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"Hic sunt dracones". "Aquí hay dragones" era la frase que se utilizaba en mapas antiguos para referirse a territorios inexplorados o peligrosos de acuerdo con la práctica medieval de poner serpientes marinas y otras criaturas mitológicas en mapas que abarcaran zonas desconocidas.
Deberíamos comenzar a desarrollar un mapa similar que contemple el futuro desarrollo de la ciencia y de la tecnología -el previsible, al menos-, plagándola con una cantidad importante de monstruos marinos y de dragones en todos aquellos temas sobre los que vamos avanzando sin detenernos a pensar ni en medir consecuencias. El viejo mantra científico "si técnicamente es posible, entonces, hay que hacerlo" se une ahora al perverso mantra económico "fallar rápido y barato"; creando una nueva forma de pensamiento que avanza sin cesar, sin pedir permiso; ni perdón. Que deviene en pauta cultural y social.
Monstruos mitológicos y dragones comienzan a corporizarse y a proyectarse sobre nuestro mapa imaginario como los novedosos avatares tridimensionales que se van poniendo de moda en la publicidad del siglo XXI.
¿Todo progreso es progreso?
Existe una idea muy arraigada de que el progreso de la ciencia y de la tecnología es bueno para el desarrollo humano. Este es un supuesto habitual no solo entre el público en general, sino también en la comunidad científica y en las burocracias universitarias y gubernamentales. Creo que el supuesto es, al menos, peligroso.
No se puede negar que los avances en ciencia y tecnología han aportado prosperidad y han mejorado nuestras vidas, así como tampoco se puede negar que próximos avances traerán mayores mejoras pero, junto con cada beneficio, siempre existirá la otra cara de la moneda: algunos de los avances que tenemos por delante de nosotros en realidad podrían tener el potencial de suponer riesgos existenciales a la raza humana. Un cuchillo sirve tanto para cortar el pan y alimentar a una familia como para matar. Aun cuando pueda no haber intención en una determinada tecnología; sí la hay en su uso.
Y hay caminos que nunca deberíamos explorar. Hoy hay al menos tres bebés editados genéticamente con la posibilidad de transmitir estos cambios a su descendencia. ¿Vamos a seguir permitiéndolo? La genética -como toda otra tecnología- también crece a ritmos incontrolables y, hoy, sigue sin marcos regulatorios claros y precisos. Si el día de mañana se pudieran editar bebés superinteligentes y atléticos; ¿no sería equivalente a abrir la puerta a una nueva forma de inequidad; una inequidad genética a gran escala? Estos mejoramientos, ¿no abrirían la puerta a la eugenesia; a una diferenciación biológica entre seres humanos "normales" y a otros "tecnológicamente mejorados"? ¿Es razonable, acaso, seguir fragmentando a la humanidad?
Desoyendo a nuestros filósofos
Abrí esta suerte de «pensamiento largo» en entregas con una cita del filósofo español José Ortega y Gasset que decía: "Uno de los temas que en los próximos años se va a debatir con mayor brío es el del sentido, ventajas, daños y límites de la técnica. Siempre he considerado que la misión del escritor es prever con holgada anticipación lo que va a ser problema, años más tarde, para sus lectores y proporcionarles a tiempo, es decir, antes de que el debate surja, ideas claras sobre la cuestión, de modo que entren en el fragor de la contienda con el ánimo sereno de quien, en principio, ya la tiene resuelta".
Voy ahora a cerrarlo, hoy, citando palabras de otro filósofo monumental, Martín Heidegger, quien tan temprano como en 1955 dijo: "No nos hagamos ilusiones. Todos nosotros, incluso aquellos que, por así decirlo, son profesionales del pensar, todos somos, con mucha frecuencia, pobres de pensamiento; estamos todos con demasiada facilidad faltos de pensamiento. (…) La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar. (…) Pero el desarrollo de la técnica se efectuará cada vez con mayor velocidad y no podrá ser detenido en parte alguna. En todas las regiones de la existencia el hombre estará cada vez más estrechamente cercado por las fuerzas de los aparatos técnicos y de los autómatas. (…) Con todo, lo verdaderamente inquietante no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esta transformación universal; que aún no logremos enfrentar meditativamente lo que propiamente se avecina en esta época…".
Heidegger se refería, en ese momento, a la necesidad de reflexionar sobre la tecnología nuclear; instándonos a pensar y a sopesar los beneficios y riesgos que esa tecnología le imponía al hombre en ese momento. No le hicimos caso a Ortega y Gasset; no llegamos "teniéndola resuelta". Tampoco llevamos adelante el ejercicio propuesto por Heidegger. Por el contrario, usando sus palabras, seguimos huyendo del acto de pensar.
Hic sunt dracones
Cada vez que los científicos han desentrañado una nueva fuerza, el curso de la civilización y el destino de la humanidad se han visto alterados.
