António Guterres, el experto diplomático portugués que desde 2017 ejerce la secretaría general de las Naciones Unidas, debe empalidecer de envidia al ver como el emir de Qatar, Tamin bin Hamad al Thani, pilotea las negociaciones entre Israel y Hamas para la liberación de los rehenes secuestrados por la organización terrorista. Al Thani, heredero de una dinastía que gobierna ese antiguo protectorado británico desde mediados del siglo XIX, revela una cintura política que le permitió convertir al emirato en una pieza clave del tablero geopolítico mundial.
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António Guterres, el experto diplomático portugués que desde 2017 ejerce la secretaría general de las Naciones Unidas, debe empalidecer de envidia al ver como el emir de Qatar, Tamin bin Hamad al Thani, pilotea las negociaciones entre Israel y Hamas para la liberación de los rehenes secuestrados por la organización terrorista. Al Thani, heredero de una dinastía que gobierna ese antiguo protectorado británico desde mediados del siglo XIX, revela una cintura política que le permitió convertir al emirato en una pieza clave del tablero geopolítico mundial.
Encerrado entre Arabia Saudita, su única frontera terrestre, y el Golfo Pérsico, que lo une y separa de Irán, Qatar tiene un territorio de apenas 11.571 kilómetros cuadrados, con una población de 2.900.000 habitantes. Ese posicionamiento geográfico entre Arabia Saudita, asiento de la Meca y cabeza de la comunidad sunita, mayoritaria en el Islam, y su histórica enemiga Irán, sede de la beligerante minoría chiita, los dos actores que compiten por el liderazgo del mundo musulmán, obliga a sus dirigentes a un juego de equilibrio que ejecutan con singular maestría.
La relevancia geopolítica de Qatar está sustentada en sus recursos económicos. Con un ingreso anual por habitante de 61.000 dólares, es el segundo país más rico del mundo. Es también el principal exportador mundial de gas licuado y su subsuelo contiene las terceras reservas gasíferas del planeta. Esa sobreabundancia se refleja en cuantiosas inversiones distribuidas entre la economía local y una cartera diversificada en los cinco continentes.
Potencia petrolera
Hasta el descubrimiento de los yacimientos petrolíferos en 1939 Qatar era un desierto semihabitado que hasta la Primera Guerra Mundial fue parte del Imperio Otomano y luego quedó bajo mandato británico, hasta su independencia en 1970. El punto de inflexión fue en 1971, cuando la compañía Shell puso en explotación el yacimiento en la costa nororiental, que más tarde pasó a compartirse con Irán porque sus 9.700 kilómetros cuadrados de superficie abarca las aguas territoriales de los dos países.
La explotación de esas riquezas estuvo originariamente en manos de un consorcio de empresas estadounidenses y europeas, pero en la década del 70 comenzó un proceso de nacionalización. Los concesionarios pasaron a tener contratos de servicios con operaciones supervisadas por Qatar Petroleum (hoy Qatar Energy), la compañía estatal. Las ganancias derivadas de la explotación petrolera fueron canalizadas en el Fondo Qatar Investment Authority (QIA), que maneja hoy inversiones por 450.000 millones de dólares.
QIA es propietaria del 15% de las acciones de la Bolsa de Londres y de Harrods y parte de las compañías aéreas Iberia y British Airways, los bancos Barclays y Credit Suisse, los lujosos hoteles Ritz y The Savoy, las joyerías Tiffany, la automotriz alemana Volkswagen, la petrolera rusa Rosneft y el Empire State, el emblemático rascacielos de Nueva York. Una demostración de esa vigorosa expansión global fue la compra por Qatar Petroleum del 30% de las acciones de las subsidiarias de la compañía estadounidense Exxon, que participan en la explotación de los yacimientos neuquinos de Vaca Muerta.
