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Nacido en el 63, soy de una generación que creció bajo el miedo a la pesadilla orweliana -explícita y brillante- que se lee en "1984"; o que se respira en "Brazil", la asfixiante película de Terry Gilliam.
Orwell; Asimov; Huxley; Vonegut; Zamiatín; Burgess; Dick; Stapledon; Benford; Aldiss; Wolfe y una lista interminable de nombres que imaginaron pesadillas recurrentes que moldearon los miedos sobre el futuro a parte de varias generaciones. Como dice Jaques Attali en su libro "Historia de la modernidad. Cómo piensa su futuro la humanidad": "Las ideas que nos hacemos del futuro lo moldean y lo forjan. Las ideas que nos haremos posteriormente de él habrán de prepararlo y determinarán, asimismo, el camino por el que optará la humanidad".
El terror al panóptico no existe en las nuevas generaciones. Tanto es así que ni siquiera conocen el concepto de panóptico de Jeremy Bentham. En los modelos benthianos -hospitales; fábricas de la primera o segunda revolución industrial; oficinas o presidios-; las personas sufren una presencia omnisciente de otro vigilante, padeciendo -en todo momento- la conciencia de ser observado. Hoy, el panóptico se ha invertido; los propios observados lo han invertido. Las personas dirigen sus propias cámaras -atentas y vigilantes- hacia sí mismos y se hacen observar. Se muestran; se iluminan; se exponen gozosos en este nuevo enjambre panóptico digital, creyéndose -de manera equivocada- "libres".
La angustiante sensación de ser observados todo el tiempo -como los guardiacárceles miran a los detenidos desde un panóptico que todo lo observa y que todo lo registra-, devino ahora en una acuciante necesidad de exponerse; de «ser vistos". De «ser notados". De «existir" en el mundo digital. No ser visto es no existir. La no existencia en el mundo virtual equivale a la muerte en el mundo real.
Notable, para estas nuevas generaciones esta exposición no es vigilancia. No la perciben ni la vivencian con esa carga angustiante sino, todo lo contrario, la viven como un acto de libertad; como una elección liberadora. Tampoco la perciben como algo intrusivo o invasivo sino que, por el contrario, la consienten, la alientan, la fomentan; la necesitan. Dependen de ella. El deseado «Me gusta" se convertirá en el soma de "Un mundo feliz". La droga provista en formato digital sin la cual se desestabilizan y desarrollan profundos conflictos psicológicos. Así, no nos libramos de los conflictos psicológicos. Antes por la observación impiadosa no voluntaria; hoy por esta exhibición pornográfica voluntaria.
"Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo"; enumera Byung-Chul Han en "La sociedad del cansancio". Si bien el filósofo coreano vuelve su mirada a estas enfermedades como producto del agotamiento tras habernos convertido en sujetos autoexplotados en una sociedad del rendimiento; la depresión, el TDAH y el TLP también comparten su raíz patológica con esta inversión del panóptico; con esta sociedad transparente en la que todos debemos exponernos y exhibirnos en el mundo virtual para tener alguna consistencia y existencia en el mundo real.
Para completar la renovada pesadilla orwelliana, la pandemia eliminó de nuestro inconsciente colectivo la necesidad de «grados de libertad" que, antes, considerábamos irrenunciables. Los Estados avanzaron sobre varias libertades individuales en pos del "bien común"; y nosotros los dejamos avanzar en pos de una supuesta seguridad individual. Ahora seguimos consintiendo en la eliminación de otros grados de libertad y, paradójico como suena, no nos sentimos ni menos libres ni asfixiados. ¿Cuál será el límite? ¿Habrá alguno?
Evgeni Zamiatín dijo que para que el hombre no cometa errores no debía tener libertad. ¿Y si esa libertad se cercena desde la concepción con tal de evitar que "cometamos errores"? Si no accedemos nunca a la libertad de pequeños; ¿la reclamaremos -la "añoraremos"-, de adultos? Pareciera que no.
Una sociedad asexuada
Hubo una época para la cual el embarazo era la prueba de la sexualidad. Como no existía ninguna otra forma de concepción, el estado de embarazo "delataba" el ejercicio de la sexualidad. En ese orden -biológico, binario y patriarcal-, solo una mujer podía dar a luz a través del ejercicio de la reproducción sexual. La fertilización in vitro hizo añicos esta idea. A nuestros padres le resultaba chocante la idea de concebir "en una probeta". La sola idea los estremecía. Hoy, la donación de material genético y la subrogación de vientres son prácticas habituales y han expandido las fronteras de las posibilidades de tener hijos tanto a parejas heterosexuales con problemas para concebir como a familias monoparentales, como a cualquier variante de familia que busque tener un niño. Así, el ejercicio de la sexualidad ya no es imperativo. Quizás, pronto, tampoco se necesiten mujeres para procrear. Me cuesta pensar que no lleguemos al punto donde, en un futuro no muy lejano, lo puedan
hacer también personas nacidas biológicamente hombres a través de alteraciones importantes a su anatomía. ¿Por qué? Porque podemos. Porque alguien se encargará de proponérselo y, eventualmente, de lograrlo. Está claro que el cuerpo humano será la próxima plataforma de experimentación y de "desarrollo de mejoras tecnológicas".
