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Cazar o no cazar, esa es la cuestión

Lunes, 10 de julio de 2023 02:01
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Aunque en muchas provincias argentinas comenzó la temporada de caza (incluida Salta), en muchas esta temporada se inició con algunas restricciones, e incluso cuestionamientos. Por primera vez se comienza a discutir sobre los justificativos de la cacería, su rol en un siglo definido por una crisis ambiental, y su importancia social y cultural.

Durante siglos la cacería fue la base de la subsistencia de los humanos. Según evidencia paleontológica, los primeros humanos pasaron de carroñeros a cazadores: era más seguro proveerse de cadáveres frescos de animales que buscar animales cazados por otros predadores. La falta de "armas naturales" fue reemplazada por inteligencia, y fuimos capaces de desarrollar herramientas que nos permitieron abatir animales mucho más grandes que nosotros. Esto también generó que seamos capaces de eliminar poblaciones completas, incluso extinguir especies.

En diferentes pulsos, la cacería realizada por nosotros, los humanos, finalizó con grandes extinciones de animales. Es importante destacar que hasta donde sabemos, somos los únicos predadores que extinguimos a nuestras presas. Volviendo a los pulsos de extinciones, la primera tuvo que ver con la expansión de los humanos por el planeta. Cada vez que un grupo humano se asentaba en un continente o isla ocurría una extinción masiva, especialmente (o más evidente) entre especies de grandes mamíferos y aves. Este patrón se observa en América, Australia y Europa. En este punto la supervivencia de nuestra especie, por así decirlo, dependía de la caza al ser la proveedora del mayor volumen de comida y de materias primas como hueso, cuero, pieles, entre otras.

El siguiente pulso tuvo que ver con el surgimiento de las grandes civilizaciones. En parte esto fue resultado del comienzo de la transformación de hábitats en tierras de cultivo y urbanizaciones, sumado a que seguían siendo los animales proveedores de materias primas. En este punto se dio, quizás, el ejemplo más trivial y superficial de objetivo de la cacería de animales, que fue el de proveer individuos para espectáculos y diversión. El famoso Circo Romano fue el responsable de la extinción de grandes mamíferos en la zona de influencia del imperio romano. Prácticamente todas las especies de leones, leopardos, osos, elefantes, jirafas, en Europa, Asia menor y África del norte, se extinguieron en un período de pocos siglos. El caso más emblemático fue el de los leones que habitaban Europa, la cuenca mediterránea de África y toda Asia.

Varios siglos después (aunque no tantos en términos históricos) la revolución industrial, con su capacidad a gran escala de crear máquinas, generó la mayor pérdida de especies producto de la cacería que se extendió hasta mediados del siglo XX. Iconos como el tigre de Tasmania, la vaca marina de Steller, la quagga, son ejemplos utilizados comúnmente para mostrar estos procesos.

Por casa, cómo andamos

Casi de la misma manera, con unos siglos de retraso quizás, se dio el mismo proceso en el Sur de América y en especial en Argentina. Investigaciones de científicos de la Facultad de Ciencias Naturales y el Museo de la Universidad Nacional de la Plata, encontraron que los grupos humanos que se asentaron en nuestro territorio hace entre 19 y 15.000 años fueron responsables de la disminución primero y la posterior extinción de la megafauna. Organismos como megaterios, mastodontes, gliptodontes, guanacos gigantes y caballos americanos desaparecieron en pocos años. La pérdida de estos organismos generó una gran transformación de los hábitats y ecosistemas sudamericanos.

Posteriormente el Imperio Inca generó durante su existencia grandes cambios ambientales, con la expansión de la agricultura y la de animales domésticos como las llamas, como así también con la demanda de productos de animales silvestres. Quizás por la destrucción de mucha evidencia durante la conquista y durante los años siguientes, se sabe poco sobre el impacto en las poblaciones silvestre. Aunque viendo la escala de las transformaciones en el uso del territorio, especialmente en los Andes, podemos especular que puede haber sido importante.

Luego el camino de las extinciones por cacería siguió una trayectoria similar al resto del mundo. Los españoles, con su tradición cazadora que hizo sinergia con la de los pueblos originarios, impusieron la cacería como un elemento cultural fuerte que se extendió por todo el continente. Luego, a fines del siglo XIX y principios del XX, se expandió con la llegada de inmigrantes con una fuerte afición a la caza. Políticas nacionales, a través de la colonización de ambientes relativamente vírgenes y marginales como la llanura chaqueña, pampeana y la Patagonia generaron la pérdida acelerada de fauna nativa, con la consecuente disminución de poblaciones de animales hasta su extinción total o desaparición en grandes extensiones de superficie. Animales como el yaguareté, el ciervo de las pampas o el tapir redujeron su distribución entre un 90 y un 95%. Desaparecieron en provincias como Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Tucumán, Córdoba, Buenos Aires y La Pampa, mientras que en otras se mantuvieron marginalmente y en poblaciones muy frágiles.

Esta inercia cazadora, sustentada en que es identitaria y cultural, continúa en nuestros días, manteniéndose como una de las mayores presiones y amenazas sobre las poblaciones animales. A ello se sumó el avance acelerado y poco planificado de la frontera agropecuaria en los últimos 20 años. Por lo tanto, se generó un ambiente fragmentado y reducido, con poblaciones disminuidas y deterioradas de fauna, con una presión de caza mayor sin un objetivo prioritario ni necesario para nuestra supervivencia o bienestar. El peor escenario para nuestra fauna.

¿Cazar o no cazar? Este es el gran debate que se mantiene y genera grandes y acaloradas discusiones. Por un lado, a todo lo dicho anteriormente, se suma que está demostrado que poblaciones diversas y grandes de animales controlan e incluso sirven de barrera a enfermedades emergentes. Los animales, además, son elementos que sostienen el funcionamiento de los ecosistemas. Por lo tanto, aseguran la provisión de servicios ecosistémicos como la regulación del agua dulce, fertilidad del suelo, polinización y regeneración de bosque y pastizales, turismo y recreación, por solo nombrar los que mayores beneficios económicos traen. Todos son elementos que sostienen nuestra calidad y forma de vida.

Por otro lado, casi exclusivamente, la existencia de la cacería en el mundo actual se sostiene en la "importancia" cultural o como tradición y subsistencia. Prácticamente en la actualidad no existen grupos humanos que sustenten su existencia en la cacería. No es que no sea un complemento de proteína animal, pero sabemos que existen otras herramientas que son mejores para asegurar su bienestar. Claramente, la cacería no es suficiente, si no ¿cómo explicamos el déficit nutricional de pueblos originarios del Noroeste de Argentina?

La cacería deportiva como ingreso turístico es una actividad al menos controversial. En muchos casos se realiza sobre especies que no son nativas, como el ciervo colorado o jabalíes, y como apunta a un cliente de alto poder adquisitivo, puede ser reemplazada por la fotografía de la naturaleza. Esta incluso permite incorporar a los pobladores locales, por sus habilidades en el rastreo de animales y conocimiento del ecosistema, como guías especializados, con un verdadero desarrollo local y sustentable. Ejemplos sobran. Los pumas, en algunas estancias patagónicas, son el más conocido.

Solo nos queda el fundamento de lo cultural, de la identidad "cazadora". Pero ¿es eso suficiente? Vemos que existen alternativas y que son más las desventajas que las ventajas. Que la situación local y regional del ambiente no permite continuar con estas prácticas actualmente. Que incluso en términos de bienestar animal es inadmisible, más aún cuando descubrimos cada día más la existencia de inteligencia en los animales y comprendemos su condición de organismos sintientes. Es decir que sufren, sienten pena, apego y dolor ante la muerte de otro ser vivo. Elementos más que contundentes como para entender que la cacería no tiene lugar ni sentido en nuestra sociedad actual.

Que algo sea cultural no significa que sea correcto; el castigo corporal a niños en los buques de alta mar, los grumetes, estaba regulado y aceptado legalmente. La esclavitud, la tortura, fueron actividades legales y culturalmente aceptadas. Actualmente no discutiríamos (espero) su legitimidad. Entonces la respuesta es no cazar, no a la cacería. Es necesario comenzar a presionar para que se desarrollen políticas públicas que eliminen esta práctica como algo común, porque de lo contrario nuestra existencia no solo se verá perjudicada en nuestra salud y bienestar general, sino que será muy solitaria.

(*) Doctor en Ciencias Biológicas, investigador y docente de Biología de la Conservación de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNSa.

 

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