inicia sesión o regístrate.
La caída del Muro de Berlín es un momento icónico del siglo XX; el Muro pautó por completo nuestro pensamiento político: primero por su existencia; luego por su desaparición. Con su caída se inicia una «Era de la Imitación»; un universalismo que culmina un proceso que habría arrancado en la Ilustración. Tras la caída se acuñarán términos como "armonización", "globalización", "liberalización" y otros similares; todos ellos siempre buscando significar una "modernización" por imitación y una "integración" por asimilación. El mundo se embarca en un proceso de globalización sugerido e imaginado indetenible. En palabras de Francis Fukuyama, el «sistema de valores» que representaba la «idea occidental» había logrado prevalecer y ya no encontraría obstáculos para expandirse y florecer.
Entre la Caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 -hecho lleno de significado simbólico para Fukuyama- hasta hoy, el mundo sufrió la Guerra del Golfo en 1990; la guerra de los Balcanes en 1993; el ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001; la segunda guerra de Irak en 2003; la crisis financiera de 2008; la anexión de Rusia de varias porciones de territorios vecinos hasta llegar a la anexión de Georgia en 2008 y de Crimea en 2014; la pesadilla humanitaria en Siria; la crisis migratoria de 2015 en Europa; la elección de Donald Trump y su derrota ante Joe Biden; el Brexit; la pandemia de COVID; la parálisis de la OTAN ante la disputa de dos de sus miembros -Francia y Turquía- en 2020; y la invasión Rusa a Ucrania. Una larga película en cámara lenta con consecuencias que solo ahora parece que comenzamos a vislumbrar.
En 1994, Václav Havel, dramaturgo y presidente de la República Checa, había advertido: "Los conflictos culturales, en aumento, serán más peligrosos hoy que en cualquier otro momento de la historia". Quizás, una vez que creímos superada la lucha sobre «cuál es la mejor forma de gobierno», la disputa se trasladó a un tema diferente para el cual ni las sociedades ni los Estados estamos preparados; la discusión sobre «la forma adecuada de vivir». Las ideologías se diluyen; se vuelven irrelevantes, carentes de contenidos movilizadores para las nuevas generaciones. En cambio, los conflictos culturales y los enfrentamientos de valores les resultan mucho más cercanos y movilizadores.
Efectos colaterales
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y sus aliados organizaron un orden internacional poliédrico y expansivo construido en torno al aperturismo económico, las instituciones multilaterales, la cooperación en seguridad y el fortalecimiento democrático. A medida que el orden de la posguerra fue ganando nuevos espacios, también lo hicieron sus instituciones de gobernanza. Se amplió la OTAN, se fundó la OMC y el G20 ocupó el centro político del escenario. Durante este período, Estados Unidos lideró el proceso y se instituyó en "guardián del orden". Europa Occidental y Japón emergieron como aliados delegando su seguridad y su destino económico a este orden liberal ampliado. Al término de la Guerra Fría, este orden siguió extendiéndose hacia nuevos confines. Varios países de Asia Oriental, de Europa del Este y de América Latina hicieron transiciones democráticas y comenzaron a integrarse a la economía mundial. Observando el mundo que se iba configurando hacia finales del siglo XX, era razonable pensar como lo hizo Fukuyama.
Crisis y transformaciones
Hoy, todas las democracias se enfrentan a enormes dificultades. Las más sólidas y antiguas experimentan estancamiento económico; un fuerte repunte de la desigualdad; crisis fiscales y fuertes polarizaciones que degeneran en parálisis política. Otras democracias más jóvenes y pobres son asediadas por la corrupción, la pobreza, crisis recurrentes de deuda, inflación y, también, el aumento de la inequidad. En la medida en que las democracias se muestran incapaces de resolver los problemas de sus ciudadanos, su legitimidad se ve menoscabada, sus instituciones cuestionadas y, cada vez más, toda la democracia como sistema de gobierno se encuentra desafiada en sus fundamentos por expresiones radicales nacionalistas, populistas y xenófobas. En conjunto, estos movimientos proyectan una sombra oscura sobre el futuro de la democracia global.
El último reporte sobre la democracia global de la prestigiosa publicación "The Economist", muestra que la democracia liberal parece estar en retirada: menos del 50% de la población mundial vive bajo alguna clase de régimen democrático -fuerte, débil o fallido-, mientras que algo más de un tercio vive bajo un régimen autoritario. En una década, el corrimiento hacia autarquías y regímenes iliberales es marcado, como reflejan los "nuevos autoritarismos" de Turquía, Hungría, Polonia y Filipinas. En el mismo seno del mundo democrático liberal proliferan discursos populistas, nacionalistas, xenófobos y de marcado tinte reaccionario.
Irónicamente, la crisis del orden liberal podría remontarse al momento mismo del colapso de la bipolaridad de la Guerra Fría y a la consiguiente difusión del internacionalismo liberal; la semilla de la crisis actual bien podría remontarse al momento mismo del triunfo de la «idea occidental» de la que hablaba Fukuyama. La globalización del internacionalismo liberal puso en marcha dos mecanismos divergentes: una crisis de gobernanza y de autoridad, por un lado; y una crisis de propósito social por otro.
Crisis sobre crisis
Con el fin de la Guerra Fría, un número cada vez mayor y diverso de estados entraron al juego arrastrando consigo sus propios problemas y agendas. Estos estados no fundacionales del orden original buscaban tener una voz más potente en la gobernanza del orden liberal en expansión. Esta etapa puso en juego, además, nuevos y complejos problemas globales como los del calentamiento global, las migraciones forzadas, el terrorismo, la proliferación de armamentos, y los retos crecientes de la interdependencia; todos temas complejos sobre los cuales resulta muy difícil ponerse de acuerdo entre estados que vienen de regiones, políticas, orientaciones y niveles de desarrollo muy diferentes. Y, en la base de todos estos cuestionamientos yace el problema de la autoridad y de la gobernanza. ¿Quién regula, quién paga; quién dirige?
En segundo lugar, la crisis del orden liberal revela una crisis de legitimidad y de propósito social. Durante la Guerra Fría, el orden liderado por Estados Unidos compartía el sentimiento de formar una comunidad de democracias liberales que eran física y económicamente más seguras afiliándose unas a otras. Las primeras generaciones del período de posguerra comprendieron que estar dentro de este orden era estar en un espacio político y económico en el que sus sociedades podían prosperar y sentirse protegidas. El sistema de cooperación multilateral proporcionaba a los gobiernos nacionales ciertas garantías para mostrar progreso y estabilidad económica.
Esta idea del orden liberal como una comunidad de seguridad se pierde en los relatos de la era de la posguerra fría y el orden liberal pierde su identidad como comunidad occidental de seguridad. El objetivo social del orden liberal se ve aún más socavado por la creciente inseguridad económica y por las protestas en todo el mundo occidental.
Al menos desde la crisis financiera del año 2008, la suerte de los trabajadores y de los ciudadanos de clase media en Europa y en Estados Unidos se ha estancado. Las oportunidades y los salarios de que disfrutaron las primeras generaciones de la posguerra también. En Estados Unidos, por ejemplo, casi todo el crecimiento económico desde la década de 1980 ha beneficiado exclusivamente a menos del 20% superior de la sociedad y, en particular, al 1% de la misma. Este estancamiento económico de los trabajadores y de las clases medias del mundo occidental se ve reforzado por cambios duraderos en la tecnología que marcan una violenta transformación de la industria, del mercado laboral y de la sociedad. En condiciones económicas adversas es más difícil considerar el orden liberal como una fuente de seguridad y de protección económica.
Y, ¿entonces?
El orden liberal internacional está en crisis. Estados Unidos se encuentra agrietado en torno a todos los temas imaginables: ayuda internacional, multilateralismo, comercio, alianzas, derecho internacional, medio ambiente, derechos humanos y progresismo; por nombrar los más importantes. Gran Bretaña abandonó la Unión Europea y el sinfín de problemas que azotan a Europa tienden una sombra sobre el largo proyecto, iniciado en la posguerra, del federalismo europeo.
John Ikenberry, prestigioso analista internacional, afirma que "es posible que estemos asistiendo a una crisis de transición en la que los viejos fundamentos políticos del orden liberal liderado por Estados Unidos están dando paso a una nueva configuración del poder global y nuevas coaliciones de estados e instituciones de gobernanza".
Otros analistas creen que se trata de una crisis más profunda, una crisis del propio liberalismo internacional. Según estos, se está produciendo un cambio duradero en el sistema global que nos alejará del libre comercio, del multilateralismo y de la cooperación en seguridad. Un nuevo orden global que parece estar dando paso a diversas combinaciones de nacionalismo, proteccionismo, esferas de influencia y proyectos regionales de gran potencia y diversas escalas. La volatilidad e incertidumbre podría ser duradera. Nadie puede anticipar qué potencias predominarán; si el devenir decantará por un modelo bipolar, tripolar o multipolar, o si será bajo regímenes mayoritariamente autoritarios o democráticos. Solo podemos intuir que las respuestas a estas preguntas se están fraguando a fuego lento.