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La política está vista como el ámbito donde se generan las peleas, conflictos y desacuerdos; dando la impresión de que nunca terminan; en otras palabras, vemos el "barro de la política", cuestión de la que me siento ajeno y mejor estar lejos.
El ser ajeno no es producto de la insensibilidad con lo que me rodea o el desapego por el sistema en el cual convivo sino, simplemente, ignoro más de lo que conozco y la intuición me dice que debo mirar desde alguna distancia.
La lejanía me devuelve una imagen distorsionada de esta actividad fundamental -la política- para la evolución y la prosperidad de las sociedades modernas. Esta percepción deformada engloba varios atributos de la actividad política, entre ellos, como decíamos al inicio, los desacuerdos.
Como sabemos, los desacuerdos son el combustible de los conflictos políticos, inherentes a la política que -como recordamos- es "negociación y acuerdo". Entonces ¿Por qué los desacuerdos y no los acuerdos mínimos son los que modelan la acción política?
Esta pregunta es la que se hicieron los europeos después de las dos grandes guerras, aún se siguen reformulando por medio de ponencias de Filosofía de la Ciencia y de Filosofía Política, y tratan de echar luz sobre este interrogante a partir del concepto de "desacuerdos profundos".
Los desacuerdos profundos son aquellos en que los actores en discusión alegan razones y aparecen las diferencias en los principios que conmueven asuntos personales y se generan disputas que persisten en el tiempo. Un ejemplo de desacuerdo profundo es el que se produce entre quienes afirman que en la dictadura militar hubo "terrorismo de estado" y los que están en contra, aseverando que hubo "una guerra"; también cuando afirman unos que la interrupción del embarazo es la interrupción de una "vida" y otros dicen que no hay vida posible, en este caso, los valores de la moral religiosa priman por sobre cualquier otra razón. En ambos casos, el modo de ver el mundo es diametralmente opuesto.
Los desacuerdos profundos son el combustible para el aumento de la polarización afectiva, que es el aumento de la confianza, de la adhesión afectiva, apasionada a una idea que se deposita en la matriz central y activa de una ideología. Que se expresa con un lenguaje intenso, apasionado, en emociones negativas y opuestas hacia el grupo ideológico contrario.
La polarización afectiva debilita las defensas institucionales de la democracia, neutralizando los mecanismos de pesos y contrapesos de los tres poderes de la república, como podemos apreciar en estos días, en la crisis de los servicios de justicia, los servicios de inteligencia y las oficinas de ética pública.
Poner la atención en los desacuerdos es una decisión estratégica, porque procesar las diferencias políticas y la discusión pública nos permite detectar a los desacuerdos profundos. Sobre todo, cuando el nivel de polarización afectiva no es alto y admite atenderlos. Evitando las escaladas que generarían ambientes políticos que no nos permitirían operar sobre los actores políticos y los desacuerdos.
Entonces, atender los desacuerdos significa garantizar la negociación y el acuerdo político, auspiciando las diferencias, los disensos, el dialogo; dejando de lado el lenguaje blindado, que descalifica y agrede. Porque, como dice el refranero español "palabra y piedra suelta no tienen vuelta".