Ese capital acumulado desde el boom petrolero de mediados de la década del 70 otorgó a Qatar las bases materiales para impulsar una activa política regional. David Roberts, un analista británico, explica que la necesidad de garantizar su seguridad fue siempre el motor de la política exterior qatarí, pero que el emirato modificó su estrategia para lograrlo. Antes trataba de "esconderse para evitar cualquier tipo de problemas". Ahora pretende "contar con el mayor número posible de aliados internacionales"
La sociedad económica con Irán tiene obvias implicancias políticas. Los qataríes eludieron participar en la estrategia de confrontación con Teherán promovida por Arabia Saudita y las demás monarquías del Golfo Pérsico, que procuran anudar una alianza defensiva con Israel alentada por Estados Unidos para contener la expansión del fundamentalismo chiita en Medio Oriente. En consecuencia, Qatar quedó entonces, como ocurría con Berlín en la guerra fría, expuesta a convertir su pequeño territorio en teatro de una monumental conflagración bélica, en este caso entre el régimen chiita y una inédita coalición árabe-israelí.
Pero esa vecindad con Irán supone también para el emirato el riesgo de un zarpazo militar semejante al empleado en 1990 por el régimen iraquí de Saddam Hussein para intentar la anexión de Kuwait, episodio que desencadenó la primera guerra del Golfo. Ese riesgo llevó a Qatar a establecer una relación especial con Washington. Qatar alberga la mayor base militar estadounidense de la región.
Al Thani profundizó sus vínculos con Washington cuando ofreció a Doha como sede de las negociaciones entre Estados Unidos y los talibanes para poner fin a la guerra de Afganistán. A tal efecto, los talibanes abrieron en 2013 una oficina de enlace en la capital qatarí. Esa propensión a ofrecer su territorio como morada de indeseables hizo que la conducción política de Hamas usara a Doha como refugio, lo que facilitó la mediación de Al Thani en el conflicto de los rehenes israelíes.
Por su peculiar estructura demográfica, Qatar carece de capacidad defensiva propia. Menos de una cuarta parte de su población es de origen nativo y susceptible de ser reclutada para las Fuerzas Armadas. Esos 530.000 qataríes nativos conviven con 2.350.000 inmigrantes de las más diversas nacionalidades, encabezados por 690.000 indios, que constituyen la casi totalidad de la mano de obra. Su poder militar depende entonces exclusivamente de su sistema de alianzas.
La política qatarí busca, ante todo, garantizar la supervivencia de su diminuto estado. Hacia adentro, obsesionado por la necesidad de proteger la seguridad interior ante eventuales embates desestabilizadores de sus vecinos, ya
sea sauditas o iraníes, el emirato tiende a complacer las demandas de la población local. Qatar es el único país del mundo cuyos ciudadanos no pagan impuestos. Los servicios públicos, la educación y la salud son gratuitos para los nativos.
Si bien el régimen político es inequívocamente autocrático y no está autorizado el funcionamiento de partidos políticos, la constitución vigente instituye un Consejo Consultivo de 45 miembros, de los que quince son seleccionados por el monarca y treinta elegidos por el voto popular. Hay también elecciones para autoridades locales en las que está habilitado el voto femenino. Con una elite dirigente altamente capacitada, educada en Occidente, el emirato es una manifestación remanente del "despotismo ilustrado".
Hacia afuera, Qatar apunta a incrementar su "softpower" (poder blando). La cadena de televisión estatal Al Jazeera, fundada en 1996 y erigida en un equivalente de la CNN en el mundo árabe, tiene alcance global. Qatar Airways (también estatal) está calificada como la mejor línea área del mundo. Igualmente relevante es su presencia en el medio futbolístico, a través del patrocinio de clubes de primera línea, como Barcelona, y la adquisición del París Saint Germain.
La mayor conquista de esa audaz estrategia de reposicionamiento internacional fue la organización del campeonato mundial de fútbol de 2022, en una controvertida elección que provocó el "FIFA-gate", un escándalo jurídico internacional que volteó a la conducción de la FIFA. Para lograrlo, Al Thani invirtió 65.000 millones de dólares, una cifra sideral que le permitió cumplir con su objetivo: "Quiero que el mundo entero sepa que existe un país cuyo nombre empieza con Q".
Si consigue coronar exitosamente esta difícil mediación entre Hamas e Israel por la liberación de los rehenes no es nada improbable que Al Thani culmine su carrera diplomática con la obtención del Premio Nobel de la Paz. De conseguirlo, sería deseable que los miembros de la Academia de Estocolmo tengan un mejor final que la conducción de la FIFA encabezada por Joseph Blatter.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico