En 2014, ante la irrupción de ISIS, el presidente israelí Shimon Peres planteó al Papa Francisco la necesidad de la creación de unas "Naciones Unidas de las religiones" para afrontar una guerra contra terroristas que "dicen matar en nombre de Dios". Según Peres, Francisco tendría que liderar esa construcción "porque el Santo Padre es un líder respetado como tal por las diferentes religiones y sus exponentes. Quizás sea el único que sea verdaderamente respetado". Los acontecimientos de Gaza vuelven a tocar las puertas del Vaticano.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico