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El mundo, como lo conocemos, está cambiando. Sea por el aumento de conflictos armados; por la multipolaridad geopolítica que contrasta con el binarismo del último siglo y con la unipolaridad de las últimas décadas; sea por el cambio climático debido al calentamiento global y por la reconfiguración económica del mapa de recursos energéticos que implica; sea por el avance en la inteligencia artificial y la exponencialidad que muestra la tecnología; o sea por muchos otros temas que ocurren en simultáneo - en rumbos convergentes a veces; divergentes, en otros -; todo cambia a una velocidad apabullante. Los cambios ocurren en meses. O semanas. A pesar de esto, hay temas álgidos que definirán la agenda global del año 2024.
Votaciones en masa
Lo primero, un hecho histórico; más de cuatro mil millones de personas en más de 80 países irán a votar; casi la mitad de la población mundial. Esto, que debería constituir un hito y un avance para la humanidad, podría resultar todo lo contrario.
Por desgracia, existe el peligro de un fuerte avance del iliberalismo y del ascenso al poder de regímenes que corten de manera progresiva las libertades individuales, por supuesto, en nombre de la libertad y de la democracia. Muchas elecciones consolidarán líderes autocráticos. Otras consolidarán a corruptos e incompetentes. Otras elecciones serán fraudulentas. En Bielorrusia o en Ruanda, por citar dos ejemplos, la única pregunta es cuán cercano al 100% será el respaldo en votos que obtengan los candidatos. En Rusia, tras haber cambiado ilegalmente la Constitución para eliminar los límites de mandato en 2020, Vladimir Putin podría ganar un tercer mandato consecutivo -quinto en total- como presidente de Rusia. India, bajo el mandato de Narendra Modi, disfruta de un notable éxito económico y geopolítico, tolerando un exacerbado nacionalismo anti-musulmán y el preocupante desmantelamiento de muchas salvaguardias institucionales. El presidente de Indonesia, Joko Widodo, parece enfocado en consolidar una dinastía política y Bangladesh ha tomado un giro autoritario, con líderes de la oposición encarcelados y sin tolerancia hacia la disidencia.
África será el continente con más elecciones, aunque sus votantes estén cada vez más desilusionados con el funcionamiento de la democracia. Con golpes de Estado frecuentes -nueve regímenes han tomado el poder por la fuerza desde 2020-, esto no es de extrañar. En Sudáfrica, tres décadas después de que el Congreso Nacional Africano llegó en las primeras elecciones luego del apartheid, este podría volver al poder en un país extenuado por la corrupción, el crimen y el desempleo.
México elegirá a su primer presidente mujer. Los votantes británicos, después de 14 años de gobierno conservador, podrían hacer retornar al poder al Partido Laborista.
Otras elecciones tendrán impacto más allá de sus fronteras. Ya sea que los 18 millones de votantes de Taiwán opten por el actual Partido Progresista Democrático o el Kuomintang (KMT), esto afectará las relaciones a través del Estrecho de Taiwán y, consecuentemente, el nivel de tensiones entre Estados Unidos y China. A corto plazo, una victoria del KMT podría reducir las posibilidades de conflicto. Pero a mediano plazo, la complacencia taiwanesa podría aumentar el riesgo de aventurismo chino y, eventualmente, un choque de potencias.
Sin embargo, nada se comparará con la elección de Estados Unidos, ya sea por su sombrío espectáculo o sus posibles consecuencias. Es difícil de creer, pero un escenario probable es el de una revancha entre dos ancianos que la mayoría de los votantes desearían que no fueran candidatos. Nosotros vivimos esa experiencia; es desalentadora. La campaña presidencial podría ser tan sucia y polarizadora que podría proyectar una sombra peligrosa sobre toda la democracia a nivel mundial. Con conflictos desde Ucrania hasta el Medio Oriente, el futuro de Estados Unidos y de parte del orden mundial que depende del liderazgo americano, podría estar en juego.
¿Y Europa?
La contraofensiva ucraniana se estancó y se augura ahora una guerra larga de desgaste en la que el tiempo juega a favor de Putin. Rusia continuará la guerra, pero, en Europa, los votantes y los responsables de la toma de decisiones podrían cansarse de la carga que significa seguir ayudando a Ucrania.
Según el Instituto Kiel de Economía Mundial, los compromisos de ayuda de la UE a Ucrania a finales de julio ascendían a 155 mil millones de dólares. Pero el déficit presupuestario de Ucrania, de cerca del 20% del PIB, significa que necesita 42 mil millones de dólares anuales adicionales para mantenerse a flote. Y luego está la reconstrucción del país. Y, si bien los gobiernos europeos pueden permitirse el gasto, la pregunta es si querrán hacerlo.
De seguir la guerra, Europa tendrá que, le guste o no, asumir más responsabilidades en el apoyo a Ucrania. Eso significa más ayuda financiera directa pero también invertir más en equipo militar para que Europa pueda armar a Ucrania sin quedar indefensa ella misma. También podría ayudar acelerando la integración de Ucrania con la UE; algo que tampoco parece avanzar. Si Ucrania quedara atada a la economía europea, tendría más posibilidades de mantenerse firme contra Rusia y de resistir más tiempo que Putin.
¿Y Medio Oriente?
2024 será el año en el que comenzará a quedar claro si el conflicto en Medio Oriente queda acotado a la región o si escala y se extiende a otros países o regiones.
El ataque de Hamas destruyó el concepto por el cual Israel - y gran parte del mundo árabe - se podían dar el lujo de ignorar la situación palestina. Ya nadie puede creer que una combinación de incentivos financieros y de ataques aéreos preventivos puede controlar a Hamas. Si Israel quiere cumplir con su promesa fundacional de ser una patria donde los judíos estén a salvo, necesita un nuevo enfoque. Pero la guerra producirá nuevos líderes en ambos lados. Los jefes militares e de inteligencia de Israel renunciarán cuando termine la guerra y su primer ministro, Benjamín Netanyahu, será forzado a dejar el cargo. Del otro lado, es probable que gran parte de los líderes de Hamas sean asesinados por las fuerzas israelíes y sus homólogos en la Autoridad Palestina (AP) en Cisjordania sean expulsados del poder.
Hamas no puede derrotar a Israel; tampoco necesita hacerlo. De hecho, podría emerger más fuerte ante los ojos palestinos si las fuerzas israelíes continúan matando civiles de a miles, incluidas mujeres y niños. Y, si los palestinos se radicalizan, Hamas podría devenir adalid de la resistencia. Además, si Israel pierde el apoyo internacional, podría verse obligado a dejar de pelear antes de haber derrotado a Hamas. Otro peligro es que la guerra se propague. Hezbolá, -milicia respaldada por Irán- podría abrir un frente en el norte a lo largo de la frontera con Líbano. También podría agitar una rebelión popular en Cisjordania, donde Hamas ha trabajado para aumentar su influencia y donde los jóvenes palestinos han perdido la fe en la AP y en su presidente evasivo de elecciones, Mahmud Abbas.
Si Hamas retiene el control de Gaza y Cisjordania queda en llamas, Israel no estará a salvo y golpeará a Gaza cada vez que la sienta una amenaza. Ningún líder palestino estará en posición de hablar con Israel, aun si lo deseara. El mundo árabe, cuyo respaldo es vital para la paz, se mantendrá a distancia. Tierra Santa podría convertirse en un polvorín imprevisible.
Todo esto configura ciertas señales de alarma. En primer lugar, hay una creciente zona de impunidad donde no intervienen ni las potencias ni las instituciones globales. Seis países africanos han enfrentado golpes de Estado en los últimos 36 meses. Azerbaiyán acaba de librar una guerra contra Armenia -que involucró limpieza étnica-, sin represalia alguna. Irán opera por medio de estados fallidos en Oriente Medio. En 2024, esta zona de impunidad podría expandirse por África y hacia los flancos de Rusia.
En segundo lugar, está surgiendo un trío problemático entre China, Irán y Rusia. Si bien tienen mucho menos en común que sus contrapartes occidentales, sus intereses se cruzan: todos quieren socavar a Estados Unidos y evitar sanciones. China compra petróleo ruso e iraní. Ninguno ha condenado a Hamas ni a la invasión de Ucrania. Y la colaboración podría expandirse a la tecnología. China es pionera en formas de eludir las finanzas occidentales: la mitad de su comercio es en yuanes. Irán exporta drones a Rusia; China y Rusia colaboran en sistemas de alerta nuclear y patrullas en el Pacífico. Pero, por suerte, también tienen algunas vulnerabilidades similares. Todos enfrentan dificultades económicas y dependen de la represión para perpetuarse. Vladimir Putin enfrentó una rebelión en 2023; el ayatolá Ali Hoseiní Jamenei tiene 84 años y no tiene un sucesor claro; Xi Jinping depende de siniestras purgas.
La peor amenaza la configura una potencial fractura de la coalición occidental. La respuesta a la invasión de Ucrania fue estimulante, pero, con el estancamiento militar, comienzan a aparecer grietas. La invasión de Israel a Gaza dividió a la UE y a Estados Unidos cuando este vetó la resolución de alto el fuego de la ONU, alimentando acusaciones de doble moral y de ilegitimidad. Otras crisis podrían exponer otras grietas: ¿se uniría Europa a Estados Unidos para defender a Taiwán, por ejemplo? ¿Qué podría suceder si Finlandia se une a la OTAN?
Esperemos no encontrar estas respuestas en 2024.
Mejor aún; esperemos no encontrarlas más adelante, tampoco.