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Una internacional terrorista contra Israel

Sabado, 18 de noviembre de 2023 02:09
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Israel protagoniza una guerra de nuevo tipo, propia del siglo XXI. No es un clásico enfrentamiento entre estados soberanos, al estilo de las guerras que libró exitosamente contra sus vecinos árabes en 1948, 1967 o 1973. Hamas es una organización paraestatal carente de todo reconocimiento internacional que ocupa ilegalmente la Franja de Gaza ante la impotencia de la Autoridad Nacional Palestina, presidida por Mahmud Abbas, asentada en Cisjordania. En ese sentido, su estatus internacional es parecido a ISIS, el desaparecido "califato" que entre 2014 y 2016 ocupó parte del territorio sirio.

El principal aliado militar de Hamas es Hezbollah, aposentada en El Líbano. A esa entente se sumaron ahora los huties, actores de una sangrienta guerra civil en Yemen. Detrás de este tramado tripartito, autodefinido como "Eje de la Resistencia", que por su metodología bien podría encuadrarse como una "internacional terrorista", está la mano de Irán, que sí es un estado soberano pero no se hace responsable de las acciones de sus socios. Según la inteligencia occidental, en la financiación de esas actividades están involucradas algunas monarquías petroleras que establecieron un pacto de no agresión con las organizaciones terroristas.

No corresponde subestimar la capacidad política de ninguna de estas organizaciones ni su arraigo social en sus poblaciones de origen, fundado en un fundamentalismo religioso cuya propagación en el mundo árabe se potenció a partir del triunfo la Revolución Islámica en Irán en 1979, en detrimento del nacionalismo laico que había signado a la mayoría de los movimientos independentistas de la región, patrocinados por la Unión Soviética, como herramienta para su estrategia de expansión durante la guerra fría.

Hamas nació en Gaza en 1985 como derivación de la sección palestina de la secta de los "Hermanos Musulmanes", una poderosa cofradía religiosa egipcia. Su aparición fue resultado de la "Intifada", una rebelión violenta protagonizada en 1987 por la población árabe de Cisjordania y Gaza, con consignas religiosas y al margen de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) liderada por Yasser Arafat. El estatuto fundacional de la organización planteó la destrucción del Estado de Israel y la edificación de un "Estado Islámico" en toda Palestina.

A imagen y semejanza de los "Hermanos Musulmanes" en Egipto, Hamas impulsa una vasta tarea de acción social, financiada por asociaciones religiosas que reciben aportes de las monarquías del golfo Pérsico. Ese trabajo incrementó su prestigio en la población palestina y fortaleció su crecimiento político. Esto le permitió ganar las elecciones legislativas de 2006 y formar parte de un efímero gobierno de coalición con los herederos de Arafat al frente de la OLP. Frustrada esa experiencia, logró hacerse del control de Gaza y lanzar permanentes ataques contra el territorio israelí.

Hezbollah, el "Partido de Dios", nació en El Líbano en 1982, con el apoyo iraní, con el fin de constituir una expresión política de la comunidad chiita, que reúne al 40% de la población. También desarrolla una intensa acción social que le otorgó un creciente protagonismo político. Cuenta con una nutrida bancada parlamentaria y una fuerte influencia en el gobierno de Beirut. Pero tras esa fachada partidaria se esconden las brigadas "Al Qassam", un ejército paralelo entrenado por Teherán, al que se acusa de operaciones terroristas de envergadura, como los atentados en Buenos Aires contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA. Dos ciudadanos brasileños reclutados por Hezbollah fueron detenidos días pasados en San Pablo acusados de actos preparatorios de terrorismo contra instituciones judías, una práctica cuya frecuencia y virulencia se ha intensificado en las últimas semanas en los países europeos y también en Estados Unidos, con la publicitada intención de convertir al mundo entero en un lugar inseguro para los judíos.

Los huties son una organización surgida en Yemen en la década del 90 para reivindicar los derechos de la minoría zaidi (una rama del Islam chiíta), que conforma alrededor del 30% de la población local. El grupo, también patrocinado por Irán, tiene una consigna que facilita el análisis: "Dios es grande, muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos y victoria del Islam". Ese sello identitario explica que desde más de 1.000 kilómetros de distancia hayan lanzado drones y misiles contra el territorio israelí.

Incertidumbre

A diferencia de las organizaciones armadas que en el pasado intentaron tomar el poder por la fuerza en sus respectivos países, como sucedió en América Latina a partir de la década del 60 bajo el influjo de la Revolución Cubana, el objetivo públicamente declarado por Hamas y sus aliados no es el derrocamiento de un gobierno sino la destrucción de un Estado cuya existencia misma considera ilegítima.

Esa distinción implica un cambio sustancial en las reglas de juego y obliga a Israel a internarse en terreno desconocido. Esto explica las discusiones en el gabinete de Benjamin Netanyahu, cuyo ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu, dirigente de la ortodoxia religiosa, sugirió la posibilidad de lanzar una bomba atómica sobre Gaza, un exabrupto que le costó su suspensión en el cargo. Aunque las circunstancias impiden manifestarlo públicamente, la oposición israelí sospecha que la oportunidad del ataque de Hamas estuvo vinculada con la negativa de la coalición ultraderechista liderada por Netanyahu a la solución de "dos estados".

La presión de Estados Unidos y la Unión Europea para que Tel Aviv moderara su respuesta militar a la agresión terrorista tropieza con la ausencia de una alternativa que garantice ya no la seguridad de Israel sino su propia supervivencia. Pero una ocupación militar permanente de Gaza por el Ejército israelí tampoco es una opción viable. Pocas veces en una crisis de semejante magnitud los protagonistas se han visto sometidos a la necesidad de improvisar tan sobre la marcha.

Solo la dirección de Hamas parece tener una previsión estratégica sobre el curso de los acontecimientos. Khalil al Hayya, uno de los máximos jefes de la organización, en declaraciones a "The New York Times", justificó el sangriento ataque del 7 de octubre por la necesidad de "cambiar toda la ecuación y no simplemente tener un choque". Explicó que "lo que pudo cambiar la ecuación fue un gran acto y, sin duda, se sabía que la reacción a este gran acto sería grande".

Khalil al Hayya aclaró que la operación terrorista "no buscaba mejorar la situación de Gaza. Esta batalla es para derrocar completamente la situación". Destacó que "logramos volver a poner la cuestión palestina sobre la mesa y ahora nadie de la región está en calma". Confirmó así que el objetivo de Hamas fue reinstalar en el centro de la escena una cuestión que no tiene solución a la vista, lo que supone establecer un estado de "guerra permanente" en la región.

Otro vocero de Hamas, Taher Nounou, ratificó esa apreciación: "Espero que el estado de guerra con Israel se vuelva permanente en todas las fronteras y que el mundo árabe nos apoye". Esa aseveración explicita la intención de amplificar el conflicto con la participación de Hezbollah desde el sur de El Líbano, los efectivos de la Guardia Republicana iraní instalados en Siria con el consentimiento del régimen encabezado por Bashar Háfez Al Assad y el auxilio de los rebeldes huties desde Yemen.

Este desafío inédito despierta un alto grado de incertidumbre. Nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo tardarán los aliados regionales de Hamas en acudir en su ayuda en el mismo campo de batalla ni tampoco si el gobierno de Netanyahu, intervenido políticamente por las Fuerzas Armadas, puede o no decidir lanzar ataques preventivos contra las bases enemigas en El Líbano y Siria, ni menos todavía si el régimen de Teherán está dispuesto a involucrarse directamente en la contienda. La única certeza es que Estados Unidos estará obligado a defender a ultranza la existencia de Israel, más allá de las consecuencias.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

 

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