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Diálogos

Miércoles, 01 de marzo de 2023 02:45
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El diálogo es el dispositivo de comunicación y vínculo social por excelencia. Sin él no hay entendimiento posible y la palabra, en su sentido más pleno, pierde su valor. Por eso está en el corazón de un sistema institucional sano; no en vano Montesquieu consideraba al diálogo entre poderes como el pivote del sistema, justamente para que su división sea posible y fructífera.

La política argentina ha banalizado el diálogo. Sea con las mesas que, emulando Moncloas, inventaron unos pícaros allá por el 2000, sea con las del hambre, más acá y más arteras, la convocatoria al diálogo ha servido como treta para fines desestabilizadores o para procastinar indecisiones. Devino sinónimo de "crear una comisión".

El concepto acaba de ganar el centro de la escena política, de la forma más liviana. Vale la pena aclarar un poco. El diálogo exige algunas características para ocurrir: no puede ser sobre cualquier cosa, menos mintiendo, y aún menos con cualquiera, porque también hay biografías. Todo eso, pero especialmente debe tener sentido de la oportunidad.

Vivimos tiempos electorales signados por una anomalía, que es una crisis de poder. Con un presidente en un soliloquio antártico, desconcierto en el gobierno de la economía y preocupaciones penales personales. A eso se reduce el cuarto triunvirato: a una babelización del poder. Y en ese marco de tensión inusitada, la polémica propia del proceso electoral adquiere otra dimensión: es tiempo de decir las verdades, más que nunca.

Aquí radica la importancia del sentido de la oportunidad para el diálogo en este momento del país: simplemente no es momento. Por empezar, es época de puja, cuando se habla con el electorado. Y se le habla proyectivamente, no retroactivamente: debe servir para construir el futuro, no para asegurar poltronas en la mesa de una Argentina que debe morir, la de los privilegios, la del pasado.

Plantear un dialogo ahora es un modo de aceptar de antemano un sistema de compromisos, de democracia corporativa. También una regresión atávica a tiempos preconstitucionales, los de los pactos preexistentes. Además de un dispositivo de poder, el diálogo es un dispositivo institucional. No es ninguna originalidad en las ciencias políticas que no se puede gobernar hablando solo con algunos todo el tiempo. En todo caso, y esta es la clave, para eso está el Congreso de la Nación, que es el ámbito donde debe ocurrir. Mal usado, bastardeado electoralmente, agrava aún más el desprestigio que ya sufre el Parlamento. El mensaje es que seguirá siendo un lugar de mero tránsito de leyes, a lo sumo un teatro de variedades para espectáculos grotescos, como el simulacro de juicio a la Corte.

Hay algo más importante: la responsabilidad generacional. No podemos perder de vista que hay una nueva generación en camino que se niega a un futuro escrito, hipotecado. Algunos ya se fueron. Esa sangría tiene que terminar, y los que se fueron deben volver. Por ellos, hay que dialogar, sin dudas, pero cuando sea el momento, desde la verdad y con quienes quieran otro futuro para la Argentina.

 

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