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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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El dilema de los que no votaron a Massa o a Milei

Viernes, 17 de noviembre de 2023 01:58
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Vivimos horas de vigilia. La elección del domingo tiene características propias, que ponen de manifiesto la realidad más profunda del país. Por empezar, los candidatos. Ni Sergio Massa ni Javier Milei eran las figuras previsibles para un balotaje cuando, en abril, se puso en marcha el año electoral.

El ministro-candidato no era representativo del grueso del oficialismo. Alberto Fernández, a pesar de su olvidable presidencia, todavía se ilusionaba con disputar la reelección; Cristina Kirchner era reclamada por muchos de sus partidarios, pero ella sabía que estaba proscripta por el electorado. Poco a poco se fueron cayendo varios aspirantes, incluido Wado de Pedro, cuya aventura duró 48 horas y tuvo que bajarse sin demasiada elegancia. Cristina eligió a Massa a pesar de que lo presentó como un "fullero" (o tal vez por eso lo eligió). La expresidenta no es ingenua, y sabía que para salvarse del precipicio y, al menos, llegar a la segunda vuelta necesitaba a un profesional, con buenos contactos con el poder real, interno y externo; con astucia para seguir un programa de campaña muy riguroso, pero, sobre todo, como un virtual primer ministro con manejo discrecional de los fondos del Estado y la emisión de moneda y de deuda. De hecho, no es para aficionados sobrevivir como candidato habiendo reducido el poder adquisitivo de sueldos y jubilaciones con un 142% de inflación, pero generando medidas impactantes como subir el piso de ganancias, devolver una parte del IVA y tomar créditos del exterior para sortear el default. ¡Que el país se quede sin nafta y que el comercio no tenga mercadería en pleno tramo final de la carrera! Las medidas electoralistas tienen doble impacto: ganar votos y, al mismo tiempo, activar una bomba con detonación retardada. Eso solo lo puede hacer alguien capaz de jugar con fuego.

El repliegue de Mauricio Macri y la interna feroz dejó a Juntos por el Cambio fuera de carrera.

Javier Milei es un emergente. Un símbolo del hartazgo de dos décadas de kirchnerismo, de la degradación progresiva del trabajo, los salarios y la educación. Del exhibicionismo de una élite política que habla de "inclusión" ante una sociedad donde hay cada día más excluidos. Que trata de encubrir el presente exhumando tragedias o epopeyas del pasado. Es el "relato", es la construcción de una democracia decisionista y delegativa, que pasa con toda facilidad por encima de la Constitución y la división de poderes. Hay una gran parte de la sociedad que prefiere que esto se termine y que venga lo que tenga que venir. Milei emerge golpeando con temas que son tabú para el kirchnerismo, tiene como compañera de fórmula a Victoria Villarruel, identificada con las Fuerzas Armadas, y hasta se atreve a elogiar a Margaret Tatcher como estadista. El secreto de Milei es lo "políticamente incorrecto".

Si hay gran parte de argentinos saturados de relato hay otra mitad que creen ver en La Libertad Avanza una amenaza contra la democracia. Una democracia, por cierto, erosionada por abusos de poder, pero para la que Milei tampoco ofrece certezas.

El clima preelectoral es turbulento. No estamos votando en paz; no estamos celebrando dignamente cuarenta años de democracia.

Enfrentamos la disyuntiva de elegir entre dos candidatos imprevisibles. Sergio Massa tiene una trayectoria extensa en la política, pero asegura que, con él, todo empezará de nuevo, en el marco de un acuerdo de unidad nacional. Él sabe que, por este camino de los últimos 24 años el retroceso del país será cada vez más pronunciado. Y sabe que la unidad es lo que va a cerrar la grieta. Ahora, ¿la descarnada campaña del miedo dirigida contra su adversario crea un clima propicio de unidad nacional?

Milei, por su parte, parece decidido a gobernar fortaleciendo la grieta. Pero no muestra fortaleza para hacerlo. Y es confuso. Si el electorado cree que su idea es cerrar escuelas, arancelar universidades y borrar de un escobazo la función del Estado en materia de salud pública o privada entramos en un callejón sin salida.

El país necesita un cambio de rumbo, de políticas, de definiciones; no de nombres.

Para los argentinos que no votaron a ninguno de los dos en las generales se presenta el conflicto de elegir entre dos incógnitas: un candidato que promete una política explosiva y otro, oficialista de un simulacro de gobierno, que no da señales claras de que vaya a cambiar el rumbo.

Y esa incógnita es agobiante. No se trata de elegir el mal menor. Para muchos no se nota la diferencia y no pueden responder a un interrogante que se torna dramático: ¿cuál de los dos será el que no nos lleve al abismo?

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