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"La autopista del sur"

Miércoles, 24 de mayo de 2023 20:33
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"Todo era olor a gasolina, gritos destemplados de los jovencitos del Simca, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para colmo la sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr". Es maravillosa la buena literatura y, "La autopista al sur", de Julio Cortázar, es literatura de la enorme.

Cortázar plantea una hipérbole extraordinaria en la cual imagina un gigantesco bloqueo de la autopista hacia París, un domingo por la tarde, cuando todos intentan volver a la ciudad. Imagina también que solo un "accidente muy grave" puede explicar el atasco fenomenal. Cortázar era argentino, pero, aun así, no imaginó que muchas décadas después, en otra autopista al sur, la Autopista Richieri, unos pocos vecinos podrían bloquear casi cinco horas dicha autopista y provocar un caos tan gigantesco como el de su cuento. No un accidente muy grave; apenas un puñado de vecinos. No el pequeño avión que Cortázar imaginó que podría haberse estrellado en plena autopista; solo un puñado de vecinos enojados.

Uno de los personajes de Cortázar dice "que no tenía particular apuro por volver pero que se quejaba por principio, porque le parecía un atropello someter a millares de personas a un régimen de caravana de camello". Nosotros sí tenemos apuro. Tenemos apuro por llegar a nuestros trabajos a tiempo, unos; apuro por llegar en horario y no perder el plus por presentismo, otros; y todos tenemos derecho a llegar a nuestros trabajos sin los nervios destrozados. Tenemos apuro por llegar a turnos médicos logrados -como si se tratara de la lotería de la ciudadanía americana- muchos meses antes; turnos ahora perdidos sin chances de ser reagendados para los próximos días sino para los próximos meses, con suerte dentro del este mismo año. Tenemos apuro por llegar a vuelos programados en el aeropuerto de Ezeiza; a vuelos que se demoran o cancelan porque las tripulaciones no llegan. Una cadena sin fin de demoras inexplicables tras la decisión de un puñado de vecinos de cortar la autopista. Y la decisión de las autoridades de no hacer nada al respecto. Parece que, a las autoridades, todas ellas, de cualquier distrito, no les parece un atropello "someter a millares de personas a un régimen de caravana de camello".

Desde un auto, un hombre pide agua para su madre de 85 años que se ha descompuesto. Otra señora se queja a los gritos. Un empresario, al borde de un ataque de nervios, amenaza frente a las cámaras de televisión con "pasarlos por encima". Arranca; la periodista lo detiene. Otra mujer se siente mal y pide una ambulancia. La ambulancia nunca llega. Un gendarme decide llevarla él mismo tras negociar con los manifestantes que los dejaran pasar. Nada de todo esto es ficción ni literatura; todo ocurrió como lo cuento. Sólo en el año 2022 se registraron más de 9.000 piquetes. El récord fue en junio, con 966. Casi mil cortes en un único mes. A veinte días laborales, implica 50 cortes por día. Un país cortado. Un país sitiado. Por reclamos, por actos políticos, por manifestantes, por peticiones, por cortes de luz, por denuncias de robos por parte de la policía, por reclamos ante la falta de seguridad o por la falta de policía.

Los gritos, las pancartas, los olores, el encierro en los autos, el sol o la noche o la lluvia, más gritos, y la desesperación, y la impotencia, y más gritos, y más enojos, y pretender meter tres, cuatro o seis filas de autos en vías pensadas para dos, tres o cuatro carriles. Más desesperación y más rabia no contenida.

Todos tenemos derecho a expresar nuestro malestar. También, todos tenemos derecho a circular en paz. ¿Hasta cuándo esta enorme colisión de derechos va a seguir interrumpiendo nuestra vida de esta manera tan anárquica e injusta? Tan violenta; tan absurda. ¿Hasta cuándo no vamos a poder circular libremente por las calles, avenidas y autopistas? ¿Cuál es el límite? ¿Un muerto, dos, diez?

¿Qué pasaba si ese empresario, en un arranque de demencia súbita, arranca su camioneta y acomete contra los manifestantes? ¿Qué pasa si la periodista no lo frena? Obvio, hubiera terminado preso. Pero eso no le hubiera devuelto la vida a los atropellados. ¿Y si la señora que se sentía mal se termina de descompensar y fallece? ¿Quién le devuelve la vida? ¿Quién se hace cargo de esa muerte? ¿Quién se hace responsable? ¿Tenemos que llegar a tener muertos en los cortes para darnos cuenta de que todo esto está mal; que la situación se está saliendo de control y de toda lógica?

Es un atropello someter a millares de personas a un régimen de caravana de camello. Es un atropello el seguir dejando que se impongan unos por sobre otros por las razones que sean; ante las arbitrariedades que sean. No me parece que sea tan difícil evitarlo. Es sólo hacer cumplir la ley, que para algo existe. Salvo que el problema sea otro y que la ley ya no exista. O peor, que hayamos decidido que no tiene importancia cumplirla.

Ojalá esté equivocado y todo sea porque un pequeño avión se estrelló sobre la autopista. Es menos grave eso a que un país entero decida que no va a cumplir ley alguna; mientras quienes están obligados a hacer cumplirla se hacen los distraídos y miran hacia otro lado por conveniencia política, por inoperancia o por desidia. Prefiero seguir pensando que un "accidente muy grave" ha ocurrido y continuar aguantando, dentro del auto, mientras "un hastío sin nombre" pesa sobre todos los que, con paciencia, seguimos esperando.

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