También hay cada vez más sociedades -la japonesa, por ejemplo- donde el deseo sexual de sus generaciones jóvenes se está extinguiendo. Hay jóvenes que se manifiestan asexuados y que rechazan la sexualidad como posibilidad. Por último, y desde hace décadas, la reproducción dejó de ser un imperativo social. Hoy cada vez menos mujeres tienen hijos; las estadísticas son demoledoras e irrefutables.
Desaparecidos el imperativo biológico y el social y, además, aboliendo el deseo; ¿cómo se puede imaginar una sociedad que pueda llegar a carecer de necesidad y de deseo sexual? ¿Desde dónde se la aborda; cómo se la piensa; cómo se la imagina? ¿Cómo será una especie que no necesita de la sexualidad para su reproducción? ¿Una especie que carezca del imperativo de reproducción porque ha alcanzado la certeza de su perpetuación? Que, en el extremo, intuye o sabe que podría llegar a perpetuarse en organismos sintéticos y en mentes digitales.
¿"Un mundo feliz?
Hoy existe tecnología para editar y "mejorar" el ADN de los seres humanos. Quizás falten décadas todavía para estar a la altura del desafío que significa comprender el mapa genético humano, las complejas interdependencias entre genes, y ser capaces de "fabricar" seres humanos a medida. No se puede descartar, tampoco, que la inteligencia artificial ayude a acelerar este proceso iniciado hace unos diez años atrás, llevándolo a velocidades a escalas exponenciales, como está sucediendo en todos los otros campos de la ciencia. ¿Cómo será una sociedad que, en el extremo, sea capaz de direccionar el camino de su propia evolución?
De nuevo, pensemos cuántas cosas podrían haber resultado impensadas e intolerables para nuestros padres que hoy resultan algo natural. ¿Qué otras cosas podrán ser ordinarias y corrientes en tan solo veinte, treinta, cincuenta o cien años, y que hoy nos estremecen de solo pensarlo? ¿Podría ser, tal vez, la eugenesia -la selección genética de embriones- o la implementación de sistemas de "bebés de diseño", un ejemplo? ¿Cómo se piensa una sociedad que pueda decidir qué rasgos genéticos, o qué "mejoramientos tecnológicos", incluir -o no- en su descendencia? ¿A quiénes incluir en estos "mejoramientos" y a quiénes no? ¡Cuántas variantes de seres humanos seremos capaces de desarrollar? Es fácil imaginar distintas versiones de las fantasías imaginadas en "Gattaca" o en "Un mundo feliz".
Hay mucha gente -científicos en su mayoría- que se preguntan si es ético introducir modificaciones al ADN humano que se transmitan a todas las generaciones subsiguientes; aun cuando podrían evitar enfermedades mentales o degenerativas o, en el extremo, toda enfermedad. Del otro lado, los bioliberales preguntan al revés. Teniendo la posibilidad, ¿no está mal no hacerlo? ¿Por qué imponerle una carga a la descendencia cuando se tiene los medios para evitarla? Cada uno tendrá su respuesta y, me parece, que esta es la clase de debates que, como sociedad global, tenemos que comenzar a tener. Las preguntas están ahí. Hay que plantear las preguntas necesarias e imaginar las respuestas hoy; no mañana. Mañana podría ser tarde.
Si no lo hacemos, lo que podría pasar es que las prácticas se extiendan con técnicas algo rudimentarias primero. Luego estas prácticas se podrían "democratizar" y generalizar a medida que la tecnología mejore, baje de manera dramática sus costos y se pierda el miedo a sus consecuencias; extendiéndolas y convirtiéndolas en algo familiar. Lo habitual naturaliza lo horroroso; deberíamos saberlo por experiencia diaria todos nosotros.
El problema podría llegar a ser irreversible cuando lleguemos a ese punto donde la práctica se convierta en "obligatoria" en pos de un nuevo "bien común"; el mismo bien común por el cual hoy dejamos de lado tantas libertades individuales "irrenunciables" sin pestañear. No suele haber mucha distancia, en tiempo y en argumentación ideológica, desde el horror hasta la aceptación y, luego, desde la implementación temerosa hasta la imposición por medio de su obligatoriedad. Al final del camino, con el panóptico vuelto hacia nosotros, y nosotros en alegre y pornográfica exhibición, podría no haber ninguna forma de vuelta atrás ni de libertad en la elección; ni imaginada ni real.