inicia sesión o regístrate.
A veces la vida nos golpea la puerta queriendo llamarnos la atención. Iba distraído manejando cuando, en el cruce de dos avenidas importantes, había una congestión inusual para esa hora. Las bocinas aturdían; la impaciencia suele dominarnos. Traté de entender cuál podría ser el motivo de la congestión y a quién le tocaban tanta bocina. Cuando logré progresar con mi auto entre los bocinazos entendí la razón; un enorme y pesado carro de "recicladores urbanos" obstaculizaba la marcha. Sentí vergüenza.
El carro era pesado. Dos muchachos tiraban de él tratando de sortear la amplia curva mientras las bocinas los apuraban. Se notaba el esfuerzo que hacían para tirar del carro. Un famoso economista mediático escribe: "Son laburantes, por lo cual hay que ser muy necio o muy mal intencionado para confundirlos con planeros o con quienes interrumpen el tránsito para reclamar. Estamos delante de esos casos en los cuales el cambio tecnológico generó trabajo". ¿En serio? Coincido 100% con la primera frase. Pero ¿de verdad podemos ufanarnos de "haber generado trabajo" impulsando un carro como si fueran caballos? Me cuesta respetar a este economista. Me parece que visiones como estas son perversas y devastadoras.
Me vino a la cabeza el momento en el que varios municipios promulgaron ordenanzas para prohibir la tracción a sangre. Se esgrimieron argumentos como que era explotación animal; que los caballos no se detenían a tomar agua ni a comer. Me pregunto qué dice de nosotros, como sociedad, que velemos más por los caballos que por otros miembros de nuestra comunidad. ¿Acaso un carro tirado por dos muchachos no es «tracción a sangre»? ¿Ganarán lo suficiente como para comer esos dos muchachos? ¿Comerán? ¿Tanto nos estamos deshumanizando que no podemos dejar la insensibilidad a un lado por unos escasos segundos y, al menos, evitar el bocinazo?
"Somos cinco amigos; una vez salimos uno tras otro de una casa, primero salió uno y se puso junto al portal, luego salió el segundo (…) luego el tercero, luego el cuarto, luego el quinto. Al final formábamos todos una fila. La gente se percató de nuestra presencia, nos señaló y dijo: los cinco acaban de salir de esta casa. Desde entonces vivimos juntos; sería una vida pacífica si no se inmiscuyera siempre un sexto. No nos hace nada, pero nos resulta molesto (…); ¿por qué se mete donde no lo llaman?". Así comienza el relato "Comunidad" de Franz Kafka; me pregunto si consideramos a esos dos muchachos que tiran del carro parte de nuestra comunidad. Me pregunto si somos una comunidad.
La pobreza, como ese sexto "amigo" no deseado, busca meterse entre nosotros aunque no lo llamemos. Personas de clase media baja, no profesionales, gente que va perdiendo su empleo y su lugar en el sistema; hay todo un universo de "nuevos pobres" en un escenario devastado por la inflación. Una cruel radiografía se desprende del nuevo informe sobre la pobreza y las desigualdades presentado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA). "Todos empeoran, pero los sectores medios no profesionales se vienen empobreciendo cada vez más: desde 2010 casi se triplicaron las personas de este segmento social que cayeron por debajo de la línea de pobreza", dice Agustín Salvia, director del ODSA. Suerte que se crea el trabajo de "reciclador urbano", acotaría el economista mediático.
"No lo conocemos ni queremos acogerlo entre nosotros. De hecho, los cinco tampoco nos conocíamos antes ni nos conocemos ahora, pero, lo que entre nosotros cinco es posible y está tolerado, no es posible ni está tolerado en el caso del sexto. Por otra parte, somos cinco y no queremos ser seis". En 2010 la tasa de pobreza en los sectores medios no profesionales era del 7,1%; hoy asciende al 18,2%, lo que representa 1,8 millones de personas. En esa franja se mueven, incluso, jubilados que hace 20 años no conocían la pobreza. A nivel general, la pobreza golpea al 43,1% de la población. Y la indigencia llega al 8,1%: unas cuatro millones de personas que no cubren la canasta básica alimentaria. La informalidad alcanza al 40%; cuatro de cada diez argentinos han precarizado su trabajo y sus derechos. Me pregunto si somos una comunidad.
"La de nosotros cinco no tiene sentido, pero ya que estamos juntos, así seguimos y no queremos una nueva unión, precisamente debido a nuestras experiencias. Ahora bien, ¿cómo dar a entender todo esto al sexto? ¿Cómo explicarles esto a ellos, todos los sextos que se nos quieren unir y no les dejamos entrar?" Esos dos muchachos deben ser parte de alguno de todos estos porcentajes. Ese es el problema de los porcentajes; es fácil ignorar a las personas y a los inmensos dramas detrás de los números. Los invisibilizamos a ellos y nos escondemos nosotros detrás de los números. O tras los eufemismos. Los denominamos "recicladores urbanos" esperando que, por este acto de llamar a las cosas lo que no son, los dignificamos. No es así. Además, nos insultamos a nosotros mismos.
"Como las largas explicaciones equivaldrían casi a aceptarlo en nuestro círculo, preferimos no explicar nada y simplemente no lo aceptamos. Por mucho que frunza los labios, lo apartamos con los codos, pero por mucho que lo apartemos, él vuelve". Aunque la apartemos, la pobreza extrema nos golpea la puerta, interpelándonos. Prohibida la tracción a sangre; excepto que sean "recicladores humanos" "trabajando dignamente".
"Somos cinco y no queremos ser seis". Me vuelvo a preguntar si, de verdad, somos una comunidad.