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La precipitación de la crisis de Juntos por el Cambio no es más que la manifestación, una más, de los agujeros negros que hoy amenazan a nuestra democracia. Nadie puede sorprenderse que el fracaso electoral muestre divididos, en forma casi grotescas, a quienes se presentaron en sociedad con el distintivo de la "unidad" y una promesa del "cambio", simplemente, porque nunca lograron amalgamarse. La crudeza de la lucha interna, caracterizada entre "halcones y palomas", no responde al paradigma de las posiciones más intransigentes y las más conciliadoras. Aquí esa lucha tuvo que ver con diferencias de intereses, visiones y objetivos, y se hizo patética en la conducta de Mauricio Macri, un expresidente que no alcanza a comportarse como estadista.
Sus coqueteos con Javier Milei son impropios de quien es el fundador y el referente principal del PRO y, en definitiva, de la coalición. Porque la historia del macrismo y del kirchnerismo van casi en paralelo. En 2003, la intervención personal del flamante presidente Néstor Kirchner, con todo el impulso de ese momento inaugural, fue decisiva para postergar la primera jefatura de Gobierno de Macri en la CABA. Pero desde 2007, el éxito de su partido fue "in crescendo" hasta sumar a los radicales y llegar a la presidencia. Incluso en la derrota de 2019 y después. Ambas corrientes fueron las que motorizaron la política y mostraron dos posiciones antagónicas: populismo y antipopulismo; kirchnerismo y macrismo. Pero fue el mismo líder el que congeló y desbarató por dentro a la que ya era la principal fuerza opositora. Juntos por el Cambio logró en 2021 ganar las elecciones legislativas en casi todo el país y, a lo largo de este año, obtuvo una decena de gobernaciones. Macri no valoró nada de todo eso. Su prioridad estuvo en evitar el crecimiento de quien podía desplazarlo, Horacio Rodríguez Larreta. Una sucesión natural dado que las encuestas le demostraban a Macri que su popularidad era cada vez más escueta.
"¿Cómo es posible que Massa haya ganado la elección siendo el campeón de la inflación?".
La interna impiadosa entre Larreta y Patricia Bullrich fue, finalmente, la señal de que Juntos por el Cambio había olvidado el propósito de desarrollar un proyecto de país.
El lugar de procurar la consolidación de ese espacio y profundizar la avanzada hacia el interior, para tratar de construir el país federal, de repente se aferró al dominio en la CABA (como el kirchnerismo se apoltrona en el conurbano), impuso arbitrariamente a su primo, el intendente de Vicente López, Jorge Macri, y alentó la fractura entre los sectores representados por Larreta y Bullrich.
Más que expresiva es la reunión a escondidas que convocó en su casa para que Bullrich y Javier Milei llegaran a un acuerdo, cuyos términos se desconocen porque la candidata derrotada el sábado no ofreció precisiones.
La posición de Larreta, llamando a mantener la unidad, tomando distancia de las conversaciones en esa reunión y recordando que ningún candidato es el dueño de la voluntad de quienes los votaron en instancias anteriores, es la contracara. Lo mismo, las declaraciones evasivas de los principales referentes del PRO, que nunca fueron consultados, y que se limitaron a decir que cada persona tiene derecho a decidir sin que nadie le indique a quién votar. La consecuencia inmediata fue la irritación de Gerardo Morales y Martín Lousteau, que reclaman la expulsión de Macri y Bullrich de la coalición y la preocupación del radical Alfredo Cornejo por restaurar la alianza.
El populismo kirchnerista ya mostró el agotamiento de su capacidad de sacar al país de la fractura macroeconómica y lo único que puede ofrecer, hacia adelante, es menos producción competitiva, creciente carencia de financiamiento y profundización de la caída en el tobogán de pobreza, desempleo y retroceso educativo.
Muchos hoy se preguntan "¿cómo es posible que Sergio Massa haya ganado la elección general siendo el peor ministro de Economía y el campeón de la inflación? Y es válida la pregunta: Massa tuvo a su disposición mucho más poder que ningún otro ministro y solo llevó al país al ajuste por inflación, incrementando la deuda y las emisiones monetarias a una velocidad asombrosa. La respuesta no es tan difícil hoy, después de lo que ocurrió en la víspera: porque cuenta con un aparato político muy aceitado, el del Gobierno, financiado sin control externo con los fondos del Estado, pero también tiene a una fuerza opositora que se sintió ganadora de antemano y fue incapaz de mostrarse como una alternativa creíble.
Massa, sin inmutarse, logró lo que buscaba: un balotaje con Milei.
Los coqueteos con Macri y la "reconciliación" con Patricia Bullrich difícilmente fortalezcan la posición del pretendido "león". La pacificación súbita de personas que hasta la semana pasada se cruzaban agravios demasiado fuertes, no es creíble para los votantes de nadie.
Seguramente, el 19 de noviembre, los votos se repartirán para ambos candidatos y, también, habrá quienes opten por el voto en blanco o por no votar.
Y esta es, quizá, la encrucijada que se pierde en la hojarasca de las intrigas y las declaraciones altisonantes: el voto masivo a Javier Milei en las PASO fue una señal muy clara: la gente está harta de la política. Ese hartazgo no se modificó en las generales.
Está pendiente la explicación de por qué aumentó en tres millones el caudal de votantes, la misma cifra que logró avanzar Massa. Esa es tarea para sociólogos y analistas políticos. Quizá, también, para la Justicia. Pero lo que no se modificó que ningún candidato genera expectativas claras. Milei asumió tomando como símbolo la motosierra, una herramienta que muy útil para la tala, no para la siembra, y su discurso apuntó hacia decisiones negativas, deconstructivas, y sin soluciones tangibles para la gente común. ¿Cuántos de sus votantes optaron por el "que se rompa todo y empecemos de nuevo"?
El voto escéptico de muchos jóvenes y el voto "acarreado" de los sectores más castigados son las dos caras de la misma tragedia: el país está en situación límite.
No que hay que terminar con el kirchnerismo, como sostiene Patricia Bullrich, ni expulsar a "la casta", según la mitología libertaria. Muerto el perro no se acaba la rabia.
Hay que reconstruir la economía, poniendo el centro en la generación de riquezas y desplazar al absolutismo financiero. Hay que construir una política exterior definida, profesional, que trascienda a los gobiernos.
Hay que restablecer la confianza en las instituciones y lograr un país "dentro de la Ley". Lo que ocurre en estos días hace pensar que por ahora, gane quien gane, es una utopía.