El descubrimiento de Newton de las leyes de la gravedad y del movimiento de los cuerpos celestes sentó los cimientos de la era de las máquinas y de la Primera Revolución Industrial. La explicación de la electricidad y del magnetismo por parte de Faraday y Maxwell abrió el camino hacia la iluminación de nuestras ciudades y nos dio motores y generadores eléctricos, así como comunicaciones instantáneas mediante la televisión y la radio. La fórmula de Einstein E = mc2 develó el poder de las estrellas y ayudó a desarrollar la fuerza nuclear. Cuando Schrödinger y Heisenberg dilucidaron los vericuetos de la teoría cuántica, nos dieron nuestra actual revolución tecnológica, con superordenadores, láseres, internet y todos los dispositivos que llenan nuestros hogares. En última instancia, todas las maravillas de la tecnología moderna deben su origen a los científicos que van descubriendo las fuerzas ocultas del universo. En menos de 300 años hemos acumulado más conocimiento que en los últimos dos mil quinientos años. Y sigue acumulándose a ritmos exponenciales. Quizás, avanzar sin temor a las consecuencias, podría haber sido permisible cuando el desarrollo de una tecnología, y más todavía, su adopción social; llevaba décadas. No cuando, como ahora, hablamos de meses desde una aparición hasta su adopción masiva. A Twitter le llevó cinco años superar los 100 millones de usuarios mensuales activos en todo el mundo. Instagram lo hizo en dos años y medio. TikTok, la popular plataforma de video -hasta ahora, el paradigma de la viralización- consiguió llegar a esa cantidad de usuarios en nueve meses. ChatGPT-3.5, la famosa inteligencia artificial que está cambiándolo todo, desde ámbitos como la educación; hasta las nociones muy arraigadas de consciencia y de inteligencia que se ven de pronto sacudidas y cuestionadas; hasta nuestro propio lugar de únicos seres inteligentes del universo; ha conseguido superar esa cifra en tan solo dos meses de vida. Dos meses de vida. La adopción de la tecnología también sigue ritmos hiperexponenciales.
Tan vertiginoso es el cambio que IBM ha anunciado que dejará de contratar a personas para cubrir cerca de 8.000 puestos de trabajo que serán cubiertos con IAs. A su vez, un informe del banco de inversión Goldman Sachs estimó -a finales de marzo- que la IA podría reemplazar el 25% de todos los trabajos realizados hoy por humanos. Por supuesto se cuidó de asegurar que también se crearán nuevos trabajos; aunque sin aclarar si la cantidad de nuevos trabajos será mayor a la cantidad de trabajos reemplazados; qué cualificaciones necesitarán esos nuevos trabajos ni qué cantidad de personas podrían acceder a ellos; tampoco cuáles serían sus salarios. Cuando la ciencia, la tecnología y la economía sólo se centran en aumentar la productividad tienden a perder de vista "estos pequeños detalles técnicos". Eso no es reflexionar. Es todo lo contrario.
"La dignidad del hombre"
Si algo caracterizó al Renacimiento, como movimiento, a pesar de su fuerte individualismo, fue su humanismo. El Renacimiento puso al hombre en el centro de todo y de alguna manera, al volver sobre los griegos clásicos toma como propia la frase de Protágoras: "El hombre es la medida de todas las cosas".
Unos años antes de que Leonardo Da Vinci hiciera su famoso dibujo "El Hombre de Vitruvio", el filósofo neoplatónico Pico della Mirandola había sugerido en su obra más importante, "La dignidad del hombre", que el ser humano era el centro del universo y que tenía la libertad y la capacidad tanto de elevarse hacia las cosas superiores -y por lo tanto divinas- como de degenerarse hacia las cosas inferiores y bajar al nivel del bruto.
Estamos entrando en una nueva era; una era de tecnologías hiper exponenciales; una era marcada por profundos cambios tecnológicos; climáticos y ambientales; laborales; sociales; políticos y económicos. Una era de grandes volatilidades, ergo, una era de profundas incertidumbres y de grandes miedos. Una era donde el hombre podría adueñarse de su propia evolución y dirigirla hacia donde decida llevarla.
¿Qué haremos? ¿Miraremos hacia las cosas superiores y aspiraremos a parecernos a verdaderos dioses, o degeneraremos hacia abajo, hacia los brutos, a los que ya nos vamos pareciendo, por cierto? La respuesta depende sólo de nosotros y la única manera de llegar a ella es reflexionando. No huyendo del acto de pensar. La respuesta, además, definirá la clase de humanidad en la que nos convertiremos -gracias a toda esta nueva tecnología-, de ahora en más.
"Hic sunt dracones". El eco de las palabras de Heidegger y de Ortega y Gasset parece ir apagándose.